No verás un nazi en Dunkerque. Los disparos vienen de algún lugar indeterminado de la ciudad. Serán balas impactando en el barco, del que no salimos. Veremos, inevitablemente porque en el aire no hay donde esconderse, a los aviones de la Luftwaffe, pero nada más. Hay un momento en el que alguien señala unas dunas de la playa y afirma que el enemigo está ahí detrás. Podría aparecer en cualquier momento. Es todopoderoso, implacable. El enemigo es la muerte en sí misma, es el it de It follows. Dunkerque se aleja así de lo concreto, de las tramas bélicas, y se mueve en el campo de lo abstracto. Se aleja del género para abrazar una premisa primordial. Vencer, en este contexto, es sobrevivir.
Christopher Nolan nos propone un juego de tiempos, marca inconfundible de la casa. Nos cuenta en paralelo tres historias que avanzan a un ritmo distinto: una semana, un día, una hora. Una estructura a medio camino entre la recursiva Origen y la relativista Interstellar. Cada una de ellas asignada a un contexto espacial bien diferenciado: tierra, mar y aire. Hacia el final, el tiempo y espacio de las tres se irán mezclando consecuentemente. Nolan consigue así, una vez más, deconstruir el tiempo narrativo y redefinirlo en función del drama. Asocia escenas emocionalmente similares que suceden en tiempos distintos (como los ahogamientos, por ejemplo). Seguramente, el valor más importante de este recurso es hacerlos reflexionar, una vez más, sobre la condición del tiempo. Su mayor obsesión como autor.
El problema aquí es que este juego no termina de potenciar bien el valor dramático de la historia, como sí lo hace en otros trabajos. Dicho en plata: no hacía falta. Es un capricho innecesario de alguien que probablemente lo cree imprescindible para demostrar su enorme capacidad como narrador. Quizá, la decisión de alguien consciente de que sus trabajos menos brillantes -que no malos- son precisamente los que están contados con menos piruetas narrativas: Insomnio y The Dark Knight Rises. La historia no está pidiendo este juego y por tanto resulta un artefacto pesado y a veces molesto, que solo añade confusión a una historia que, como decía al principio tienen una premisa primordial: la pura supervivencia. Por otro lado, la inmersión en la acción que consigue con su pericia como director se diluye un poco entre los diferentes puntos de vista y en la falta de personajes destacables.
El sonido y la música
Los planos que abren las películas de Nolan siempre son sugerentes, casi como empezar a soñar. Esta no es una excepción. Los soldados caminando en silencio por la calle. Un silencio que nos permite escuchar con nitidez el aleteo de la propaganda alemana volando sobre ellos de forma amenazadora. El enemigo invisible, patente a través de las octavillas que nos explican mejor el contexto que el rótulo inicial: la situación es desesperada. Es el gusto de Nolan por el objeto. Cada sonido sugiere misterio y peligro. Desesperanza. Sonidos tan suaves que remarcan la calma que llega antes de la tormenta. Y la tormenta llega, con atronadores disparos que contrasta con esa tensa calma. Con incisiva crudeza Nolan nos plantea una introducción que hace casi imposible la esperanza de la supervivencia. Este brillante comienzo nos plantea un contexto en el que pareciera que ni uno solo de los soldados británicos tienen posibilidad de salir de esa playa. Luego llegará el prestigio, claro.
Si el sonido es brillante la banda sonora de Hans Zimmer es mucho más discreta. Ideal para quienes venían rechazando los maravillosos excesos de las anteriores colaboraciones entre ambos. Una mala noticia para quienes amábamos ese derroche. Queda el tictac imparable al que nos tienen acostumbrados y los sonidos caóticos, pero el resultado es más convencional, más al alcance de un correcto compositor de segunda fila, sin excelencia. Es eficaz creando tensión y sensación de caos desesperado. No se le pueden poner muchas pegas. Esto hace converger a los zimmer-nolanistas con los detractores; los primeros rebajan su entusiasmo y los segundos no encuentran la irritación que les producía anteriores derroches.
Las Variaciones Enigma de Elgar en ‘Dunkerque’
03/08/2017 - Iñaki Ortiz GascónVamos a hablar de la banda sonora de Dunkerque, última colaboración entre Christopher Nolan y Hans Zimmer. Mi valoración ya la expresé en mi crítica; ahora vamos a hablar de otra cosa, la influencia importante de las Variaciones Enigma de Edward Elgar. En Spotify las dos últimas piezas (créditos y anterior) directamente vienen co-firmadas por Elgar. […] Leer más
El universo de Nolan
Nolan tiene ya suficiente filmografía como para beber de sí mismo. Podemos encontrar fácilmente ejemplos. Los cascos amontonados en la playa remiten claramente a su equivalente con sombreros en El truco final. De la misma película podemos encontrar otra influencia en el ahogamiento dentro de una cabina, con el veterano Caine/Rylance golpeando desde fuera para romper el cristal. El dilema moral de la balsa de medusa aparece varias veces, algunas de manera muy sencilla como el caso en el que no entran más personas en la barca, y otras de una manera más compleja que recuerdan a la secuencia de los barcos de El caballero oscuro. Estoy pensando en la escena del barco encallado que requiere soltar lastre y que lleva al enfrentamiento y a la asunción de que hay personas más prescindibles que otras. Exactamente igual que los presos del barco amenazado por Joker. Joker, que era bien visible en aquella película, representaba el caos, el terror y la muerte, muchas veces irracional, que aquí recae sobre el enemigo invisible al otro lado de las dunas. La definición de héroe, tema central de la saga de Batman, también está aquí muy presente en la recta final. La orilla del mar, como un lugar perdido del que escapar y al que llegar está cercana a Origen.
Dunkerque es claramente diferente en algunos aspectos a trabajos anteriores. La habitual tendencia a verbalizar la acción que tiene el cineasta y que tantos reproches le ha valido, aquí está casi desaparecida, con una película con muy pocos diálogos. La trama es mucho más simple de lo que estamos acostumbrados. Zimmer atado en corto. Y por primera vez se basa en un hecho histórico.
Homenaje y propaganda
Dunkerque es sobre todo un homenaje de Nolan a sus compatriotas. Si la película comienza con el bombardeo de propaganda nazi, se puede decir que el director va llevándolo a su propia propaganda. Igual que Tarantino quiso cambiar el curso de la historia con sus Malditos Bastardos, Nolan hace lo propio, aunque de manera más sutil, sin cambiar los hechos, solo interpretándolos a su gusto. Concretamente, a la manera en la que se vendió la operación por parte de los británicos. Ese relato construido que Nolan ha mamado desde niño. El hecho de que el enemigo sea invisible, que no veamos un solo nazi en toda la película, a pesar de su probado valor cinematográfico como villanos, también responde a la redefinición del relato. La batalla de Dunkerque es una victoria de los nazis que expulsan por fin a los británicos del continente y que les deja a las puertas de hacerse con Francia. Pero no puedes asignarle una victoria a un personaje que no existe. No podremos ver vítores del ejército alemán porque no hay ejército alemán, solo hay un peligro casi abstracto. Por si no hubiera quedado claro el planteamiento de que vencer es sobrevivir, Nolan usa todo el epílogo para remarcar que no es una derrota y se apoya precisamente en los voluntariosos titulares de los periódicos de la época, haciendo suya su propaganda patriótica. Aunque es obvio que no es el interés del director tener una visión escéptica con la propaganda, en la línea de Banderas de nuestros padres, tampoco era necesario pasarse del otro extremo, especialmente cuando la película ha empezado tan cruda y tan esencial.
Pero la verdad es tozuda y hay ciertos aspectos que, aún sin conocer nada de la historia real, desafinan. El planteamiento de Nolan es tan gráfico -el enemigo al otro lado de las dunas, un ejército roto, soldados apelotonados en un espigón como una diana perfecta- que hace evidente que si los alemanes no los masacran es porque no quieren y no por ninguna hazaña de los británicos. Sobre por qué Hitler tomó la decisión de no aniquilar a los británicos hay varias teorías que no vienen al caso, la cuestión es que según avanza la película se nota demasiado esa extraña tregua y el abrumador efecto de peligro inicial queda desvirtuado.
Otra cuestión que se hace patente en la película por su representación visual es la insignificancia de los pequeñas embarcaciones dentro del rescate. No hay más que ver el tamaño de los grandes barcos militares y los pocos soldados que caben en los yates. Lo cierto es que el número de rescatados por embarcaciones particulares fue muy pequeño, pero en la película esto ya es bastante patente. Se trata más de una cuestión simbólica, lo que después se aprovechó como “el espíritu de Dunkerque”. Una cuestión interesante para estudiar con la que un director como Larraín haría maravillas. Ya digo que entiendo que la película de Nolan es otra pero una cosa es no señalar la propaganda y otra subirse al carro descaradamente. Es demasiado visible. Empacha un poco.
Resonancias de actualidad
Por su condición primordial, al menos de base, la película es extrapolable a cualquier situación de desesperación, peligro, catástrofe. Como decía antes, la esencia misma de la muerte esperando acechante. Pero también hay una lectura de solidaridad, ese espíritu de Dunkerque. No es difícil asemejar esa acción marítima ciudadana a la que practican algunas ONG hoy en el mediterráneo. Algunas imágenes de rescate desde el yate recuerdan mucho a las imágenes de Astral, el documental de Évole, donde la iniciativa ciudadana usa lo poco que tiene a su disposición para salvar las vidas de los refugiados en el mar. También hay un llamamiento claro a la hermandad europea, colaboración entre aliados, que puede ser una bofetada, no sé si voluntaria, a todos los votantes pro-brexit. Cuánto de todo esto es premeditado y cuánto no es algo que no tiene importancia porque Nolan nos ha contado una historia tan esencial que su valor va más allá de los detalles concretos de cada tiempo.
Y es que ya ha quedado claro, el tiempo y el espacio son cuestiones circunstanciales que no afectan al valor de las emociones y la voluntad.