El sonido es lo más importante en un concierto. Esto, que debería ser una perugrollada, parece olvidarse demasiadas veces. Aunque el rock nació en lugares no necesariamente concebidos para realizar conciertos -qué sería del rock sin los bares- y muchas veces la actitud y la energía pueden tapar las deficiencias de sonido, una sala de conciertos tiene que sonar bien. Distinguirse los instrumentos, oír las voces, apreciar los matices… y nada de eso ocurrió en martes en el Espacio K del Kursaal durante el concierto de Luna. Tampoco con sus teloneros.
Llegué tarde a Oso Fan y sólo pude escuchar la última canción. Al fondo de la sala apenas se distinguía la voz, pero poco más puedo decir. Luego fue la hora de Ramírez Exposure. El valenciano desplegó su pop sencillo y de reminiscencias clásicas, al que le vendría de fábula otra guitarra o unos coros, sin que el sonido fuese nunca lo limpio que pedían sus canciones. Cosas de teloneros, pensé.
Cuando Dean Wareham, Sean Eden, Britta Phillips y Lee Wall, es decir Luna, salieron al escenario en la mente de casi todos los asistentes estaba el fantástico concierto que dieron en abril de 2015 en la Sala de Cultura de Intxaurrondo. Comenzaron con Fire in Cairo, de The Cure, incluida en su último disco LP. Un trabajo íntegramente de versiones en el que la banda ha escogido mucho nombre clásico pero en sus facetas más desconocidas y obviando las canciones más evidentes. El sonido seguía siendo flojo y la banda tampoco parecía demasiado compacta, pero cualquiera de los presentes hubiera apostado a que el concierto iba a ir a más.
Tras Sideshow by the Seashore fue el turno de Hey Sister, un descalabro. La guitarra de Sean Eden no sonaba, así que intentó arreglarlo el mismo (no llevaban roadie) con la sutil técnica de darle golpes a los pedales, mientras Dean cantaba desganado mirando como su compañero perdía los nervios. El grupo, que hace su fuerte de la atmósfera velvetiana de sus guitarras, no tiene demasiado sentido sin una de sus guitarras. Por suerte lo arreglaron y, entonces si, dieron lo mejor de si en un Malibu love nest que se convirtió uno de los mejores momentos de la noche. Como si intentasen recuperar el tiempo y el ritmo perdido en su dubitativo arranque.
Sin embargo el concierto nunca acabó de despegar totalmente. Hubo grandes momentos de ese rock intenso guitarrero y tranquilamente enérgico que compensaron con creces el concierto –Black Postcards, Lost in Space o 23 minutes in Brussels por ejemplo- pero alternados con demasiados cortes de conversación (ininteligible) con el público y la sensación de que el jet lag (o vete tú a saber qué) les había afectado demasiado.
Tras amagar el cierre con esa cursilada que es Sweet Child Of Mine de Guns & Roses, volvieron para acabar con una notable Anesthesia que dejó un buen sabor de boca y, a la vez, el recuerdo de lo que pudo ser y no fue.
Fotos de Irene Mariscal