Acaba de estrenarse en Netflix la última producción de la casa, el documental Jim & Andy, sobre Jim Carrey en el rodaje de la genial Man on the Moon. Una forma, real o no, con la que Carrey, que participa activamente hablando directamente a cámara, se desnuda ante los espectadores. Me parece una buena ocasión para recuperar otros ejemplos en los que, sea de forma cierta o no, otros actores se han expuesto interpretándose a sí mismos, en documentales, ficciones o una mezcla de ambas. Empecemos por el ejemplo presente.
Jim & Andy
En 1999 se estrenó Man of the Moon, de Milos Forman. Un excelente biopic sobre las andanzas del mítico cómico de la televisión americana, Andy Kaufman. Un provocador que basaba sus shows en el engaño. Básicamente, el germen de casi toda la televisión basura actual, pero él era original. Lo que nos muestra el documental es la fascinación de Carrey por ese personaje que tiene mucho que ver con él y a quien admiraba profundamente. Así que una vez empezado el rodaje, Carrey se metió en el personaje y no salió, resultando desesperante y chocante para el resto del equipo. Una actitud que no solo le acercaba al humorista porque estuviera metido en su papel sino también porque era el tipo de comportamiento desconcertante por el que hubiera optado Kaufman.
Esta relación entre ambos cómicos resulta interesante, pero no termino de ver que sea un valor del propio documental sino más bien de la comprometida performance de Carrey durante el rodaje. No creo que la obra aporte mucho más. Hay algunos amagos de desvelar el payaso triste que se esconde detrás de esa inmensa sonrisa, tras ese personaje que se construyó el actor para triunfar en el mundo del espectáculo. Carrey hace un buen ¿papel? en la entrevista actual, con una mirada melancólica vagamente escondida en una sonrisa cansada. En el documental se utilizan varios fragmentos de otra de las grandes películas del actor, El show de Truman. Se quiere hacer un paralelismo con esa vida construida para el disfrute del espectador. Es cierto que Carrey ha pasado por situaciones gravísimas -el suicidio de su pareja- pero todo resulta un tanto artificioso. Paralelamente, en la vida real -o algo así- Carrey ha llamado la atención por su comportamiento extraño, pero es más que probable que sea parte de su trabajo para el documental, como fue el caso de Joaquin Phoenix en I’m still here, que después comentaré.
Más allá de eso y de que al documental le falta una vuelta de tuerca que uno espera cuando Andy Kaufman está de por medio, hay que reconocer que Carrey tiene momentos hilarantes. Desde luego, atrevidos, como cuando visita la casa de Spielberg montando jaleo, o cuando el secuaz de Kaufman se cuela en la mansión Playboy. El hecho de que haya conseguido volver a aparecer a las noticias por sus broncas con el luchador Jerry Lawler, el mismo que montó espectáculos bochornosos con el propio Kaufman, hace que el personaje tome unas dimensiones reales sorprendentes, que por supuesto, satisfacen al propio Carrey que es muy consciente de lo que está construyendo. Riza el rizo. Y lo vuelve a hacer con todo lo que en este documental huele a montaje, una vez más. Otro de los momentos muy locos es el de la familia de Kaufman, emocionados y tratando a Carrey como si fuera el verdadero Kaufman. Especialmente, el padre.
I’m Still Here
Muy en la línea de todo esto estaba el documental I’m Still Here, que seguía el supuesto retiro del cine de Joaquín Phoenix y sus flirteos con el rap. Lo interesante de esta película es que es un falso documental que en realidad es un documental sobre una falsa realidad creada previamente. Es decir, documenta la realidad que ocurrió pero esa realidad estaba construida. Las noticias del cambio de Phoenix, que obviamente es una figura conocida, nos llegaron mucho antes de saber siquiera que se estaba creando una película. Hasta Ben Stiller le imitó en una edición de los Oscars. Imitó al personaje que supuestamente era real, aunque probablemente él ya sabía que no. Como Carrey, como Kaufman, llevó su farsa a la vida real, a la televisión, a las noticias, a su día a día. Por cierto, uno de los momentos estelares está en el programa de David Letterman, quien precisamente participó en una de las farsas de Kaufman con Lawler que se ven en Man on the Moon –donde Letterman apreció himself. Y todo este despliegue, Phoenix lo hizo para dar contenido a este documental. No está tan lejos de las maniobras del protagonista de una película española reciente, El autor.
Phoenix hipotecó parte de su carrera para dedicarse a este documental, aunque probablemente pudo ser gratificante para él como actor -como el tipo de actor que es. Un intérprete que vuelca su intensidad en los personajes, como acabamos de ver en En realidad, nunca estuviste aquí. Es un reto interpretativo que trasciende el rodaje. Una actuación transmedia. Algo de esto ya estaba trabajando Sacha Baron Cohen en Borat y, sobre todo, en Bruno; pero lo que hace Phoenix tiene el valor de no ser un personaje. Porque, aunque sí haga un personaje, no deja de ser un documental sobre Phoenix haciendo ese personaje.
JCVD
Fue una grata sorpresa. Quién se iba a imaginar que a estas alturas, Jean Claude Van Damme iba a hacer una buena película. Por fin. Vale que hay un par que se pueden ver, como Timecop o Soldado Universal, pero es que esta es buena de verdad. En este caso ya no estamos hablando de un documental. Aunque el personaje es el propio Van Damme, como avisan las iniciales del título, la historia es una ficción y está rodada como tal. El actor se encontraba hundido en todos los niveles. Desde luego, a nivel cinematográfico, quedando lejos sus tiempos de relativa gloria; pero también como figura, cada vez más relegada a la broma. JCVD es una especie de redención, una sincera aceptación de sus errores, de en qué lugar se encuentra.
Van Damme tiene un monólogo brillante, en un despliegue de muchos minutos, en el que se abre al espectador, interrumpiendo la acción para conseguir el momento más memorable de la película (¿de su carrera?). Vivimos en tiempos de reality, que sin duda han influido en estos documentales. El monólogo de Van Damme no deja de ser un confesionario de Gran Hermano. Estamos pasando de una época en la que los actores y actrices eran el centro de la atención a través de sus nuevos personajes; a que deban ser ellos, como personajes de sí mismos, quienes lleguen al público. Los límites de la ficción se desmoronan para una generación que ha crecido con realities y con Hannah Montana.
Otros ejemplos anteriores
Los considero casos más lejanos, por diferentes razones, pero vale la pena comentarlos. Seguro que a muchos os ha venido a la mente Cómo ser John Malkovich, la excentricidad escrita por otro Kaufman, Charlie Kaufman, y dirigida por Spike Jonze. La mayor diferencia es que en aquella, Malkovich sí que era un absoluto personaje que no tenía demasiado punto de contacto con el actor. Está lejos del concepto reality que demandan las nuevas generaciones. Después, director y guionista harían una especie de segunda parte en Adaptation. El ladrón de orquídeas, en la que el guionista se incluía como personaje, aunque tampoco es lo mismo porque estaba interpretada por el inigualable Nicolas Cage, así que no era un himself. Por cierto, ¿para cuándo un Nicolas Cage interpretándose a sí mismo? Lo más interesante es que en esta película, hay también una supuesta confesión, un desnudo psicológico, una honestidad del propio guionista, que después se torna en juego, como Jim, como Andy.
Un ejemplo muy anterior es el de Arnold Schwarzenegger en la divertida El último gran héroe. En aquel momento, Arnold era el rey del cine de acción -y si me apuráis, el rey de la taquilla en general- como Jim Carrey ha sido el rey de la comedia. Dos figuras máximas que no solo se representaban a sí mismo sino a un género entero. Por eso funciona la película con él y difícilmente lo habría hecho con otro. Es una película de acción que se autoparodia. Juega con los mismos códigos de los que se ríe. Y el que más se ríe de sí mismo es el actor. Se ríe de su figura cinematográfica y se ríe de su persona. La película estaba dirigida por uno de los grandes de la acción del momento, John McTiernan (La jungla de cristal, Depredador) y en ese sentido, tampoco falla la película. De la misma manera que en JCVD hay una introducción en plano secuencia que ya les gustaría a muchas de las películas de acción que van en serio. Aquí la gran diferencia es que Van Damme lo hizo cuando ya estaba acabado y no tenía nada que perder. Arnold apostó en lo más alto de su carrera. Y, por cierto, no quedaron demasiado contentos sus fans. Supongo que creyeron que también se reía de ellos, y en parte es así, y no tuvieron tanto sentido del humor.
Alguien que sí que estaba en un momento más bajo de su carrera y que desnuda su situación en pantalla, con muchas dosis de autoparodia, es otro actor que una vez compartió reparto con Schwarzenegger: Jorge Sanz. ¿Qué fue de Jorge Sanz? fue una serie atrevida, creada por David Trueba, a la que le costó encontrar una televisión (finalmente fue Canal+) y que explotaba la situación del actor, venido a menos. A veces con anécdotas reales, otras veces, exagerando. Una idea muy cercana a JCVD.
Quiero hacer una última referencia, mucho más lejana. Orson Welles en Fraude. No es nada extraño que un director tenga presencia en un documental, pero en aquella película Welles era algo más. Era un símbolo, un mito, relacionado con su célebre programa de radio informando de una invasión extraterrestre. El documental toma esto como punto de partida para después hablar de otro tipo de fraudes, y no quiero desvelar mucho más pero sí puedo decir que es una obra en la que Welles se permite jugar a su juego favorito, el mismo que presenta como tema. En ese sentido, Welles está muy cerca de Andy Kaufman y de su concepción del espectáculo a través de la atención y el engaño. No nos debe extrañar que Kaufman terminara apareciendo en el programa de televisión que tenía Welles.