Escribo unas palabras sobre Los últimos Jedi y, en general, la nueva trilogía dentro del universo Star Wars. Lo voy a hacer asumiendo que el lector ya ha visto la película -y las anteriores- por lo que desvelaré detalles de las trama importantes. Si no la has visto y te importa, no sigas leyendo. También puedes leer la crítica de Ricardo.

Lo divido en tres grandes bloques diferenciados. En el primero hablo sobre hasta qué punto copian la estructura de la trama de la trilogía original. Después hablo sobre el concepto de democratización de la Fuerza en el mundo milenial de la nueva entrega. Por último, plantearé por qué no me funciona la épica de las nuevas entregas, como lo hacía en la trilogía original.

Siguen copiando la estructura

Todo el primer acto de El despertar de la fuerza es un calco de la primera película. El malvado Darth Vader Kylo Ren interceptando una importante información de la República. Dos escapan con la información, un inseguro C3PO Finn y el valiente R2D2 BB-8. En un planeta de estilo desértico se encuentran con Luke Rey mientras les persigue el Imperio la Primera Orden. Luego llegan a la Cantina y aquí la trama se aleja un poco del episodio original (al tiempo que se dispersa) en gran parte para dar cabida a Han Solo, que es el ídolo crepuscular que llenará esta entrega (cada una de las tres entregas estaba orientada a uno de los tres protagonistas clásicos, aunque la fatalidad ha provocado que el siguiente episodio no pueda tratar sobre Leia). En el último acto volvemos al redil de la copia con la clásica operación para hacer estallar otra estrella de la muerte (que ya se hizo en el episodio IV y se repitió en el VI). La inmolación del héroe ante el villano viene a ser la pacifica claudicación de Obi Wan frente a Vader. Por el camino, Rey, igual que Luke, irá descubriendo sus capacidades en la fuerza -aunque en este caso sin necesidad del más mínimo entrenamiento porque los millennials son autodidactas.

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Se está diciendo mucho que esta vez sí tenemos una película que rompe con su pasado -lo dice hasta uno de los personajes. Al menos, ya parece que se va asumiendo que sí era así en la anterior entrega. Con todo, no me deja de sorprender estas posturas cuando, nuevamente, la trama de la trilogía original, partiendo esta vez de El imperio contraataca, se está siguiendo al dedillo, y además, de la manera en que ya se anunciaba en el último plano de El despertar de la fuerza. Es decir, ya sabíamos por dónde iba a seguir antes de empezar la película porque, en el fondo, ya sabemos de qué va.

Luke Rey llega al pantano a la isla para entrenar su poder con el gran maestro jedi, Yoda Luke Skywalker. De primeras Yoda Luke que vive como un ermitaño, es reacio a entrenarla, pero al final le da unas nociones. En el pantano la isla hay un lugar terrorífico donde uno se enfrenta a sí mismo y es tentado por el lado oscuro. Luke Rey entra allí y se enfrenta a sus miedos en una escena surrealista. Antes de acabar su entrenamiento, Luke Rey decide interrumpirlo para ir al encuentro de Vader Kylo Ren.

- A tu edad yo también tuve mis días raros

– A tu edad yo también tuve mis días raros

Aquí hago un apunte. El imperio contraataca y El Retorno del Jedi tenían un hilo común, quedando la primera en suspenso. En esta película están ambos condensados. Como Rey ya había había tenido el combate con Kylo Ren en el anterior episodio, aquí tenemos ya superado ese punto en el que Luke iba a enfrentarse Vader con furia. Por eso la ira (que ya sabéis que lleva al lado oscuro) se gestiona rápido a través de unas conversaciones telepáticas en las que ambos personajes parecen acercarse. Esto nos sitúa en la situación en la que Luke, ya más calmado en El retorno del Jedi, decide ir al encuentro de su malogrado padre para hacerlo volver del lado oscuro porque ha visto un resquicio de luz en su interior. Sí, es exactamente la misma motivación que lleva a Rey a viajar a la estrella de la muerte al crucero en la que está el emperador Snoke y así poder liberar de su influjo a Vader Kylo Ren. Se entrega al Imperio a la Primera Orden. Es llevada ante el emperador Snoke, escoltada ante el obediente y expectante Darth Vader Kylo Ren. Mientras ocurre esto, fuera hay una contienda que está acabando con los rebeldes la República, que al principio de la película han evacuado su base porque han sido descubiertos. Sí, exactamente el comienzo de El Imperio contraataca. El caso es que finalmente Vader Kylo Ren reacciona y mata al emperador a Snoke. Aquí se acababa El retorno del Jedi, pero a nosotros nos quedan las últimas secuencias de acción y, por supuesto, el momento épico de Luke, que para eso es su episodio.

Entre medio, hemos tenido unas secuencias absolutamente prescindibles en ese planeta-casino. Aquí hay un nuevo personaje (el de Benicio del Toro), un mercenario que traicionará a los héroes por dinero. Lo sabéis, es El imperio contraataca, de nuevo. Varias escenas de ese planeta recuerdan peligrosamente a La amenaza fantasma. Las carreras, el niño trabajando para un tirano alienígena, y que tiene la Fuerza. El plano final del chaval es toda una referencia visual al joven Anakin. Así que, por si no fuera poco con fusilar la trilogía original, ya está asomando el argumento de las precuelas. Hablar de ruptura, por lo tanto, se me antoja una locura.

La democratización de la Fuerza: Jedi millennial

Ahora cualquiera puede ser un jedi. Ya no es una cuestión de sangre. Los padres de Rey no son nadie. Son muggles. El chaval del final, que acerca la escoba a su mano, tampoco tiene pinta de ser descendiente de nadie. Se acabó la monarquía Jedi o la concepción midicloriana virginal. La nueva saga es para todos. Occupy Darth Star. Por supuesto, hay paridad y diversidad en las tropas republicanas -frente a la blancura filonazi de la Primera Orden.

No solo no necesitan venir de buena familia, es que ya no necesitan ni maestro. No lo necesitó Rey en El despertar de la fuerza al enfrentarse a Kylo Ren, ni tampoco ha necesitado demasiado entrenamiento. Los millennials no saben lo que es leer las instrucciones, están acostumbrados a aprender intuitivamente. Y cuando necesitan la información se la buscan por su cuenta, en su casa, desde Internet, no hace falta un maestro que intermedie. En este caso, Luke guardaba con reverencia los libros edición cartoné de cómo ser un jedi -invento absurdo de esta última entrega. Como ya dice Yoda, ella no los necesita, los lleva consigo. O algo así. Se puede entender que lo dice porque los ha robado, pero la cosa es que ella no va a estar reverenciando una biblioteca. Aprenderá donde sea, y a poder ser, de forma no secuencial.

- En el Kindle no se lee igual

– En el Kindle no se lee igual

Voy a hablar un momento de Blade Runner 2049 en este párrafo, con un spoiler notable, saltadlo si no la habéis visto. Es significativo que en dos de los más importantes revivals de sagas del año, nos encontremos con el mismo concepto: el supuesto elegido, no es nadie. No es hijo de nadie importante y esa supone la mayor revelación.

Una generación que ha crecido viendo talent shows y realities, parece que tiene el trauma de no ser nadie. Al mismo tiempo, es una reafirmación. No ser nadie no te impide ser importante. Ahora no necesitas ser alguien para que se te escuche -o al menos, para que se te oiga. Las redes sociales te permiten interactuar sin ser nadie, colaborar sin líderes. La información ya no es unidireccional. Es la victoria del ciudadano desconocido, es la era de Anonymous, de los trols y de la presión popular. Y el cine lo festeja.

Esta celebración de la vulgaridad también puede leerse en la nueva saga como un protagonismo de los fans. Ya expliqué hace dos años en Precríticas de qué iba realmente El despertar de la Fuerza. Era una convención de fans (Rey, la fan de Luke que se pasa toda la película buscándole para pedirle un autógrafo; Kylo Ren, el fan explícito de Darth Vader). Es como si los personajes no fueran personajes reales de la saga sino un cosplay de fans de Star Wars. Las conversaciones telepáticas de Rey y Kylo Ren son como un grupo de whatsapp sobre Skywalker. Hay en este nuevo episodio un tipo de fan que faltaba. El personaje de Laura Dern tiene edad de haber visto, impresionada, la primera entrega siendo una niña. Tiene el carácter de una madre responsable y seria, que, sin embargo, no ha perdido la ilusión por la saga. En el fondo, sigue siendo guay y les lleva a sus críos a ver las pelis nuevas. Las viejas se las pone en casa. Su look de pelo violeta es una monada para disfrazarse. Es un personaje dirigido a un target extremadamente concreto, lo que demuestra la capacidad de Disney para diseñar un producto milimétricamente calculado. Hay un personaje para cada espectador. Quizá por ello no están trabajados a un nivel cinematográfico, porque no se trata de hacer una película. Es un juego de rol, un parque de atracciones donde poder tocar a tus ídolos, un videojuego. Los personajes son, en su mayoría vulgares y poco carismáticos, pero no es solo una carencia del guionista, es también una necesidad. Son solo fans.

Mark Hamill y Rey

– Sr. Hamill, llevo dos horas haciendo cola por un autógrafo – Son 5 dólares

Quizá The Last Jedi no tenga muchos valores cinematográficos pero como producto es apasionante.

Trama en lugar de drama

El problema de los dos nuevos episodios es que todo lo que copian y los elementos que añaden los usan para nutrir una trama que nos mantiene entretenidos durante más de dos horas (que no es poco) pero no para conseguir el drama épico que conseguían las películas originales, y en menor medida, las precuelas.

Las piedritas transmiten más emociones que Rey

Las piedritas transmiten más emociones que Rey

Aunque la película original se construía a través de muchos géneros relacionados con la aventura -cuestión que pronto se fue perdiendo y de la que ya no queda prácticamente nada- la denominación más habitual es space opera. Una característica habitual de los space operas es un final superheróico, un derroche casi operístico, que lleva al protagonista a conseguir proezas increíbles. En los dos nuevos episodios también está. De forma clara en Los últimos Jedi con la hazaña de Luke, nunca vista antes en la saga. En El despertar de la fuerza que tiene un final más difuminado, podríamos decir que es la capacidad de Rey de enfrentarse a Kylo Ren. Lo que falla, en ambos casos, es que no hay una verdadera transformación emocional que consiga convertir esas proezas en épica.

Veamos la primera película. Todo el desarrollo de la historia está orientado a dos momentos de Han Solo y Luke Skywalker. Han conseguirá eliminar el caza de Vader allanando el camino a Luke que a su vez encestará con precisión la bomba en la Estrella de la muerte. Pero no son simplemente hazañas virtuosas, ambas cuestiones son el cierre del arco del personaje al que llevamos asistiendo toda la película. No es la habilidad de piloto de Solo lo que nos llega, sino su lucha interna contra la condición de mercenario solitario y el que contribuya a la causa noble y a la amistad con Luke. En el caso de Skywalker, es la capacidad de confiar por fin en sí mismo, en su don, prescindiendo de los monitores (el dumbo que suelta la pluma y echa a volar). En Los últimos Jedi, el poder de Luke es bombástico, genial para el lucimiento ante los fans, pero no supone ningún hito emocional, ninguna transformación en el personaje. De hecho, está planteado más bien como un giro sorpresa. Es cierto que el personaje no resiste la acción y desaparece, pero esto parece responder más a la mecánica necesidad de ir eliminando las viejas glorias, cada una en su episodio -era obvio, casi rutinario, antes de empezar la película, que moriría. No hay un conflicto previo que nos haga dudar de si está preparado para enfrentarse a ese momento. Para colmo, el personaje de Rey, supuesta protagonista, casi desaparece desde el falso clímax con Snoke. En cuanto a la repentina capacidad de esgrima de Rey en el anterior episodio, ¿qué decir? Es solo una demostración de habilidad, sin mayores emociones.

Finn y Phasma

El enfrentamiento más anodino

Los dos momentos de Una nueva esperanza funcionan y se recuerdan porque han sido construidos durante toda la película. En Los últimos Jedi se pretenden conseguir continuamente microclímax con personajes que no han sido debidamente construidos. Un ejemplo es la absurda escena supuestamente emotiva de Benicio del Toro devolviendo el colgante porque solo lo quería como excelente conductor. Ocurre entre personajes vacíos de los que apenas sabemos nada. O la interrumpida inmolación de Finn y el consiguiente momento romántico. No saltan chispas con esa química, no. Toda la secuencia ante Snoke, que en El retorno del Jedi era un final espléndido (sin duda lo mejor de una película irregular), aquí parece casi rutinario y pasamos a otra cosa rápido (una aburrida pelea con los guardianes rojos). No hay tiempo para emocionarse. Es curioso que ahora que se hacen blockbusters más largos haya menos tiempo para desarrollar personajes y emociones. A cambio hay sobredosis de trama.

La hazaña de Kylo Ren contra el supuestamente superpoderoso Snoke, parece no costar demasiado (todo se soluciona fácil en estas películas, salir del planeta sitiado, manejar un sable láser…). En la escena original, como he comentado antes, también había una flota luchando fuera, pero en aquel caso no era una simple cuestión de mantener dos líneas paralelas de acción. La derrota aparente de los rebeldes servía para atormentar el conflicto moral de Skywalker y poner a prueba su entrenamiento Jedi. Porque, como dicen en la película, ser Jedi no va de levantar piedras con la mente, está más relacionado con una cuestión moral. Porque el espectador nunca podrá dominar la telequinesia pero sí asumir -o no- la filosofía Jedi. Eso es lo que importa.