Terror modosito. Fantástico romántico. Gótico moñoño. Guillermo del Toro es sincero con su cine, hace lo que le gusta y lo hace como quiere. No se priva de ningún placer culpable y en esta ocasión, menos aún. Ha conseguido que pase vergüenza ajena en varios momentos y eso, al menos, es una emoción. Cuando la protagonista le cuenta a su compañera su experiencia zoofílica de anoche; la escena del musical clásico; cuando un cuarto de baño se convierte en una pecera. En muchos momentos, la verdad. Es cursi a más no poder, con sus poses y su concepción romántica de colegial. El resultado es un popurrí con muchas influencias obvias como La bella y la bestia, El monstruo del pantano, ET, el cine de Jean Pierre Jeunet en la forma, el cine de Tim Burton en el fondo, o la clásica idea de Frankenstein de la niña dando la mano al monstruo -esto último podría resumir la carrera del cineasta.
La baza ganadora, sin embargo, está en otro lado. Del Toro incluye un elemento que dentro de la trama apenas tiene importancia pero que tiene el peso suficiente como para que el crédito de director aparezca sobre él: el cine sobre el que vive la protagonista. Con ello remata una idea que ya está apuntada en los elementos formales, la nostalgia cinéfila. Sí, amigos, el motor de esta película no es el amor. El motor de la película es la nostalgia cinéfila, una vez más. Al más puro estilo Cinema Paradiso. The Artist. Hugo. Premio seguro.
La historia de amor no puede ser más pobre. Una joven se enamora de una criatura que vive en aguas cenagosas -cómo tiene que oler ese bicho- porque se come los huevos duros que ella le da y le hace un poco de casito. “Me ve como realmente soy” dice ella en uno de los mayores momentos de desfachatez del guionista –que también es Guillermo del Toro, claro. Es curioso lo fácil que nos quieren colar siempre que una joven pueda enamorarse de un bicho feo, mientras que, cuando es al revés, y es un joven y una hembra fantástica, ella aunque monstruosa, suele estar hipersexualizada. Es evidente que la película necesita funcionar por otro lado, como cuento, como metáfora. Y creo que el tipo de influencia que más se le acerca es una historia aparentemente tan distinta como La rosa púrpura del Cairo.
La protagonista tiene una vida gris limpiando retretes con un jefe machista, racista y todos los -istas que se os ocurran. Vive con su padre y es muy introvertida. No tiene amigas, más allá de su compañera de trabajo que habla por ella. No es que sea muda, en realidad, es que no habla, debido probablemente a una mala experiencia (simbolizada en las marcas de su cuello). Su refugio, como el de Mia Farrow en La rosa púrpura del Cairo, es la fantasía. Aquella, porque se pasaba la vida en el cine; esta, porque vive encima de uno. Se inventa un ser fantástico procedente del mundo de la ficción,un monstruo del pantano, un cliché gótico que suplirá su falta de amistades y de amor. En esa evasión sus heridas se convertirán en su ventaja: la capacidad de acceder a un mundo imaginario, utópico, idealizado, feliz. Será su amigo, primero; su amante, después; y finalmente, su amor. Es una peli emo.
Esas ideas que apelan al espectador que alguna vez escondió su timidez en la fantasía, y que tan bien cuajan siempre entre los críticos, están mezcladas con un malo malísimo y algunos derroches puntuales de violencia que contrastan con el cuentito. Esa violencia, a veces cruel, y algunos planos de desnudo son lo poco que separa este producto de un Disney para niños. No sé si eso desentona o salva un poco la película por contraste.
Lo peor es la (multipremiada) labor de dirección que en el momento en que escribo estas líneas ya huele a Oscar. Cada movimiento de cámara es obvio, esperado. Cada encuadre, cada énfasis. Como ese plano en el que, para recordarnos que el padre de la protagonista tenía un problema de calvicie, se fuerza un movimiento burdo de la cámara hasta el detalle de un peluquín. Sobredosis de grúas absolutamente innecesarias que pretenden mantener el ritmo visual con recursos de televisión. Ni un solo plano que sorprenda, todos de postalita, con la decisión académicamente correcta y con la comodidad de andar por terreno conocido. Ese color verdoso tan impostado que nos recuerda, como comentaba antes, al Jeunet de los 90. Por cierto, él le ha acusado de plagio por una escena. Yo no creo que sea tanto cuestión de las particularidades de una escena sino de todo el estilo (fotografía, dirección artística, elecciones musicales). Un calco a un cine que, por cierto, está bastante caducado.