Reseña de Thelma
Tras El amor es más fuerte que las bombas, su primera película anglófona, Joachim Trier vuelve a Noruega para rodar Thelma, su primera incursión en el fantástico. Puede parecer un género extraño si repasamos su filmografía anterior (Reprise, Oslo 31 de agosto) pero en realidad Thelma es, sobre todo, un drama. La historia de una joven que se aleja del control de sus padres para descubrirse a sí misma, experimentar el despertar sexual y desvelar oscuros secretos familiares. Las pinceladas de fantástico sirven, principalmente, para potenciar y representar el drama interior de la protagonista, auténtico eje de la película.
Thelma comienza con un paseo de un padre con su hija pequeña sobre un lago helado. El silencio, el gélido paisaje, el aún más gélido rostro del padre y el rifle que lleva al hombro, alejan la escena de lo que debería ser una bella estampa familiar. Cuando el padre decida apuntar a la niña en vez de al ciervo que tiene delante, se confirma la sensación de que algo no va bien en esa familia. Con esa escena Trier marca bien el tono de la película: frío, inquietante y cautivador, como el paisaje que la envuelve.
Después, la película da un salto temporal y vemos a la niña ya convertida en una adolescente que disfruta de su primer año de universidad. Thelma (una destacable Eili Harboe) se nos revela como una joven estudiosa, callada, tímida y obediente, criada en un entorno cristiano y temerosa de la desaprobación paterna. Es entonces cuando conoce a Anja (Kaya Wilkins), otra estudiante, y empieza a experimentar nuevos sentimientos, a descubrir su identidad sexual, a vivir nuevas experiencias alejadas de las estrictas normas familiares y, también, a manifestar una extrañas convulsiones que vienen acompañadas de pequeños hechos extraños: luces que se apagan, objetos que tiemblan, pájaros que se chocan contra las ventanas. Todo esto aderezado con los sueños de la protagonista, salpicados de referencias bíblicas.
Thelma es un relato alegórico sobre la moralidad y deseo reprimido. Sobre el miedo a ser libre y los efectos de una educación más centrada en el control que en la comprensión y el cariño. El entorno religioso es perfecto para desarrollar esta idea de prisión moral muchas veces autoimpuesta. Últimamente hemos visto varias películas que escogen el formato 4:3 para representar la opresión de los protagonistas, sin embargo Joachim Trier y su director de fotografía Jakob Ihre logran encerrar a la protagonista en un formato de cinemascope. A veces con simbolismos -ese contraplano desde dentro del estanque helado-, a veces con las líneas de la arquitectura, a veces aprisionándola en el vacío. Una película muy bien trabajada en lo visual.
Es fácil pensar en Carrie como influencia, pero también en Hitchcock por la gestión del modo en que la información llega al espectador, en Bergman por el desarrollo psicológico de los personajes, en Crudo de Julia Ducournau por su forma de tratar un relato de iniciación sexual y educación con elementos de terror o, más allá del cine, en Edgar Allan Poe por la atmósfera y el uso del fantástico. Thelma brilla más cuando más ambigua es, cuando es menos cerebral y más emocional. La confusión de la protagonista es la misma que siente el espectador guiado por un ritmo marcadamente pausado en una historia que, a pesar de manejar todos los clichés del cine sobrenatural lo hace de manera contenida y, a la vez, renovada. Hay varios momentos realmente brillantes, cargados de erotismo y tensión, que destacan por encima del resto de la película: cuando Anja acaricia a Thelma en el ballet, cuando Thelma cree estar fumando marihuana en una fiesta y se sumerge en un delirio erótico o cuando le hacen un examen médico y alumbrada por una luz estroboscópica le obligan a pensar en esos deseos que le consumen por dentro. Trier juega a hacernos creer que cada vez que Thelma se acerca al pecado ocurre una desgracia sobrenatural. La protagonista así lo cree, muchos espectadores también, pero no es el pecado lo que causa el mal, es la represión del deseo. El mal no es la lujuria, es la vergüenza.