Ricardo FernándezCuando leí la sinopsis de El Orden divino descubrí que Suiza no permitió el sufragio femenino hasta 1971, ¡¡¡1971!!! Menuda sorpresa. Una sorpresa que, por cierto, fue la única que me dio esta previsible y tontorrona película.
El orden divino cuenta la historia de Nora, una mujer que vive en un pequeño pueblo suizo que parece sacado de una postal y que empieza a cuestionarse su papel como ama de casa supeditada a su marido y su misógino suegro. Sus ganas de volver a trabajar, la actitud de unos amigos con su hija, un encuentro fortuito con unas activistas feministas que le lleva a leer a Betty Friedan y Germaine Greer, son los detonantes de un cambio de actitud que le lleva a hacer campaña, de manera tímida en un principio, a favor del sufragio femenino en un referéndum que se va a producir en pocas semanas. Tendrá que enfrentarse a los hombres que no quieren que las cosas cambien e, incluso a un grupo de mujeres organizadas en el “Comité de Acción Anti-Politización de las mujeres”.
Esta película se ha rodado y estrenado en el momento justo. El feminismo es ahora mismo el movimiento social con más fuerza, presencia y apoyo. El 8M, el #MeToo, la marcha de mujeres en Washington, son sólo algunos ejemplos que estamos viviendo un momento histórico protagonizado por las mujeres y la lucha por sus derechos. Esta película pone sobre la mesa la vergonzosa fecha de la llegada del sufragio femenino y pone también en relieve que la lucha por la igualdad no es algo nuevo, ni una moda de ahora. Más allá de eso, esta película tiene pocos valores cinematográficos que la sustenten.
El guión está plagado de increíbles -por la dificultad de creerlos- arcos dramáticos que oscilan entre el drama y la comedia de manera bastante torpe. La ligereza de algunos momentos contrasta con la importancia que deberían tener en el devenir de las protagonistas, restándoles toda la fuerza. Reducir una huelga a una fiesta le quita la importancia y el sacrificio que supone, además de que hace difícil tomársela en serio, tanto a la huelga como a la película. Eso, unido a un catálogo de personajes sin profundidad construidos a base de clichés e interpretados de una manera realmente pobre y a que cada elección de la película resulta ser la más obvia y previsible, provoca que cuando la película gira en su tramo final hacia el melodrama tiene que forzar de una manera evidente para buscar las lágrimas y el enfado.
El mayor enfado a mi me lo provocó leer, en la cortinilla final de la película, que aunque las mujeres suizas lograron el voto federal en 1971, en el cantón de Appenzell-Ródano las mujeres no pudieron votar en las elecciones cantonales hasta 1991, hace tan solo 26 años. Creo que todo esto se merecía una película mejor.
