La película Barbie crea un juego que en combinación con lo naïve y la sátira construye un espejo donde reflejar roles y estereotipos de género empleando el humor como vehículo para desembocar en una -posible y más o menos profunda- reflexión individual y social. La muñeca Barbie es definida desde hace décadas como una “Bimbo girl”, una chica proporcionalmente ingenua y atractiva (derivada de la palabra italiana Bimba que significa niña). Rodeada siempre de una imaginería de colores pastel fantasiosos y utópicos Barbie es ante todo una bomba de rosa. De ahí que la primera que canción que suena en Barbie se llame Pink. We like other colors, but / Pink just looks so good on us.

Más allá del puro -y voraz- marketing el hecho de que el público opte por vestir este color -definido por Eva Heller en su libro Psicología del color como dulce, delicado, escandaoloso y cursi- no es baladí y entre otras cosas la última película de Greta Gerwig es toda una reivindicación del rosa. Porque el color rosa a lo largo de la historia no ha sido solo un matiz en el espectro cromático sino que ha evolucionado, se ha cargado de significados y ha desafiado normas culturales y sociales de manera periódica. El color de las niñas – un color menos importante-, de lo infantil -poco serio-, de la fantasía -casi ridículo-… pues os vais a enterar.

Rosa rosae 

El tono rosa es un color que se encuentra en ciertas flores en la naturaleza. En pintura nace históricamente de la mezcla entre tonos rojos y el blanco, del carmín y el blanco. La historia del arte lo incluye en la paleta de los artistas a lo largo de la Edad Media donde existen obras donde el Niño Jesús aparece representado vestido de rosa. Inicialmente el tono nació como secundario, a menudo en segundo plano con respecto a colores más prominentes como el rojo, los verdes o los tierras. Progresivamente en el Renacimiento y Barroco surge en detalles de las vestimentas religiosas o aristocráticas, y en particular en el caso de niños pequeños aristócratas donde se le conocía a este color como “el pequeño rojo”. Siendo el color rojo un símbolo de poder y masculinidad, se suavizaba mediante blanco para referir esa potestad en los niños que al crecer ejercerían dominio o autoridad por derecho de nacimiento.

Madame de Pompadour por François Boucher. 1756

En el siglo XVIII emergió con fuerza el “Rosa Pompadour” -en homenaje a Madame de Pompadour, amante de Luis XV- que se consolidó como un color de gracia, elegancia y riqueza. Bien lo sabe Sofia Coppola que llenó con un sinfín de detalles rosados a María Antonieta cuya estética bebe de Madame Pompadour.

El cambio radical sucede en 1920 donde la revolución de la moda traslada la imagen adulta masculina de un modo literal y escalado a los niños (ropa adulta en miniatura) y asigna como opuesto a lo masculino el color rosa para las niñas por su delicadeza y ternura. Mientras que los niños llevarán desde pequeños ropas que en lo que respecta a  colorimetría estará presente en la edad adulta el rosa queda establecido para la infancia de las niñas. Es aquí cuando comienza un viaje apasionante donde será el rosa por siempre el color femenino, infantil, erótico, de lo kitsch… un color muy presente, único y bello pero rodeado de muchos peros.  

El arquetipo rosa

El rosa se sitúa culturalmente con una marcada asociación con la feminidad, con lo erótico e infantil de manera contrastada. Un axioma que sufrirá evolución y contradicciones que lo llevará a ser abrazado y rechazado paralelamente. Los datos revelan que es un color muy asumido en la infancia femenina para ser muchas veces rechazado en la edad adulta. Mientras que un porcentaje significativo de hombres y mujeres rechaza el color (25%), solo un pequeño porcentaje de mujeres lo elige como favorito en la edad adulta (un 3%). Esto ilustra sociológicamente cómo los estereotipos de género pueden moldear las preferencias personales, llegando incluso a impulsar su rechazo hacia los  niños que lo escogen siendo un color visualmente muy atractivo para la infancia en general. 

En la línea de vida de una mujer, el rosa comienza como un símbolo de la niñez, pero a menudo se convierte en un color evitado, rechazado o incluso vergonzante en la edad adulta debido a presiones sociales que lo asocian con ser infantil, naïve o ingenua… o sea con ser Barbie. El arquetipo de una “bimbo” girl amante del rosa queda muy bien narrado en la película Una rubia muy legal donde queda demostrado que los estereotipos son a veces algo de lo que conviene deshacerse y dejarse sorprender.

El rosa como vía para la fantasía

El rosa es también un color que nos lleva de la mano a mundos imaginarios incluso hasta la libertad. Como cantaba Edith Piaf en su la vie en rose el rosa es el color del enamoramiento, de momentos vitales donde si bien nuestro cuerpo existe en un mundo que es a veces de colores tristes, el rosa estará siempre para acogernos en un momento de ensoñación e imaginación. Porque no olvidemos que el rosa no abunda en la naturaleza, por lo que es un color que construimos nosotros de manera sintética y prediseñada.

Closer (2004), Grease (1978) y Lost in Trsanslation (2003)

En Ma Vie en Rose (1997), película dirigida por Alain Berliner, se aborda de manera sensible y conmovedora la historia de Ludovic, un niño que se identifica como niña y lucha por expresar su identidad de género en una sociedad que tiende a imponer normas y roles estrictos. El vehículo hacia la libertad de Ludovic está como no podía ser de otra manera teñido de rosa representando así su aspiración de vivir de acuerdo con su identidad de género. La cantante Zazie compuso una preciosa canción en honor a este color. Os dejo un vídeo con la letra traducida:

Barbie y sus zapatos, de la inocencia a la rebeldía

La escena de la elección del calzado de Barbie está llena de significado, cuestionamiento sobre el rosa, los estereotipos, expectativas y realidad. Ser niña tradicionalmente transita por desafíos constantes entre decisiones en favor de la estética o la diversión -tener melena larga es precioso pero ay los nudos, ay ir a la piscina y secárselo, ay la cinta o el kiki para que no invada la cara. Llevar vestido y falda nos hacía tan moñoñas y a la vez no podíamos jugar a cualquier cosa, o jugar incluía el elemento estresante de “que no se me vean las bragas”-.

De la niñez a la adultez, en esa fase tan compleja llega el momento en que habrá que decidir para estar guapa dejar un día concreto las zapatillas, ese sábado noche especial donde se quiere brillar exigirá unos tacones, ser femenina. Te estilizarán, embellecerán y apenas te dejen aguantar más de x horas sin tiritas o bailarinas en el bolso para desprenderte de ellos. Ese tacón -rosa- tan precioso que es también una herramienta de tortura como los son las expectativas sociales en las mujeres, que si son verdaderamente adultas, despedirán el rosa

Los zapatos como objeto puramente estético o vehículos hacia la libertad. La elección para Barbie de tener que escoger entre unos tacones -rosas, cómo no- o unas sandalias marrones planas habla de la percepción social de la feminidad, de diversas maneras de existir de las mujeres. Finalmente, Barbie llega a la tierra y establece su identidad llevando unas cómodas sandalias que son rosas. Reivindica así el rosa como su color con toda la carga de significado que eso lleva consigo.

La fuerza del rosa

Afortunadamente en la actualidad la dicotomía entre el rosa y el azul se cuestiona y ha ido perdiendo terreno en los últimos tiempos a pesar de suponer una lucha constante. El color ha encontrado su voz en movimientos de empoderamiento y cambio como el feminismo para ser reivindicado. La lucha no debería centrarse en restar rosa en la infancia femenina sino en extenderlo a todos los géneros. Que el rosa sea para todes encarnando la lucha por la igualdad de género y la abolición de roles predefinidos demostrando que los colores pueden ser utilizados para cuestionar y transformar narrativas culturales arraigadas. No olvidemos que los estereotipos son por naturaleza un proceso de pensamiento inductivo pero  que llegan a ser un problema por lo que conviene revisarlos y superarlos.

En conclusión, el rosa ha demostrado ser mucho más que una tonalidad “para chicas” (sobre esto escribe un intenso artículo Sandra) . Su viaje de ser un color confinado a roles limitados a ser un símbolo de emancipación e igualdad  es un recordatorio poderoso de que los colores no sólo decoran nuestras vidas, sino que también nos cuentan historias de cambio y progreso. Con cada matiz, el rosa desafía y redefine, resaltando la necesidad de desmontar estereotipos periódicamente para avanzar hacia un futuro más inclusivo y diverso. El rosa siempre ha sido, es y será un color precioso. Liberémoslo.

PD: Be a Lady, el vídeo que inspira el discurso de America Ferrara en la película dio en su día la vuelta al mundo por veraz y reflexivo.