Tras un 2016 en el que San Sebastián se cansó de oír la palabra «puente» relacionada de la manera más diversa alrededor de los conceptos y actividades de la capital cultural, este agosto de 2018 la capital guipuzcoana ha visto como «el puente» volvía a ser protagonista de conversaciones y polémicas. En concreto el Puente de Santa Catalina, victima de una restauración -por llamarlo de alguna manera- fallida.

El ‘Ecce Hommo’ donostiarra

Todo empezó hace unos meses cuando Freyssinet, la empresa encargada de la restauración de las luminarias del puente, decidió por su cuenta y riesgo pintar también los escudos que se encuentran en la base de las farolas. Sin ningún tipo de guía o asesoramiento experto, los operarios repintaron los escudos cambiando los colores originales, lo que provocó no pocas protestas. Mientras el ayuntamiento empezaba a buscar asesoramiento y a realizar un estudio para arreglar el error, Freyssinet decidió repintar los escudos de nuevo con mejor intención que resultado y buscando los colores del escudo en la wikipedia. Se empezó a hablar entonces del Ecce Hommo Donostiarra, comparando el resultado con la famosa «restauración» de Borja.

Estado original y el resultado de las dos intervenciones de los operarios.

Al Ecce Hommo de Borja y los escudos del puente se les ha unido este verano el San Jorge de Estella como otra tan bienintencionada como chapucera restauración. En El Contraplano nos preguntábamos si estas cosas son habituales y preguntamos a Cristina Fernández, restauradora con más de  veinticinco años de experiencia y que actualmente es, junto a la también restauradora Lourdes Plano, una de las propietarias de Ovalo, un taller de enmarcación y restauración en el barrio de Gros. A la pregunta de si es habitual encontrarse chapuzas como estas nos responde con una sonrisa y un «continuamente, es muy habitual, sobre todo en iglesias es muy frecuente que los arreglos los hagan la gente de la iglesia o el manitas del pueblo«.

Como ejemplo cuenta que una vez que estaban trabajando en el retablo de una magnífica iglesia barroca -nos cuenta el pecado, pero no el pecador- les llamó la atención que en una capilla hubiese una virgen de Olot –vírgenes hechas con moldes de escayola y de escaso valor artístico-. No encajaba algo así en un entorno tan impresionante. Al preguntar al respecto les dijeron «no, no, es una virgen barroca». Al encender la capilla y acercarse descubrieron que efectivamente era una virgen barroca, repintada por un pintor de brocha gorda apenas un mes antes de que llegasen los restauradores a la iglesia. Tampoco les ha sorprendido el San jorge de Estella, porque 15 días antes habían visto un Santiago Matamoros que «lo había repintado el mismo que hizo el San Jorge o un primo suyo», bromea.

A Cristina le parece muy bien que estos sucesos adquieran notoriedad «para que la gente coja conciencia de que no todo vale y no lo puede hacer cualquier persona. Lo tiene que hacer un técnico y un restaurador«. Destaca que en este caso el único daño causado ha sido a la vista de quienes vieron el escudo repintado y no hay que lamentar daños materiales porque en este caso la pintura es reversible, pero no siempre es así.

Cuando le preguntamos por la situación de la restauración, tanto a nivel provincial como estatal, se queja amargamente: «Se destina a la restauración poquísimo dinero. Antes no había mucho, pero desde la crisis la situación es catastrófica. La restauración está desapareciendo como profesión«. Asegura que casi todos los compañeros que han trabajado con ella a los largo de estos veinticinco años ya han abandonado la profesión y se han reciclado en otros trabajos. «La mayor parte de restauradores viven del dinero público, y ahora hay muy pocas subvenciones. Quedamos los que tenemos talleres propios, los que trabajan para museos, Gordailua está haciendo mantenimiento de lo que tiene… pero eso es  lo mínimo».

Pintar el puente respetando la historia y el entorno

Volviendo al puente de Santa Catalina, la siguiente persona con la que hablamos fue Lucía Fermín. Licenciada en Bellas Artes especializada en pintura, Lucía ha sido la encargada de pintar de nuevo los escudos, esta vez bajo con el asesoramiento de la historiadora Rosa Ayerbe y con  la mediación del Museo de San Telmo. Llegó al proyecto con bastante respeto debido a la polémica generada pero asegura que tuvo mucha suerte por el apoyo tanto de Rosa como de los técnicos que prepararon los escudos, lijándolos y dándoles un tratamiento antioxidante. La gente que ha ido pasando por el puente y le ha visto pintar ha tenido, en general, una buena recepción de lo que estaba viendo, lo que le ha relajado bastante.

Su labor no ha sido sólo la de pintar, también la de, junto con Rosa Ayerbe, escoger los colores con los que pintar los escudos. «Cualquier tipo de escudo originalmente tiene colores muy puros, con un nivel de saturación muy alto, muy luminosos. Si los pintaba así iba a quedar demasiado cantarín, demasiado chillón«. Teniendo en cuenta eso, el color marrón de las farolas que rodea al escudo y la carta de colores industriales con la que tiene que trabajar debido a la situación del puente, Lucía ha ido seleccionando los colores, siempre dentro de la gama que corresponde, lo más cercanos posible al original y respetuosos con el carácter histórico, pero teniendo en cuenta también que funcionen bien con el entorno. Como curiosidad, el oro y la plata a los que tenía acceso no le gustaban, por eso encargó que le trajeran de París unas pinturas que «dan una sensación de antigüedad y realismo mucho más fieles que los colores industriales».

Como Cristina, Lucía quiere que toda esta polémica sirva para que la gente entienda que hay trabajos que no puede hacerlos cualquiera. «Quitarle valor a hacer estos trabajos artísticos es lo que provoca estas situaciones escandalosas. Que se vea que si se contrata a profesionales, a la larga, el resultado es elegante y bueno«.

Pasear por el puente, una lección de historia

Por último charlamos con Rosa Ayerbe, profesora de historia de la UPV y premio nacional de heráldica en 2008 por un estudio histórico sobre el escudo de Guipúzcoa. La persona más apropiada para contarnos cuales deberían ser los colores de los que pintar los escudos del puente. La charla que tuvimos con ella es muy difícil de resumir en pocas líneas -aunque lo intentaremos- pero os invitamos a leer este resumen de su extenso estudio sobre el tema.

Lo primero que nos deja claro es que a lo largo de la historia ha habido variaciones y diversidad de criterios sobre el escudo de Guipúzcoa. Que en el puente el escudo que estaba es el que existía desde finales del S.XIX y que «por naturaleza es el que todos hemos conocido, pero no es el escudo propio que nos correspondería según el estudio que hice».

El escudo de Guipúzcoa surge de un sello heráldico. Es decir, un sello oficial que utilizaba el escribano fiel para validar documentos oficiales. Parece que, en 1513, cuando la Reina Juana la Loca otorga a Guipúzcoa los 12 cañones por el éxito de la batalla de Velate, deciden convertir el sello en escudo. Nos cuenta Rosa que la recopilación foral dice que el campo es colorado, color que representa la fuerza, el valor y el atrevimiento del pueblo guipuzcoano (aunque lo cierto es que es un color habitual en los escudos de la época), pero los cañones deciden ponerlos en un cuartel con un fondo dorado, que significa que quien lleva el escudo esta dispuesto a dar su sangre por el rey.

Este escudo no cumple algunas normas heráldicas, porque viene de un emblema de finales del S. XV. Es decir, de antes de que llegasen dichas normas cuando Felipe el Hermoso se case con Juana la Loca. ¿Y qué norma heráldica no cumple este escudo?: «No se puede poner color sobre color, ni metal sobre metal». Cuando se tenían dudas aquí de como tenía que ser el escudo se preguntaba en la corte a los Reyes de armas -«siempre hemos valorado más lo de fuera que lo teníamos dentro»- esos reyes de armas fueron cambiando los colores de los escudos, «no las formas, porque los elementos han pervivido, pero si los colores». Por eso, para respetar la normas heráldicas, en aquella época se desplaza el dorado de los cañones y se sitúa como fondo de los tejos, aunque el color del campo que nos correspondía fuese el rojo.

Evolución del escudo de Guipúzcoa, y las tres maneras de las que se va a pintar en el puente.

Posteriormente hay más variaciones, el lema de la provincia pasa de noble y leal a ‘muy noble y muy leal’ (para diferenciarse de San Sebastián, que también es Noble y Leal), luego el Estatuto de Gernika de 1936, con la república, elimina la figura del rey y más tarde, al querer aproximarse a Navarra en el año 1979, se eliminan los cañones que representan una lucha fraticida.

La sugerencia de Rosa para el puente, que se ha tenido en cuenta, ha sido que «ya que el escudo que está en el puente no es el actual, se pueden pintar los escudos de tres maneras distintas que reflejen como ha estado representado el escudo a lo largo del tiempo. De esa manera la gente puede conocer la historia». También ha propuesto hacer un molde nuevo con la versión actual y ponerlo en una de las farolas, aunque esa sugerencia no ha tenido éxito. «La gente se resiste a perder aquello que conoce y que le identifica, pero mostrando que el escudo es algo vivo y que ha tenido una evolución, todo el mundo puede sentirse reflejado y se explicará el proceso de cambio«. A partir de ahora un paseo por el puente nos servirá para conocer un poco más la historia de nuestro pueblo y para saber que nuestro escudo actual es como es porque «no se hizo un estudio previo, ya que el color que nos corresponde es el rojo». Es cierto que se cambió para respetar las normas heráldicas, pero estas permiten que si los escudos son anteriores, e investigando por qué y de donde viene, no cumplan dichas normas. Los llamados escudos de enquerre y ese es nuestro caso. Cruzar el puente será, a partir de ahora, una lección de historia.