Fotografías: Asier Camacho.

Qué diferencia meteorológica. Después de la experiencia pasada por agua -y barro- de la edición anterior, es un alivio entrar al hipódromo con buen tiempo y sin tener que vigilar dónde pisas. Cosas del azar. No tanto así las mejoras en la organización de este año, que parecen más achacables a la participación de Last Tour junto a Ginmusica. Todo funciona correctamente, a su hora, sin ningún problema reseñable. Lo mejor: los buses de vuelta. Es comodidad y es una medida prudente para un evento con mucho alcohol que termina a las tantas en un lugar alejado.

Pero hay otro cambio muy notable: el público objetivo, o lo que es lo mismo, el tipo de selección de grupos. Se ha orientado muy claramente al público más joven, que no parecía tener mucho interés en este evento. El resultado se podía comprobar a ojímetro: algunas actuaciones estaban llenas de jóvenes, especialmente las últimas de la noche. Al principio, a la chavalería le costó un poco más llegar y ahí estaban, para los veteranos, algunas propuestas de rock como Albert Cavalier y The Young Wait. A los primeros, jóvenes con mucha pasión a los que ya entrevistamos en su día, no llegué a tiempo de verlos. Lástima. Los segundos me dejaron bastante frío. Les faltaba mucha energía.

Descarté Cala Vento a cambio de la oferta de pop electrónico con glamour y chispa de Betacam, el nombre en solitario de Javier Carrasco, uno de los componentes de Rusos Blancos. Tocaban en el pequeño escenario de Dabadaba. Aunque esta vez no venía en solitario, se traía a un compañero que atendió los teclados/sintes mientras él se dedicaba más plenamente a cantar. Quizá empezaron un poco flojos, con una voz algo desdibujada pero consiguieron hacernos entrar en calor, especialmente desde ese tema salvajemente sexy que es Chacal, con un ritmo que podría firmar Fangoria. En general recuerda a grupos como Astrud o Chico y Chica. Y por supuesto, al propio Rusos Blancos. El concierto no pudo terminar más alto: una versión dopada de Un año más de Mecano, con el descaro de leer la letra en el móvil – equivocarse varias veces, todo hay que decirlo.

De ahí pasamos al que considero, con diferencia, el mejor concierto que vimos en los dos días. El niño de Elche, una deliciosa marcianada que comenzó como un concierto de flamenco canónico -en lo estético, no tanto en lo musical, aunque se movía en esos terrenos- y terminó como electrónica pura y dura. Fue un concierto de empezar con rebujito y terminar con speed. Y no desmereció en ninguno de los dos estilos. Al inicio iba vestido con camisa y americana. Sentado en la típica silla flamenca. Guitarra española, algo de teclado después, sin molestar. Empezó con lo que el definió como “Una farruca en catalán para calmar los ánimos de nuestro estado”. Después se pasó a un ejemplo de canciones populistas (con referencia burlona a Nacho Vegas) que -explicaba- fueron revisionadas de manera «laica» en Andalucía. Después una canción cuyo título, dijo, era una palabra que se usaba en el fútbol, los toros y el flamenco, “o sea, en lo peor”. Era Olé.

Lo cierto es que todo el concierto, y sobre todo la primera parte, tenía un discurso que utilizaba la política no tanto como una reivindicación militante sino como un elemento más de su creación artística, con cierta distancia. Después de pasar por su homenaje a La Bomba gitana de Lola Flores en Rumba y bomba de Dolores Flores, el concierto cambió radicalmente. La disposición y número de integrantes, el tipo de instrumentos de cuerda que manejaba el guitarra y la vestimenta del cantante que pasó de un sobrio traje a una camiseta de Locas del coño. Lo que antes eran teclados tímidos pasaron a ser unas bases electrónicas que le dio al concierto un aire casi de rave. Canciones como Canción de cuna de Crumb, sonó mucho más ritmosa que en directo, y permitidme aventurar ecos como de Born Slippy de Underworld o tintes similares. La segunda parte jugaba con la experimentación. Utilizaba su propia voz para emitir sonidos en apariencia sintéticos como tonos o sirenas. El dominio técnico de su voz que había mostrado en la primera parte se trasladaba a la segunda, cambiando quejíos por sonidos eléctricos o aplicando el baile de la voz tradicional a lugares trance. Esa técnica que parecía natural y sin esfuerzo se complementó con una pasión que aplicó por igual a ambos géneros. En la segunda parte esa pasión se materializó en excesos como terminar comiéndose el micro. Entiéndase exceso como algo positivo, que puso el broche a lo que pretendía ser un concierto personal y único, una obra con discurso bien armado, un juego de contrastes que parecía revelar la esencia que une a dos géneros tan aparentemente distintos. Más que buscar la fusión de manera armónica se quiso marcar las diferencias para señalar una esencia común. Como en los toros, el fútbol y el flamenco, solo puedo decir ¡olé!

De la insobornable propuesta de El niño de elche pasamos a todo lo contrario, el complaciente concierto de Mueveloreina que venían a sustituir a uno de los grupos caídos de esta edición, los excelentes Carolina Durante. La palabra que me viene a la mente con este concierto no es “olé”, es “producto”. Un producto cómodo y fácil, con los trucos manidos de provocar al público con las rivalidades locales -Donostia vs Bilbao. Algún absurdo grito identitario como “¿somos millennials o no?”. Aunque en mi opinión le faltaba alma -quizá por el contraste de lo que veníamos- lo cierto es que empezaba a haber más público. La horas de los más jóvenes había empezado.

La calidad mejoró considerablemente y la edad se mantuvo en los mismos márgenes con Kase O. Esto último no deja de ser sorprendente, teniendo en cuenta que su grupo -cuando no actúa en solitario- Violadores del verso surgió cuando la mayoría de ellos ni habían nacido (y yo era muy joven, oiga, que empiezo a parecer el abuelo cebolleta con estos comentarios). El caso es que el rapero sigue encandilando a las nuevas generaciones. Me atrevería a decir que fue el concierto en el que más entregado estuvo el público y más abiertamente se declaraban fans coreando las letras, de lo nuevo y de lo viejo. Se tocaron bastantes canciones del nuevo disco pero también hubo clásicos que el público agradeció. Para la sexual y sensual Mitad y mitad que tiene una colaboración con Najwa Nimri, se recurrió a sobreponer la voz de ella. Por lo demás fue un concierto sin demasiado artificio, contrastando con el de C. Tangana que cerraría la noche.

El concierto empezó muy potente, con el trío de Kase O., R de Rumba y el Momo, que se empleaban con energía. Sin embargo se fue desinflando un poco en una recta final algo alargada, en la que hubieron demasiados discursos moralistas. Que está bien que alguien con tanta influencia en los chavales les inculque nociones de respeto a las mujeres, paz y discursos contra el racismo, pero quizá con uno, el inicial del respeto a la mujer, ya era suficiente. El sermón de padre cristiano -las letras de las canciones también tienen más de una referencia bíblica- desgastó el tono del concierto. Por lo demás y a pesar de eso, en conjunto no estuvo nada mal.    

De Kase O. pasamos a Nathy Peluso. En la carpa. Esa carpa. El sonido no era demasiado bueno en ese escenario -lo peor vendría al día siguiente. En todo caso, Peluso trajo un calor latino. Una voz personal y unos movimientos cálidos en el escenario, con una figura segura de sí misma con el escenario.

La jornada terminó con el rey del show, C. Tangana. Lo cierto es que para quienes vimos el impresionante espectáculo que montó en el Primavera Sound, lo de este concierto nos supo a poco. Sí, estaba el fuego y las chispas, las chicas bailando en la barra -faltaba el chico que sí estuvo en Barcelona. Pero en aquel otro show había constantemente gente en el escenario, entrando y saliendo, colaborando o no. Incluso motos en la que entró él mismo y que se paseaban de vez en cuando por el escenario. Bien, de eso nada. Y en un escenario tan grande una persona sola -con un DJ discreto- queda algo desamparado por mucho fuego que le metas y por mucho carisma que tenga Tangana. A veces era un carisma demasiado marcial para mi gusto, excesivamente imperativo, ordenando “abrir pogos”, cosa que el público obedecía con gusto.

Empezó con Caballo ganador, nada más apropiado para un concierto en un hipódromo, y que por otra parte entronca con su obsesión de Ídolo del rap. Kase O. también había hecho varias referencias a ser el mejor, lugar común del rap, tanto en letras como sus intervenciones; pero el rol que tiene Tangana es mucho más chulesco y provocador. Más agresivo. Malote. Así que derramó parte de la botella (¿de Whisky?) que tenía en la mano mientras hacía un brindis por “todos los raperos que me he llevado por delante”. Por lo demás, el playback habitual que se volvió más descarado desde la tercera canción, la evocadora Persiguiéndonos. No lo oculta, claro, ya es un código más que aceptado en el trap. Ese desprecio por la ejecución le separa muy claramente del hip hop de Kase O. A cambio, una producción precisa y llena de detalles. La voz de Tangana aparecía claramente en directo cuando quería reforzar un verso, o simplemente para incitar al público con un “¿Cómo es?”. Puede que el concierto no tuviera la técnica vocal de El niño de Elche ni la honestidad de la puesta de escena de Kase O. pero estuvo cargado de sus temones con ritmo, actitud y frescura. El público bailó, hizo pogos y aplaudió al ídolo. Traicionero, Bien duro, Guerrera y en los bises Llorando en la limo. No hubo canción mala.

Sábado

La jornada del sábado no empezó con buen pie. El plato fuerte internacional, las Pussy Riot, tuvieron que cancelar por enfermedad. Al contrario que en el caso de Carolina Durante, aquí no hubo oportunidad de cambio, evidentemente. Simplemente se movieron los horarios. En una jornada que no tenía un cartel tan interesante, esa ausencia fue fatal. Me acerqué más tarde que la víspera.

Empecé calentando con un grupo local, Señor No. Greñas -ya canosas- y guitarras. Sin ser mi estilo musical favorito y sin, desde luego, pretender innovar lo más mínimo, hay que reconocerles que salieron a tope. Le metieron caña en el pequeño escenario del Bukowski – el mismo que el día anterior había pertenecido a Dabadaba. Entrega absoluta, old style y actitud. No se les puede reprochar nada.

Lo siguiente, ya de nuevo en el escenario grande, fue la M.O.D.A. que están tan de ídem. Un grupo de siete tíos en camiseta de tiras que desearían vivir en algún pueblo de la américa profunda y juntarse a tocar en un bar de carretera para terminar acariciando un vaso de whisky vacío. Esa es la estética que transmiten con precisión en su puesta en escena y también en sus letras con ese tipo de menciones desde el vaso vacío a Jack Kerouac. La verdad es que el grupo tiene una coherencia estética muy cuidada. Quizá, la intensidad de su directo no se corresponde con la cantidad de gente e instrumentos que hay en el escenario. Que suenan como un cuarteto clásico, por decirlo así. Y parecen tocar todo el rato la misma canción, resultona, con una voz ronca muy personal, pero que termina aburriendo por monotonía y por simple corrección. Seguramente el momento más animado fue condo Gorka Urbizu, el cantante de Berri Txarrak, apareció en el escenario para una canción en la que colaboran, PRMVR, que tiene una parte en euskera. Se notó, por cierto, a quién había ido realmente a ver la mayor parte del público. Aunque en honor a la verdad, hay que decir que en general se disfrutó de ese concierto.

Tenía bastante esperanza en Riot Propaganda (la fusión entre Los chicos del maíz y Habeas Corpus) para salvar el día pero hubo un contratiempo letal: no se entendían apenas las letras. Entre el aplastante hardcore que acompañaba a las palabras y la terrible acústica de la carpa, era muy difícil entender lo que decían. Y eso en un grupo como este que hace rap político, es un contra importante. Saliendo fuera de la carpa, desde lejos, sí que podía oír burradas como “Poético, como el cáncer de Esperanza Aguirre”. Sin embargo, cuando estaba dentro de la carpa no entendí bien lo que decían de Rivera y Arrimadas. Vítores a la lucha obrera, incitación a saltar “como si en el suelo estuviera Pablo Casado”.

Todos iban de rojo y se escucharon grabaciones de diversos discursos comunistas. Como la M.O.D.A., eran 7, estaban perfectamente uniformados, y como ellos, tenían una coherencia estética absoluta. La política, al contrario que en el caso de El niño de Elche, era absolutamente militante y esencial en su discurso, no una decisión artística. El público respondía, tanto bailando, como haciendo pogos circulares o respondiendo al discurso: se extendió un atronador “Alsasukoak askatu”. Tocaron su Bienvenido al paraíso que es una versión libre del Rockin’ In The Free World de Neil Young -tan libre que dice cosas como “Aquí no vemos a los pobres por La Sexta”. También sonó Mucha policía, poca diversión de Eskorbuto. Eché de menos algo de rivalidad ya que había tantos raperos en la ciudad. Tangana había tenido enfrentamientos con Los chicos del maíz en su día, con canciones y demás parafernalia. Pero no hubo ninguna referencia entre unos y otros. Los Riot y su propaganda estaban dedicados a las élites. ¡Abajo la reforma laboral!

Y por fin llegó el último grupo, Berri Txarrak. Digo “por fin” porque creo que era evidente que muchos de los asistentes estaban allí principalmente por ellos. No defraudaron a su público. Salieron como un verdadero ciclón y dieron caña hora y media. Una puesta en escena sencilla, lejos de la elaborada búsqueda de estética de muchos de los otros grupos que han pasado por este festival. Simplemente tocar con energía y a lo sumo subirse al mismo tiempo en sendos bancos de metal al borde del escenario. Esa es, en definitiva, su seña de identidad: rock sin tonterías. Era lo que el público quería que, además, conocía perfectamente todas las letras.

Not my cup of tea.

Lo más importante de esta edición es que calla la eterna queja del espectador pasado los cuarenta, disgustado porque la juventud no está interesada por los conciertos. Pues sí, sí que están interesados, pero por su música. Ahora, la queja es que su música es un horror. Claro, lo ha sido la de todas las generaciones.