Según sus propias palabras en rueda de prensa, Brillante Mendoza quería hacer un retrato de lo que pasa en su país. Y eso es lo que ha hecho. Más que una película policíaca sobre la lucha contra el narcotráfico, Alpha, The Right to Kill trata sobre la corrupción de la policía y su lucha violenta. Lo que está ocurriendo en Filipinas es denunciado por organismos internacionales, pues en esa lucha contra el narcotráfico se están vulnerando derechos humanos y, principalmente se está purgando a los sospechosos disparando antes de preguntar.
Para hacer este retrato, Mendoza recurre a su estilo habitual. Recoge el contexto, el ambiente. Sabe captar bien el desorden, el caos, la basura. Ese calor y ese viento necesario tan propio de las películas del sudeste asiático (lo hemos visto en esta misma edición del festival en Manta Ray). El sonido es crudo, recogido sin medios, como el audio que recogería una grabación amateur. Esto provoca dos cosas, y creo que ambas las quiere Mendoza a su favor: por un lado, el realismo de lo que parece un grabación aficionada; por otro lado, una sensación molesta, desagradable, que contribuye a aumentar el caos.
Mendoza nos muestra un abanico de personajes en situaciones bien distintas. El pobre diablo (Alpha) que trafica y delata para sacar adelante a su familia; el policía corrupto y sin escrúpulos que también tiene cierta necesidad económica y que en el entorno familiar se muestra como una padre modélico; la dirección policial que necesita cumplir expediente al tiempo que sortear las acusaciones de la prensa. En cualquier caso, una situación que mueve a todos a delinquir y a perder la noción del bien, como la corriente de un río de corrupción. Un problema estructural, como sucedía en El reino de Sorogoyen.
Algunos momentos de thriller, o incluso acción, interesantes, como la primera redada o el control policial. Contrastan con la estética casi documental y muy creíble. Queda lejos, en cualquier caso, de algunos de los mejores trabajos de Mendoza, como Kinatay, donde se conseguía una atmósfera mucho más asfixiante y donde la apuesta era bastante más atrevida. Sobra un poco la reiteración de los sistemas de tráfico, aunque siempre se agradecen las escenas de drogas y bebés. Casan bien, ya lo saben Danny Boyle y Eloy de la Iglesia.
En definitiva, una película que está un punto por encima de un policíaco al uso y que es más entretenida que un drama documental sobre la situación en Filipinas, pero no ofrece nada especialmente nuevo.