La tercera película de Rodrigo Sorogoyen es un thriller político que, probablemente, va a dar mucho que hablar en los próximos meses. Nos podemos aventurar a pronosticar que tendrá numerosas candidaturas para los Goya y que su recorrido en taquilla (esto es más imprevisible) será notable. Las razones: un reparto magnífico en el que destaca un Antonio de la Torre magnífico, un posicionamiento crítico contra un tema tan actual como la corrupción y una dirección magnífica que consigue transmitir la angustia y la presión de su protagonista y dotar a la narración de un ritmo endiablado. Esta huida hacia adelante de un político es tan reconocible como un telediario, pero muchísimo más entretenida.

Rodrigo Sorogoyen ha demostrado en tan sólo tres películas que es un cineasta que no tiene ganas de acomodarse. Ni en estilo, ni en género. Si en Que Dios no perdone rodó un policíaco con aromas a David Fincher, El Reino tiene una marcada influencia de Michael Mann desde su primer plano que nos lleva directamente a El dilema. La cámara siempre siguiendo al colosal De La Torre, muy de cerca, con planos muy cerrados, planos secuencia cámara en mano, contrapicados, con un ritmo frenético pero nada embarullado. A nivel de dirección, Sorogoyen logra la cotas más alta de su carrera. Generando atmósfera y secuencias de una larga tensión in crescendo, algo que también exploró en su premiado corto Madre.

En el apartado de guión, firmado por Sorogoyen e Isabel Peña, El Reino también está lleno de buenas decisiones. Evitar las siglas es una de ellas. Aunque todos juguemos -y es un juego divertido- a hacer paralelismos con la realidad (hay, por ejemplo, una libreta de contabilidad B con iniciales) personalizar en un partido hubiera sido simplificar el mensaje de la película, más orientado a un sistema, a un tipo de sociedad que a unos casos concretos que no son más que el síntoma de los errores de ese sistema. Otro acierto es no explicar la trama delictiva. Sabemos, por desgracia, bastante de como son las comisiones, mordidas, 3%, sociedades fantasmas, testaferros y demás, como para necesitar explicarlo. El Reino trata más sobre la arrogancia y la sensación de impunidad, de la huida hacia adelante de quién se cree invencible y de lo duro que resulta encontrarse de golpe con la soledad cuando eres señalado.

Sorogoyen y Peña evitan los subrayados y con varias frases, situaciones y guiños reflejan muy bien la atmósfera y el carácter tanto de los personajes como de la sociedad en la que viven. Las excusas y el autoengaño (lo que nos conecta con la película Apuntes para una película de atracos que vimos ayer) el convencimiento de que las cosas son así y así hay que jugar. El daño que el escándalo hace a la familia también queda reflejado sin aspavientos ni necesidad de artificios. Especialmente brillante es la construcción de la última escena, con la gran Bárbara Lennie, a partir de 3 escenas breves anteriores que generan el clímax adecuado. No diré más para mantener la incógnita, sólo que en mi pase hubo aplausos.

Corrupción hay en todos los países y creo que este argumento es fácilmente trasladable a cualquier país, del mismo modo que vemos cualquier película rumana o americana, por ejemplo, y más allá de pequeños localismos sentimos cercano el proceder y los modos del poder corrupto. Eso si, los localismos de El Reino están tan bien captados, reflejan tan bien lo que sentimos al ver las noticias, reflejan tan bien esa parte del mundo que no puedo evitar pensar que El Reino es Marca España. Y, cómo diría Pablo Casado, «que viva el Rey».