Aparentemente, Rojo de Benajamín Naishtat, es una extraña historia de cine negro en la que hay casos inconexos. Lo cierto es que es el fondo lo que tiene más importancia y que da cierto sentido a la película completa: el tiempo previo a la dictadura de Videla en Argenitna. Se podría decir que es un Huevo de la serpiente de esta dictadura, o por acudir a un título más reciente, un La cinta blanca. El ambiente previo al golpe de estado ya estaba enrarecido por la propaganda contra el gobierno -como se deja escuchar en alguna emisora de radio- y por un apoyo de cierta parte de la sociedad civil. Por cierto, la propaganda de la radio dice una frase vacía y enérgica, algo como “los argentinos están hechos al derecho, al contrario de lo que nos están haciendo creer” que podría perfectamente adoptar hoy mismo Pablo Casado y rematar con un viva el rey. No es casualidad que uno de los personajes clave que aparecen para intervenir sea chileno -donde ya estaba Pinochet- y que además le veamos rezando en una iglesia -otro de los apoyos del régimen por llegar. Este personaje, severo, marcial, tiene una ética bastante relajada cuando la víctima no comparte su espectro ideológico.
En Rojo hay desaparecidos por todas partes. No son los desaparecidos de la dictadura, aún, pero ya apuntan maneras. Son desaparecidos por disputas absurdas en una sociedad crispada en la que nadie quiere perder su silla. Otros han tenido la mala suerte de toparse con cuatro jóvenes cargados de odio irracional contra gente con guitarra, unos fascistas muy claros. Incluso hay desaparecidos por arte de magia. Lo que también hay es corrupción, que parece ser el tema de la sección oficial del Festival de San Sebastián de este año. Una corrupción que se aprovecha de quienes salen mal parados por el cambio inminente, que hacen negocio. Como en España, vamos, aunque no hablemos de ello de manera tan clara como lo hacen los argentinos. Y es que, en Argentina sí que hablan a fondo de su pasado, no solo haciendo drama de época sino cine abiertamente político, como la interesante Eva no duerme que vimos hace 3 ediciones, aunque era otra dictadura anterior.
La película está llena de metáforas aunque seguramente las entenderán mejor allí o quien esté verdaderamente empapado de la historia reciente de Argentina. Una de las más llamativas es la del eclipse. Un evento a la vista de todos para el que cada ciudadano reacciona de forma diferente. Una señora está esperándolo con interés, hay quien reparte gafas para que la imagen no sea tan agresiva, otros miran un rato pero prefieren seguir con su fútbol… En cualquier caso, todos, lo miren o no, quedan en la oscuridad. Oscuridad roja como la sangre.
Aunque la película se sostiene principalmente por esos cimientos políticos, es mucho más. Es un juego de género a modo de tributo retro, con una banda sonora exagerada y con planos que ya no usa ni De Palma. Es un estudio de comportamiento de personajes, generando situaciones embarazosas ya desde la primera secuencia. Después, de forma explícita, la profesora de teatro habla de eso, de “la intención” y lo escenifica creando una situación incómoda, en lo que parece una referencia clara al propio estilo de la película. Estas situaciones funcionan muy bien por su reparto, especialmente el proatagonista, Darío Grandinetti que está inmenso ya en la primera secuencia; y el siempre genial Alfredo Castro, en el papel de ese imposible detective chileno de la tele.
Una película para reposar y para revisar.