Hay una frase tópica y tonta que me saca bastante de quicio cuando se usa como argumento serio que es la de que es más fácil hacer reír que hacer llorar porque hasta una cebolla puede hacer llorar. Sin embargo sí que creo que hay algo más fácil que hacer reír o llorar, dar lástima. Lo sabe cualquier bebé o niño pequeño que recurre a las lágrimas y el llanto desconsolado para reclamar atención (no sólo los niños recurren a eso, es cierto). También lo sabe Nadine Labaki la directora libanesa que se dio a conocer en 2007 con Caramel y que en su tercera película, Cafarnaúm, recurre a ella, a la lástima, de una forma casi obscena.
Cafarnaúm está ganando premios del público de manera casi infalible en cada festival en el que participa. En el Zinemaldia le ganó la muy superior Un día más con vida, pero a cambió se llevó una grandísima ovación en el multitudinario pase del velódromo. También se llevó el premio del jurado en el Festival de Cannes y está nominada al Oscar a mejor película en habla no inglesa. Es, sin duda, una de las películas más aplaudidas del año y lo ha logrado a partir de la explotación sin escrúpulos de un amplio catálogo de miserias: trabajo infantil, desnutrición, pobreza, violencia doméstica, crisis de migrantes, tráfico de personas, pedofilia…
La película comienza en un tribunal de Beirut, donde conocemos a Zain (Zain Al Rafeea, un refugiado sirio en la vida real), un niño de unos 12 años que cumple condena por un crimen violento y que ha decidido denunciar a sus padres por haberle traído al mundo. A partir de ahí, y a modo de flashbacks, conoceremos la vida de mierda que el pobre chaval ha llevado para llegar hasta esa situación. La pocilga en la que vive entre cucarachas, el agua marrón saliendo por el grifo, unos padres que entregan a su hija de 11 años en matrimonio a cambio de unas gallinas, una dieta a base de hielos con azúcar… todo bien subrayado, sin sutilezas y mostrado de manera superficial y tramposa, renunciando a la contextualización o al desarrollo de personajes y buscando emocionar por aplastamiento. Un aplastamiento provocado por la acumulación de tragedias.
A lo largo del metraje volvemos al juicio en numerosas ocasiones. Es un recurso que Labaki usa para verbalizar y subrayar lo que entre tanta acumulación de tragedias igual no ha quedado claro, que todos los implicados son víctimas del sistema y se sienten como cucarachas. Sin embargo, al quitarles el contexto o el desarrollo a las situaciones, en realidad parece que balbuceen justificaciones que no sirven para desarrollar unos personajes planos. Al no haber arco argumental, sólo acumulación y reiteración, el juicio tiene más de lastre que de recurso narrativo. Lo más destacable de la película es la naturalidad de Zain (cuando Labaki no le hace hablar como a un adulto) que contrasta con lo calculado del manipulado guion y hace aún más evidente sus trucos. Lo mismo que ocurre con las tomas cámara en mano, casi de estilo documental, que dan paso a planos que parecen fotos de instagram y a un abuso de los planos de dron (que pase pronto esta moda, por favor). Es decir, la labor de dirección está a la altura de su guion.
Supongo que Labaki se habrá sentido conmovida con las historias que le contaron sus actores en la vida real, situaciones no muy alejadas de algunas que se muestran en Cafarnaúm. Con todo ese material Labaki podría haber rodado una película que removiera al espectador ante ese mundo que existe y no solemos querer ver, podría haber rodado una historia con personajes por los que sentir empatía, podría haber hecho muchas cosas mejores que apoyarse en la lástima y explotar la pornografía emocional. Pero el suyo es el camino fácil y parece que a gran parte del público le funciona.