Reseña de El Faro
En 2015 Robert Eggers se dio a conocer con La bruja, una película que, con un planteamiento austero, construía una opresiva atmósfera para convertir un relato folk en una asfixiante historia de terror. Una de esas películas que con su calidad consiguió ser tenida en cuenta más allá del nicho de los amantes del cine fantástico y de terror. Cuatro años después, ha presentado su segunda película, The Lighthouse, en la Quincena de Realizadores de Cannes y parece que Robert Eggers ha vuelto a conseguir que la crítica caiga rendida a sus pies de manera casi unánime,
The Lightouse transcurre a finales del siglo XIX en una pequeña isla habitada por únicamente dos personas: Los dos hombres responsables de cuidar el faro. En principio están allí destinados para cuatro semanas con la única compañía de las gaviotas y las inclemencias climatológicas. El encargado es un viejo gruñón y malhumorado llamado Thomas Wake (Willem Dafoe) que humilla constantemente a su ayudante, el joven Ephraim Winslow (Robert Pattinson) al que ridiculiza por querer seguir el protocolo. Por las noches, bien cargado de ron, Thomas se relaja y la relación de los dos hombres parece mejorar.
No hay más personajes en toda la película y los escenarios se limitan a la casa, el faro y los campos que la rodean. Eggers filma todo esto en blanco y negro con un asfixiante formato casi cuadrado y dando muchísima importancia al sonido. La sirena del faro, los crujidos de la madera, el sonido del viento y la tormenta o los pedos de Thomas forman la única y esquizofrénica banda sonora. A medida que la película avanza el nivel de alcohol sube, la climatología empeora y el ambiente se torna en más y más opresivo.
El ruido aumenta, la niebla lo tapa todo, la lluvia se cuela por las grietas del techo y el viento golpea las ventanas. Los dos hombres se refugian en una locura dipsomaníaca que aprobaría el protagonista de The Máster. Mientras Thomas levanta su botella desprendiendo un aura de capitán Ahab y brindando en un inglés marinero y antiguo, Ephrain confiesa sus secretos y trata de averiguar los de su compañero. Cuesta distinguir lo que es real de lo que es inventado, para el espectador y para los propios personajes. Herman Melville, Shakespeare y Allan Poe juntos en una borrachera demencial.
Willem Dafoe y Robert Pattinson están absolutamente soberbios. El primero con esa presencia suya tan magnética capaz de aparecer como una especie de deidad griega en un plano y como un borracho miserable en el siguiente. Inquietante, fascinante y repulsivo a la vez. Pattinson, por su parte, no sólo le aguanta el tipo sino que se bate de tú a tú con Dafoe en una interpretación muy física en la que su personaje comienza un descenso a los infiernos entre alcohol, ensoñaciones, fantasías masturbatorias y ¿paranoias? A Pattinson, que será el próximo Batman, muchos le siguen etiquetando como «el de Crepúsculo» a pesar de tener desde hace años una carrera interesantísima ligada al cine de autor más arriesgado y a atreverse con papeles como éste tan alejados de cualquier convencionalismo.
Eggers demuestra un control absoluto de la dirección y de todos los recursos que tiene a su alcance. El sonido, el montaje, la composición del plano, todo funciona como un reloj en esta salvaje película que revienta todas sus influencias para hacer algo nuevo y poderoso que sigue retumbando en nuestras cabezas mientras tratamos de averiguar el significado de lo que acabamos de ver.