Reseña de The Florida Project

La nueva película de Sean Baker, director de la notable Tangerine, fue una de las grandes triunfadores de la Quincena de Realizadores este año. Una de esas películas que dio argumentos a quienes decían que la Quincena tenía mejores películas que el propio Festival de Cannes. The Florida Project gira en torno a un grupo de gente abocada a vivir en los moteles baratos que pueblan la decrépita trasera de Disney World en Orlando. Esa américa olvidada, desamparada y marginal, que aunque vive ajena al éxito capitalista no deja de ser su consecuencia directa.

Sean Baker utiliza el punto de vista de una niña de seis años y sus amigos que juegan en los alrededores del Magic Castle Motel de color púrpura a un tipo de juegos muy diferentes que el de la mayor parte de niños de su edad. Eso si, no han perdido la ingenuidad, imaginación e inocencia propia de esa edad. En ese mundo de colores, escenarios, tiendas con formas de fruta y hoteles con apariencias de nave espacial, imaginarán castillos, reinos especiales, juegos y complicidades. Ante la práctica ausencia de algún tipo de guía o figura de referencia, los niños harán travesuras -algunas mayores que otras- buscarán los límites de lo que está permitido y vivirán pensando únicamente en lo que les gusta. Como cualquier otro niño, sólo que en un entorno distinto y sin ser conscientes del futuro que les espera.

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Entre los adultos sobre todo destacan dos. Por un lado Halley, la madre soltera de una de las niñas, que vive de una manera despreocupada tratando de divertirse y de conseguir dinero rápido para parchear sus problemas. Su irritable carácter y su falta de previsión le condenan a un futuro gris en ese mundo de colores. El futuro que nosotros espectadores imaginamos para sus hijos pero que ella, anclada en el momento más inmediato, es incapaz de ver. El otro personaje adulto es Bobby (Willem Dafoe), responsable del Motel y que es lo más parecido a una figura paterna que tienen tanto los niños como Halley. Sean Baker acierta a grabarle otorgándole una grandeza que le hace destacar, como un solitario caballero andante, entre toda la decadencia que le rodea. Una decadencia que es captada por la fotografía de Alexis Zabé con una rica paleta de colores en 35mm. Una decadencia que anuncia un futuro gris, que se ve aún más gris por el contraste con esos colores y los ecos de las risas infantiles.

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La película de estructura de manera episódica sin dar demasiada importancia a ningún hilo narrativo. Cada episodio avanza un poco más en la exploración de ese mundo tan cercano geográficamente al nuestro, pero tan alejado de nuestras problemáticas. Quizá algo de tijera en alguno de los episodios más artificiales no le hubiera venido mal a la película, pero la frescura de los niños, la naturalidad de las actuaciones y el buen hacer de la cámara de Baker mantienen el interés de la película en todo momento. Muy destacable es el último plano, el único grabado en digital, una decisión cargada de simbolismo.

The Florida Project hace un buen díptico con American Honey de Andrea Arnold, aunque uno se preguntaría si esta sería la precuela o la secuela. Si estos niños se convertirán en los protagonistas de aquella o si son sus hijos. La mejor metáfora de la película es una en que la niña protagonista dice “este es mi árbol preferido, porque aunque está roto sigue creciendo”, en ella se resume toda la película.