Venecia 2020: Cine que ni sorprende ni emociona
Y mientras avanza la Mostra, el concurso sigue languideciendo a la espera del cine grande. Sin grandes desastres, pero sin títulos indiscutibles en la competición pasamos el ecuador del Festival. Ni los niños iraníes de Majid Majidi, ni el western lésbico de Mona Fastvold, ni el cine que vino de la Europa excomunista de la mano de Malgorzata Szumowska y Andrey Konchalovskyi han desatado pasiones. Fuera de concurso, se ha presentado la ópera prima de la actriz Regina King, un producto solvente y eficaz, pero que ni sorprende, ni emociona.
Sun Children de Majid Majidi
El director de Baran debuta en la competición del festival Venecia con esta película dedicada a los más de 152 millones de niños y niñas que en todo el mundo deben trabajar para mantener a sus familias y que son explotados y no pueden acceder a la educación. Su protagonista es Ali, un chaval de 12 años que trabaja en un garaje y/o donde sea para subsistir, que junto a sus tres amigos deberá conseguir rescatar un valioso tesoro enterrado bajo una escuela que se dedica a educar a niños de la calle u obligados a trabajar.
La dedicatoria, de primeras, puede dar mucho miedo. O al menos despertar algún recelo. Porque Sun Children es una película iraní sobre niños que deben trabajar de lo que puedan para mantener a sus familias. De ésas en las que los niños protagonistas han sido seleccionados a través de un casting en el que participaron miles de chavales obligados a trabajar desde muy pequeños.
Pero afortunadamente el enfoque que Majid Majidi da a su historia es luminoso, el tono ligero y el ritmo vivo. No evita mostrar las duras condiciones de vida de estos niños, sus luchas y sus sufrimientos, pero también su instinto de supervivencia, su imaginación, su compañerismo y su espíritu de lucha. Sun Children se plantea como un juego, como una aventura, como es casi todo cuando uno es niño. Con atención a los detalles del día a día de los chavales. Y sin por ello frivolizar o edulcorar las vidas de los protagonistas. De hecho, la forma en la que Majidi refleja el cavado del túnel en su búsqueda del tesoro, recuerda al trabajo en una mina. Y deja bien claro que gran parte de lo que hacen, lo hacen obligados por sus circunstancias, no por su deseo. Pero no necesita cargar las tintas, ni regodearse en sus miserias para transmitir las duras condiciones en las que viven sus personajes. El mensaje y la denuncia llegan, pero sin necesidad de recrearse en la desgracia.
The World To Come de Mona Fastvold
La noruega Mona Fastvold, coguionista de La infancia de un líder y de Vox Lux: el precio de la fama ambas dirigidas por Brady Corbett, tras presentar su ópera prima The Sleepwalker en el Festival de Sundance, da el salto al de Venecia con The World To Come, protagonizada por Katherine Waterstone, Vanessa Kirby, Cassey Affleck y Christopher Abbott.
Partiendo de una historia corta de Jim Shepard, adaptada al cine por él mismo y Ron Hansen, guionista de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, The World To Come, a pesar de su cuidada puesta en escena, su fotografía naturalista, su reparto solvente o su ambientación impecable, es lo que podríamos denominar de ‘cine comentado’. Durante la inmensa mayoría de los 104 minutos de duración de la película lo que escucha el espectador es la voz en off de su protagonista contando lo que ocurre, lo que piensa, sus motivos y sus preocupaciones. Un texto bello y poético, sí. Pero que demasiado a menudo no hace sino incidir sobre lo que ya estamos viendo en la pantalla. The World To Come es de esas películas que parece llevar ya el audiocomentario incorporado.
Una historia sobre la apasionada historia de amor entre dos mujeres en la América de la segunda mitad del siglo XIX, sobre la represión masculina, sobre las duras condiciones de vida de los pioneros y sobre la capacidad de adaptación del ser humano, lastrada por la omnipresencia de ese texto que por muy bello y poético que sea aplasta la película, que no la deja respirar y la convierte en algo tan frío y distante como el entorno que rodea a sus personajes en la primera mitad del film.
Never Gonna Snow Again de Malgorzata Szumowska y Michal Englert
Toda una habitual de la Berlinale donde entre otros premios recibió el de mejor dirección por Cialo y el Gran Premio del Jurado por Mug, la polaca Margorzata Szumowska, que comparte crédito en la dirección con su director de fotografía habitual Michal Englert, debuta en la Mostra de Venecia con Never Gonna Snow Again, una melancólica parábola sobre polacos ricos que encuentran consuelo en un masajista venido de la antigua URSS.
El protagonista del film es Zhenia (Alec Utgoff, recién salido de la tercera temporada de Stranger Things) , un misterioso masajista ucraniano convertido en la solución de gran parte de los males de los habitantes de una urbanización de lujo. Con sus manos, con su voz, con su acento y con su presencia será capaz de dar seguridad, cobijo y tranquilidad a sus clientes.
Sus clientes son polacos de clase alta con los asuntos económicos resueltos, pero con distintos tipos de crisis personales, que envían a sus hijos a un colegio francés porque occidente es lo que mola. Viven en una urbanización de lujo sin terminar de desarrollar (el boom económico de Polonia al parecer se quedó a mitad de camino) de casas unifamiliares de laboratorio todas iguales que permiten un escaso tuneado exterior para personalizarlas. Un mundo prefabricado que despersonaliza, desubica y hace perder las raíces a sus habitantes.
Los directores retratan esta urbanización prácticamente como un laberinto en el que todas las casas, todas las calles, todos los jardines se parecen demasiado. Incluso repiten la misma ubicación de cámara para habitaciones equivalentes de distintas casas para realzar esa clonación de los aspectos exteriores de sus vidas. Un mundo gris en el que no hay lugar para la individualidad. Son lo que se supone que deberían ser. Los polacos en democracia, aunque hayan triunfado económicamente, siguen viviendo en un mundo gris lleno de rígidas ataduras.
Con tranquilidad, sin prisa, pero sin pausa, pero también a falta de un poco más de pegada, la película irá revelando las miserias y los problemas de este grupo de privilegiados, a veces recurriendo a un fino humor y mostrando que la solución está en ese masajista que les habla en ruso o con acento ruso y que quién sabe, les hace añorar un tiempo pasado en el que fueron más felices.
One Night in Miami de Regina King
La ganadora del Oscar a la mejor actriz secundaria por El Blues de Beale Street y de tres Emmys, también como intérprete, debuta en la dirección cinematográfica con esta adaptación de un texto teatral de Kemp Powers. Un relato ficcionado de un hecho real: el encuentro la noche del 25 de febrero de 1965 del boxeador Cassius Clay (a punto de convertirse en Mohammad Ali), del líder de la Nación del Islam Malcolm X, del cantante y productor musical Sam Cooke y del ídolo del fútbol americano Jim Brown para celebrar el título mundial que acababa de ganar el primero de los mencionados.
One Night in Miami no sorprende. Tampoco lo intenta. Ni en su texto, ni en la forma en la que éste se adapta la pantalla grande. Estamos en la América de los 60. Los años de la lucha de los derechos civiles. Si es que alguna vez desde entonces han dejado de serlo. Porque 55 años después de que ocurrieran los hechos de la película y 7 años después de la primera representación de la obra, habrá cambiado el decorado, hasta habrá habido un presidente afroamericano, pero lo que plantea sigue estando de plena actualidad. Algunos de los hechos mostrados en la película ya no se dan en la actualidad, al menos de forma oficial o de forma tan frecuente, pero la oportunidad de la reivindicación se mantiene. Regina King no pretende mostrar simplemente unos hechos del pasado, sino utilizarlos para denunciar el presente.
Los cuatro líderes de la comunidad afroamericana, cada uno en distinta época de su carrera profesional, con distinta experiencia de la discriminación racial y con distinta intención sobre cómo luchar por hacer valer sus derechos y luchar contra el racismo celebrarán el éxito de su amigo, pero sobre todo debatirán, discutirán y se reprocharán sus distintas actitudes y estrategias para hacer frente a la discriminación: el enfrentamiento directo, aliarse con los blancos en beneficio de los artistas de color…
King ni siquiera intenta disimular el origen teatral de la película. Pero One Night in Miami es algo más que teatro filmado. Su puesta en escena y su planificación consiguen mantener el pulso y la tensión cinematográfica. Y King deja hacer a sus buenos actores. Su acercamiento es más racional que realista. La emoción llega más por el pensamiento que por la rabia. El texto obliga. Y King lo respeta. Buen texto, buenos actores y bien filmado. Nada más y nada menos.
Dear Comrades! de Andrey Konchalovskyi
Con una filmografía de lo más variopinta que pasa de sus numerosos premios en festivales de primera fila como Cannes, Venecia, Karlovy Vary o San Sebastián a productos del Hollywood más comercial como Tango y Cash, el veterano director ruso Andrey Konchalovskyi participa por sexta vez en la competición por el León de Oro, 54 años después de su estreno en la Mostra. En sus dos últimas participaciones con Paraíso y El cartero de las noches blancas se llevó en León de Plata al mejor director.
En Dear Comrades nos lleva a uno de los tantos hechos oscuros de la historia del siglo XX en la URSS, la matanza de Novocherkask, los días 1 y 2 de junio de 1962 en la que una huelga en una fábrica desemboca en una manifestación pacífica ante la sede del todopoderoso Partido Comunista y en la matanza de decenas de trabajadores que se mantuvo en secreto hasta 30 años más tarde. Como dice uno de los personajes en la película ¿cómo puede ser una huelga en un país comunista? Konchalovskyi no nos dará las razones, pero nos contará sus consecuencias.
Su protagonista es Lyudmila (Yuliya Vysotskaya), miembro del Partido Comunista y veterana de la Segunda Guerra Mundial, que ve como en unas horas, todos sus ideales, sus referencias y sus dogmas saltan por los aires cuando la desaparición de su hija tras la manifestación de los obreros de una fábrica y la represión por parte de las fuerzas de la autoridad, la llevan a pasar del lado de los privilegiados al de los oprimidos de la sociedad.
Konchalovskyi recrea los hechos que ocurrieron en Novocherkask desde el punto de vista de su protagonista. En blanco y negro y en formato 4/3. Detalles de su vida, de su apartamento o de la relación con su hija. Sus descalificaciones y las del resto del establishment a la protesta desde su situación privilegiada, la burocracia y la obediencia a Moscú y finalmente su odisea en busca de su hija. El director ruso deja siempre a los manifestantes y a las víctimas, sus causas y sus reivindicaciones, como mero telón de fondo. No importa por qué protestaban. Sino lo que les ocurrió a los que lo hicieron.
Pero a pesar de esto, su aproximación a la masacre y a la desgracia de su protagonista resulta fría y distante. El despliegue de medios en pantalla es evidente, el dramatismo de los hechos narrados indudable, la intriga está bien construida, el pulso de la narración irreprochable. Pero su puesta en escena y su planificación tan precisas dan como resultado un relato frío y distante.