Reseña de Nunca, casi nunca, a veces, siempre
A veces nos parece saberlo todo de una película leyendo la sinopsis. A veces, más de las que quisiéramos, acertamos. Vivimos en una época dominada, en casi todos los ámbitos, por los análisis previos y la falta de riesgos. En el deporte, en los negocios, en el arte, se funciona igual que se cocina en una Thermomix: se incluyen los ingredientes perfectamente pesados y se cocinan durante el tiempo exacto, sin espacio para la improvisación o la intuición. Por eso, al leer que Nunca, casi nunca, a veces, siempre trata sobre una adolescente estadounidense que decide abortar, inmediatamente nos hacemos una idea de la película que vamos a ver. Si sabemos que ha sido premiada en Sundance vamos perfilando la idea. Cuando vemos el ambiente opresivo que se refleja en los primeros minutos -la comunidad cerrada de un pueblo de Pensilvania, un padrastro malvado, un jefe pervertido- nos reafirmaremos en nuestras convicciones. Para descubrir, inmediatamente, que estamos equivocados. Muy equivocados. Porque Nunca, casi nunca, a veces, siempre es una película muy especial, una joya que confirma a su directora, Eliza Hittman, como una cineasta a seguir muy de cerca e invita a revisar sus dos anteriores películas, It Felt Like Love y Beach Rats.
En realidad, si nos libramos de prejuicios, podremos observar que Nunca, casi nunca, a veces, siempre ya comienza mostrando alguna de sus virtudes: la precisión quirúrgica de Hittman para definir personajes, situaciones y entornos sin tener que explicarlos, sin subrayarlos y sin enunciarlos en voz alta. Cuando eliminas lo superfluo cualquier detalle que queda es importante y en la primera escena, una especie de concurso de talentos en el instituto, nada sobra. Empezando porque Autumn (Sidney Flanigan) cante He Got the Power de The Exciters, en una sentida versión folk, cuya letra «Me hace hacer cosas que no quiero hacer / Me hace decir cosas que no quiero decir / Y aunque quiero romper / no puedo dejar de decir Lo adoro / No puedo dejar de hacer cosas por él « no solo describe a la perfección el entorno en el que Autumm (Sidney Flanigan), como otras muchas chicas, tiene que vivir, también adquirirá un nuevo sentido más adelante, en la escena que da título a la película.
Eliza Hittman hace despegar la película cuando Autumn abandona el pueblo rumbo a Nueva York, a una clínica abortiva. Una decisión pragmática que toma ayudada por Skylar (Talia Ryder), su prima. No hacen falta diálogos que lo justifiquen o muestren el apoyo. Sólo miradas, actitud y un par de gestos. Así va a ser el resto de la película, construyendo una preciosa relación entre las dos jóvenes sin necesidad de verbalizar sus sentimientos. Un poco de maquillaje en el baño puede ser la mejor reconciliación, agarrar de la mano el mejor agradecimiento y muestra de apoyo. Sidney Flanigan y Talia Ryder realizan dos de las mejores interpretaciones del año. No es fácil alcanzar el tono de contención y naturalidad que consiguen estas dos jóvenes actrices.
Luego está todo lo que rodea a las chicas, la ciudad y sus gentes. Eliza Hittman logra mostrar las dificultades y peligros que tienen que soportar las jóvenes sin tremendismos, sin melodramas, sin la necesidad de mostrar Nueva York como una jungla hostil. La ciudad, captada por una bella fotografía en 16mm, no parece un mal lugar para pasar el rato. Autumn y Skylar tienen otros problemas y simplemente tratan de pasar el tiempo con el poco dinero que tienen. Sin embargo veremos pequeños gestos, ciertas actitudes, que dejan clara la facilidad de un hombre para invadir la privacidad de una mujer.
La película de Eliza Hittman es dolorosamente real. Sin recurrir a las lágrimas para subrayar ese dolor. Sin juzgar a las protagonistas, a las clínicas, a los fríos cuestionarios o al sistema en general. Sin necesidad de contarnos quién es el padre -imaginarlo a partir de lo que vemos puede ser terrible-. Eliza Hittman respeta tanto a sus personajes como al espectador y confía en que vamos a ser capaces de entenderlo todo sin que se nos lo expliquen o nos lo subrayen. Así, ha construido una película que perdurará en el tiempo. Una película que habla del dolor, del miedo y de los demonios interiores, pero también de la amistad, la determinación y la esperanza. La esperanza que nos deja ese soleado último plano.