Si solo fuese por sus cielos, ‘París, Texas’ sería ya un deleite. Amplios y luminosos como pocos, recuerdan por su majestuosidad a los de los westerns de los 50 (y muy en concreto a los de ‘Centauros del Desierto’) y son un espectáculo en sí mismos, una justificación para revisitar una y otra vez esta joya cinematográfica y gozarla fotograma a fotograma.

Si solo fuese por sus localizaciones, tanto las del desierto como las urbanas, nos trasladaríamos a un lugar ya transitado por nuestra mirada, a un escenario que rezuma tanto y tan buen cine que para muchos cinéfilos, en especial los de la generación de Wim Wenders, alcanza el estatus de mítico: América. Y ese viaje por nuestra memoria fílmica hacia tantas historias y personajes imborrables, por sí solo, también merece la pena.

Si solo fuese por el slide de Ry Cooder y por sus desoladoras notas, estaríamos ante una banda sonora imperecedera, una música que nos abre siempre el corazón.

Si solo fuese por sus diálogos, por su sencilla brillantez, podríamos decir con seguridad que el guión de ‘Paris, Texas’ es una obra maestra. Cierto es que a la película tiene carencias de ritmo (causadas probablemente por la forma de rodar de Wenders, con el guión aún por cerrar, finalizándolo durante el rodaje), pero la intensidad emocional de muchas de sus escenas reside, además de en los actores, en el exquisito texto de Sam Shepard y en la magnitud de los personajes que lo habitan.

Si solo fuese por su color, por sus tonos y texturas (qué brillante resulta el trabajo de Robby Muller), esta sería una de las películas mejor fotografiadas de las historia. Pero es que además su función no es meramente estética: Wenders lo dota de una componente emocional (el rojo simboliza las heridas de Travis, sobre todo las del pasado; el verde, que funciona a veces como puerta entre los diferentes estados de ánimo del protagonista, representa el camino hacia la curación, y a veces, cuando es menos estridente, se asocia al hogar), y lo hace de forma inteligente, sofisticada y hermosa.

Si solo fuese por el trabajo de Harry Dean Stanton, extraordinario por momentos (sobre todo cuando la historia le exige contención), tendríamos una interpretación sublime, la cúspide de su carrera, una cima inalcanzable para muchos. 

Si solo fuese por su última media hora, sobresaliente en todos sus aspectos (destacaría de ella el trabajo actoral y la puesta en escena de Wim Wenders, magnífica en cuanto al montaje y la composión de los planos, en especial en la escena del peep show), ‘Paris, Texas’ sería entonces una conexión con nuestros sentimientos más profundos, con nuestra máxima emoción, una cuchillada en el alma.

Pero si solo fuese por Nastasjja Kinski, si solo fuese por su Jane y por su jersey de angora… Para qué seguir hablando: