Las ilusiones perdidas, la última película de Xavier Giannoli se cuela sin hacer ruido. Parece ser otra película francesa de época más. Una adaptación de Honoré de Balzac. Seguro que todo muy correcto y elegante. Y sin embargo, está cargada de dinamismo, energía, corazón. Lejos de las ambientaciones acartonadas y académicas. Con una temática rabiosamente actual. Un título muy a tener en cuenta.
Comienza con una estética propia del romanticismo más característico. Paisajes bucólicos, campestres, en Angulema. El personaje tirado en la hierba renunciando a la silla. Plumas, tintas y el sol que se cuela entre las ramas. Amor desmedido, joven, valiente. Caligrafía. Parece Bright Star de Jane Campion (encarnación fílmica de la corriente romántica). Con esto uno se hace ya un esquema de lo que le viene en las próximas dos horas, y se acepta de buen grado porque Giannoli lo está haciendo muy bien. Como espectador me permito perder el cinismo y dejarme vibrar por los paisajes evocadores. Pero entonces, la historia pega un volantazo y nos lleva a París. Se acaba el romanticismo, se acaba el idealismo, se acaba la inocencia y se pierden, por supuesto, las ilusiones.
En París, el romanticismo está ya demodé. No se lleva. Ha dado paso al pensamiento crítico y a su consecuencia casi inevitable, el cinismo. Es el fin de una época. Bien entrado el siglo XIX, ya no hay espacio para la vieja poesía de amores desmedidos e inocentes. Al menos no en París, capital del mundo. Y así la muestra con gran acierto Giannoli, lejos de las ambientaciones estáticas habituales en el cine de época. Nos muestra una ciudad efervescente, frenética, donde los carromatos atropellan las grandes avenidas. Salones repletos de velas que iluminan las fiestas nocturnas sin fin. Una ciudad viva, imparable, veloz. Sí que es la capital del mundo. Las riquezas más obscenas a pocas calles de la pobreza de quien no tiene casi para comer. En París ya no hay espacio para la inocencia. Y el espectador puede volverse cínico ahora, pero seguir vibrando, esta vez el bullicio, las fiestas y la inteligencia.
De este modo, se establece un paralelismo entre la historia personal del protagonista y la de una época en transición. Él se va haciendo mayor, endureciendo el corazón, dejado atrás el primer amor, partiendo de las provincias a la capital, descubriendo el lado más político de la poesía. Al mismo tiempo, el romanticismo va volviéndose rancio, pasado de moda. Los valores que mejor representan esa primera etapa juvenil del protagonista, desaparecen, a cambio de otros que se adaptan mejor a la vida adulta. Y la forma de la película cambia con todo ello. Giannoli nos ha engañado. Se acabó la caligrafía y los días de sol en la hierba, ahora tenemos una historia nocturna, frenética y muy cínica. La manera en la que la forma se adapta a la narración es impecable.
Lo que viene después es una serie de sentencias mordaces, satíricas, ingeniosas y ciertas a su manera. Se habla de las fake news, sí, sí, en el siglo XIX tan vigentes como hoy en día. Del mercado de la Prensa. De los críticos estrella y su falta de escrúpulos. No es necesario leer el libro para hacer la crítica, es más, leerlo podría influir en el resultado. Así lo afirman con descaro y retranca. En ese París nocturno, donde corre el champán a la velocidad de los carromatos, los periodistas más cínicos son los nuevos dioses. Temidos, admirados, famosos. Siempre que sean capaces de situar el impacto por encima de la verdad. La historia se carga de humor incisivo y de ideas brillantes, gracias al material de Balzac -que no he leído pero ya nos ha dicho los más cínicos críticos que no es necesario-, pero suenan actuales y se muestran modernas porque Giannoli sabe trasladarlo todo al lenguaje visual de hoy. Lo hace sin traspasar demasiado los límites del retrato realista, esto no es el Moulin Rouge de Bazz Luhrmann, que buscaba el mismo efecto pero desde la fantasía visual. Esto es creíble, quizá más que las ambientaciones que se empeñan en calcar pinturas de la época, porque más allá de si es fiel o no a la realidad -no lo sé, no soy un experto, aunque pongo en duda que esas velas alcanzasen una iluminación tan clara y homogénea- lo que consigue es transmitir una idea que podemos entender muy bien con nuestra experiencia. Podemos empatizar con la actitud y las emociones de ese París. Una historia época que nos habla de nuestro tiempo.