La cuarta entrega de Matrix, dirigida esta vez en solitario por Lana Wachowski, es una secuela tardía de una saga de culto y como tal, se apunta a la tendencia de veneración que ya venían marcando otras como Blade Runner 2049 o la última trilogía de Star Wars. La obra original se incluye dentro de la película como un elemento más, incluyendo el fenómeno fan. En la secuela de Blade Runner Deckard y Rachel se convierten en mitología mística, son leyenda, aunque en la original solo fueran un policía desgraciado y una replicante. Este cambio solo se entiende a un nivel metatextual, situándolos en el lugar que ocupan como mito en nuestra sociedad. Lo mismo pasa en Star Wars, donde el primer fan es JJ Abrahams. Se construye al personaje Kylo Ren como un fan extremo de Darth Vader, merchandising incluido. No solo son películas para fans, son películas sobre fans y las emociones de los personajes no son muy distintas de las de una Comic Con. Matrix Resurrections juega exactamente a lo mismo pero transgrede la alegoría y se convierte en algo mucho más explícito.
Si El despertar de la fuerza calcaba el desarrollo de la primera Star Wars, se puede decir que esta comienza con los fans revisando la primera escena de la película original. Vale, no es literal, pero me tendréis que conceder que no está muy lejos de serlo. La versatilidad del universo Matrix permite buscar un recurso para hacerlo posible dentro de la acción. Esta ventaja es la que permite que vaya mucho más allá en este campo.
Un reparto joven no muy conocido y no especialmente carismático que comparte espacio con los verdaderos héroes crepusculares, Neo y Trinity. Personajes con actores ya mayorcitos que no tienen un relevo generacional si no es desde la veneración. No se crean nuevos mitos. El sueño del fan, de ese que tiene el funko en su estantería, poder participar de las aventuras de sus ídolos, como si fuera un juego de rol, o una escape room con cosplay. Todo esto estaba en Star Wars y en Blade Runner pero aquí está llevado hasta el punto de que se llega a decir explícitamente que “Warner quiere retomar Matrix”. Tal cual, a través de un pretexto retorcido, claro, pero tal cual.
Matrix Resurrections como comentario de Matrix
Hace poco teníamos un evento televisivo que dio bastante que hablar: Friends The Reunion. No eran nuevos capítulos de Friends, se trataba de reunir a los actores de la famosa serie y recordar con ellos los viejos episodios. Lo han adornado un poco y listo. Se han dado cuenta de que, en el fondo, eso es lo que querían ver los fans. Eso y cotillear cómo han envejecido los actores. Lo que venimos viendo en estas resurrecciones de sagas no es tan diferente, aunque disimulan un poco. La diferencia con Matrix es que han disimulado menos y abraza abiertamente esta exaltación de la mitología pop.
Se inventan un artefacto (el supuesto videojuego de Matrix) para hablar de “Matrix” como obra, y por tanto poder comentar el material y el fenómeno, como hacían los actores de Friends en la parte de la entrevista. Vemos el proceso de la gestación de una nueva entrega, se plantéa qué es lo representa la saga (“porno para la mente, filosofía en látex”), qué es lo que quiere el público (“más bullet time”), cuáles son las simplificaciones (“reducir las decisiones a una dualidad”). Se habla de los personajes como iconos de esta mitología pop. Los fans adoptan los símbolos, como Bugs que en un doble sentido también se refiere al conejo de Alicia que, por supuesto, lleva tatuado. Wachowski se permite incluso la parodia de señoro desfasado cuando muestra a Merovingio, completamente fuera de su tiempo, gritando que ya no se hacen las cosas como antes, que se ha perdido la originalidad.
Para encontrar esta lectura metacinematográfica tan a fondo y esta integración de los fans y el fenómeno cultural dentro de la película, tenemos que ir un poco más allá de las superproducciones ya comentadas. Hasta los 90, cuando Wes Craven retomaba la maltrecha saga de Pesadilla en Elm Street, de la que solo había dirigido la primera entrega y ahora volvía con la séptima, solo porque tenía una idea diferente. Se llamó La nueva pesadilla de Wes Craven, así, con su nombre en el título para dejar claro no solo la autoría sino la pretensión de autoría. Freddy se convirtió en un personaje dentro del propio universo, y Robert Englund pasó a ser el personaje. Los fans, la locura, la propia obra. Todo eso estaba ahí y después lo desarrolló en Scream y especialmente en sus secuelas. Wes Craven, siempre pionero. Creo que Wachowski bebe de ahí.
Realidad y ficción
La obra dentro de la obra, como es usual, permite reflexionar sobre la realidad y la ficción. Esto en Matrix vale doble pues el propio argumento ya plantea el mito de la caverna, lo que es real y lo que es una sombra de lo real. Al añadirle la capa meta se crea una nueva dimensión de realidades. Esto consigue algo que parece imposible a estas alturas de la saga: crear la confusión acerca de lo que es el mundo real y lo que es la locura. Volvemos a La nueva pesadilla de Wes Craven, pues allí también tenía un sentido la dicotomía entre realidad y ficción pues era una saga que trataba precisamente sobre la confusión entre soñar y estar despierto. Se mueven en cuestiones filosóficas muy similares.
Se plantea una alternativa a la lectura principal y que, en cualquier caso funciona como alegoría: el autor que ha creado su propio mundo de fantasía al que quiere escapar. La creación al borde de la locura, algo muy lovecraftiano. Incluso se explica que el autor incluye elementos de su vida diaria, como el gato. Wachowski nos habla de la creación artística como vía de escape al mismo tiempo que genera inseguridad en el protagonista. Neo crea su propia ficción en esas simulaciones con las que trabaja, para escapar de su realidad fracasada. El protagonista es una persona con graves problemas y que ha bordeado el suicido. La idea del suicidio como el escape a otro mundo la vimos ya en uno de los mejores corto de Animatrix, Historia del chico. Una idea, por cierto, bastante peligrosa y cercana a las sectas. Pero es que Matrix siempre se ha movido por terrenos complicados, como el fanatismo o el terrorismo. No olvidemos que los asesinos de Columbine eran flipados de Matrix (estrenada ese mismo año). El tránsito hacia la fantasía desde un férreo idealismo es una alegoría muy fácil de malinterpretar por un chaval impresionable.
Decía que para escapar de ese mundo, Neo crea su propia fantasía. Son su propia creación (Morfeo) y sus fans (Bugs) los que le llevarán al mundo de fantasía. En este sentido, Matrix tiene una particularidad que la distingue de la mayoría de las historias de mundos paralelos. Aquí el mundo real es el que más está cargado de fantasía (futurista, ciudades fantásticas, robots…) y es el mundo rutinario, el que más se parece al nuestro, el que resulta ser el universo ficticio. Esto suele ser justamente al revés, normalmente los personajes van del mundo real aburrido al mundo de fantasía, y no al revés. Esta extraña paradoja de que lo real sea lo extraordinario, es una bomba esquizofrénica para la mente que asemeja el delirio con la liberación. Esto que está muy bien explotado en esta entrega, se había perdido un poco en las dos secuelas anteriores, pues Matrix se había convertido en un lugar fantástico con fantasmas y hombres lobo. Cuando lo que debe ser es el universo rutinario y gris en el que uno se puede acomodar autoengañándose. El Sistema.
Poner los pies en el suelo ha sido un acierto. Uno de los mayores retos a los que se enfrentaron las secuelas, y posiblemente, su punto más débil, lo encontramos en el final de la primera entrega: ahora Neo puede volar. Entiéndase “puede volar” por “tiene poderes increíbles”. Esto hace que las secuelas necesiten dispararse en todos los sentidos para estar a la altura. En la primera bastaba la aparición de la autoridad en la oficina para conseguir tensión. Se ha recuperado bastante en esta última entrega, al volver a limitar las capacidades de Neo. Ya no puede volar. Eso, además tiene otras lecturas.
Crisis de edad
Si la primera película usaba el cuento de Alicia en el país de las maravillas, se puede decir que esta tiene mucho de Peter Pan. Y siendo más concretos, del Hook de Spielberg. Neo ya no es Neo, vuelve a ser el señor Anderson. Se ha hecho mayor. Sus viejas aventuras son un eco perdido entre el recuerdo y la imaginación. El señor Anderson ya no cree, y ya no puede volar. Tampoco puede volver a su país de Nunca Jamás. Está claro que un factor importante en esta entrega es la edad. Envejecer y recoger la cosecha de lo que ha hecho cada uno con su vida. Las consecuencias de las decisiones. Esas decisiones que eran uno de los temas principales en la trilogía inicial ahora ya se han tomado.
Conceptualmente, Matrix Resurrections habla de cosas tan prosaicas como la de no haber dado el paso con la mujer que amabas y ahora admirarla desde lejos, amargado, mientras la incluyes como personaje en tu fantasía. ¿Tifanny recordará que es Trinity o es que se reconocerá en la Trinity que Anderson ha creado para ella en su fantasía? Real o fantástica, es una meta para ambos. Como el enamoramiento de El show de Truman que le lleva a cruzar los mares. Sea como fuere, representa una aventura otoñal como última oportunidad de vivir. Entre toda la parafernalia tecnológica, una reflexión sobre huidas cotidianas. Del vigor juvenil de la primera entrega, a los nuevos retos de la madurez. Cuidado porque uno de los momentos claves de la película está más cerca de Los puentes de Madison que de la ciencia ficción.
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La sombra de Nolan
Las Wachowski llenaron sus primeras Matrix de referencias a películas de todo tipo. Lana Wachowski no iba a parar ahí y, por supuesto, ha seguido bebiendo de diferentes estilos. Quizá el más reconocible es el de Christopher Nolan, en Origen. Es lógico, si ellas marcaron tendencia con Matrix, Nolan ha marcado con su cine. Y en concreto, Origen es un cyberpunk que tiene puntos en común con el mundo virtual. Sueños y realidad virtual, otra vez más relacionados. Por cierto que la saga de Pesadilla en Elm Street también influyó en Origen, en este caso la tercera entrega, en la que un grupo se conecta al mismo sueño.
Seguramente lo que más recuerde a Origen es el cambio de orientación vertical en un pasillo. Pero también los portales en el tren que atraviesa Japón, o en París. Hasta ahora, ese carácter internacional no aparecía en la saga, a pesar de su orientación oriental. De alguna manera, estas inspiraciones son un reconocimiento entre las dos películas más importantes de realidad virtual. Curiosidad: DiCaprio rechazó el papel de Neo.
Hay cambios importantes en el tono estético. De la ingenuidad épica de las imágenes de entonces, con la pasión de la juventud y la alegría de los tiempos; a una visión más moderada, más madura, menos icónica, más sucia, más descreída, más cínica. Una Matrix de vuelta de todo que se permite juzgar la simplicidad idealista de las viejas entregas. Tampoco hay una creencia ciega en el elegido ni tiene por qué ser solo él hombre. Es una historia sobre madurar/envejecer, y la autora es la primera que se hace mayor. Si hasta ha cambiado de sexo en este tiempo, no puede ser todo igual.
Se utilizan extractos de la vieja trilogía en esta película, pero no son exactamente flashbacks. Como la obra está dentro de la obra, son casi como samples de estas. El cambio del celuloide al digital genera una mezcla de texturas. Les da a los insertos un estilo que les hace imposible ser un recuerdo directo, no parecen compartir el mismo nivel de ficción, son la filmación de un recuerdo. Como la típica escena de recuerdo en Super 8. Pero sin forzarlo, simplemente son obras de tiempos distintos.
Se flirtea también con el terror, en la parte final con la alienación de ese enjambre que ataca sin piedad, como desquiciados. Una referencia también al fanatismo de nuestros tiempos, a los seguidores de quienes dominan a la sociedad mediante fake news porque saben manejar los sentimientos y no solo el raciocinio. El infierno son los demás. Nos acercamos al género de zombies o de ladrones de cuerpos.
Por supuesto que también hay acción. Hay bullet time, que es lo que piden los fans, según palabras de la propia película. Hay buena acción aunque lejos de la personalidad que consiguió la primera trilogía, incluso en las secuelas. Ya he explicado que el tono es otro, y la grandilocuencia visual ha quedado atrás con las imágenes del celuloide. La fabulosa banda sonora original épica de las primeras entregas también queda atrás y aquí tenemos una composición más discreta, con más electrónica y menos orquestación, a cargo de Johnny Klimek y Tom Tykwer, el director alemán. Ambos ya habían trabajado con las Wachowski en El atlas de las nubes.
Un futuro distinto
Seguramente Matrix es, en cine, el ejemplo más importante de cyberpunk. Ha pasado el tiempo y como es natural, ahora hablamos de postcyberpunk. Lo de despreciar el cuerpo y las percepciones físicas frente al desarrollo de la mente, ya quedó atrás. Ahora es momento de cultivar fresas, buscar un entorno agradable. Todo lo eco es muy postcyberpunk. De hecho, se le achaca a la anciana Niobe que cultivar fresas es ahora más importante que liberar mentes. Es una doble protesta. Por un lado, al postcyberpunk, que se ha vuelto blandito. Por otro lado, un dilema político ante una socialdemocracia con buenas intenciones acerca del bienestar de su pueblo pero que no da batalla a la esencia de los males.
Ahora hay máquinas aliadas, gracias al compromiso con el que Neo había cerrado la trilogía. Porque vivimos en otros tiempos, ya no hay cabinas de teléfono. Matrix ha transitado de lo analógico a lo digital, tanto en forma como en contenido. Ha sido capaz de llegar a una convivencia sensata con las máquinas porque ya no hay vuelta atrás. Ya no tiene sentido vivir en cuevas agitándose con una batucada. Somos dependientes de las máquinas, incluso fuera de Matrix, como ya vaticinaba el consejero Hamann en las secuelas. Forman parte de nuestra vida.