Reseña de Mi país imaginario
En octubre de 2019 subió el precio del metro en Santiago de Chile. Igual que la subida del pan fue la chispa que hizo arder la Revolución Francesa, el alza del billete de Metro fue el desencadenante de las revueltas del Estallido Social en Chile. Meses de protestas en las calles de una intensidad como no se habían visto desde los tiempos de Pinochet. Decenas de muertos, miles de heridos e incontables daños materiales que dieron lugar a crisis del gobierno, nuevos proyectos legislativos, la reforma de la Constitución y la llegada al gobierno de un joven y progresista Gabriel Boric, quien no dudó en recordar a Allende en su investidura. Patricio Guzman, un cineasta que ha cimentado su gran carrera explicando las razones y consecuencias del golpe de estado de Pinochet no podía dejar pasar esta oportunidad y ofrecer su visión del tema, por eso ha presentado en Cannes Mi país imaginario, su última película.
La cuestión es que Patricio Guzmán tiene 80 años, ya no vive en Chile y observa esta revolución con fascinación pero también con cierta distancia. Con el espíritu abierto y las ganas de entender intactas; pero también con la lejanía que le otorga pertenecer a un mundo que se desvanece. Reconoce no haber estado allí cuando todo estalló y en cierto momento dice que la asamblea de Chile, los que mandan, hasta ahora estaba formada por una élite de hombres blancos y viejos. Él es un hombre blanco de 80 años, que vive en París y exhibe sus películas en Cannes. No hay nada de malo en ello, no debería hacer falta explicarlo, pero quizá él no sea la persona más adecuada para contar esta historia.
Quizá por eso en Mi país imaginario se muestra menos poético y evocador que en otras de sus películas. Busca ciertas metáforas, incluso reutiliza algunas como las piedras de las cordilleras; pero en general sostiene el relato a partir de bustos parlantes. De mujeres, porque ha entendido que el momento pide que sean ellas las que hablen. Las imágenes de las revueltas son impactantes -hoy en día están tan documentadas todas las revueltas que hay mucho donde escoger- y las imágenes de los drones ayudan a captar la magnitud de las mismas. Sin embargo, el análisis es bastante superficial, no cuenta nada nuevo, no consigue penetrar una primera capa que más o menos todos conocemos: la gente ya no puede más, siente que ya no le queda nada que perder y cuando no hay nada que perder solo queda pelear.
Lo bueno de Mi país imaginario es que, como lo firma Patricio Guzmán, irá a Festivales, se le prestará atención y el mensaje llegará a gente que de otra manera ni siquiera pensaría en el tema. Está bien construido, es coherente con el resto de su filmografía e incluso Guzmán consigue cierto diálogo con otras de sus películas y, por supuesto, la historia es tan potente que merece la pena prestarle atención. Sin embargo quizá vaya siendo hora de que los Festivales busquen el relevo a Patricio Guzmán y den altavoz a nuevas voces, nuevas maneras de contar la historia y nuevos puntos de vista.