Iñaki Ortiz GascónChristophe Honoré ha tenido tiempos mejores. Además de cineasta, es escritor de novelas para jóvenes. No puedo evitar visualizarle escribiendo el guión de Le lycéen sentándose frente al teclado, empezando con una idea vaga, y añadiendo situaciones echando mano de los recursos habituales. Accidentes de tráfico, prostitución, intentos de suicidio a la manera clásica… toda esa serie de pequeños truquitos a los que puede echar mano un novelista para ir llegando poco a poco al final de la historia sin que el lector se aburra demasiado. Ideas manidas y un estilo de cine que se quedó pasado y superado con el fin del siglo.
Es válido tener un estilo clásico, pero al menos, si no vas a ofrecer algo nuevo, tienes que bordar aquello que ya conocemos. Honoré lo intenta con varias escenas tipo. Cantar en el karaoke, correr por la ciudad al ritmo de la música o que los personajes tengan su canción. Al fin y al cabo, ese tipo de cosas funcionan muy bien. A día de hoy sigue haciéndolo gente como Guadagnino y lo hace muy bien. Son momentos que suelen ser jugosos, pero a Honoré no le sale. Le queda como toda la película, sin gas. Eso sí, la selección musical es de buen gusto, aunque para escuchar Conchiglie de Andrea Laszlo de Simone haya que aguantar que un personaje se la cante a otro a la guitarra. Porque sí, es todo bastante cursi, aunque esto no me parece tan grave, se puede jugar a eso si se juega bien.
La película entretiene, aunque sea con los recursos fáciles que adornan la trama. Hay un trabajo visual aceptable, estándar pero elegante. De vez en cuándo aparece Juliette Binoche para dar algo de luz a la película. Está lejos de la frescura de otros cineastas franceses de estreno reciente como Jacques Audiard o Xavier Giannoli, pero tampoco es una película para odiar. Es simplemente una historia olvidable. Una más. Y esto es especialmente grave cuando quiere retratar una historia apasionada, con la energía del romanticismo adolescente. Y le queda sin gas.
