Nikolaj Arcel es un ejemplo más de director europeo que parte a USA y es arrollado por la maquinaria hollywoodiense. El patinazo que fué La Torre Oscura acabó en un paréntesis de seis años, hasta que ha regresado a terreno conocido. Vuelve a su Dinamarca natal para presentarnos la historia de Ludvig Kahlen, hijo bastardo de un noble que logró en el siglo XVIII convertirse en capitán del ejército danés. Una vez alejado del ejército, se instala en los inhóspitos páramos daneses con el objetivo de crear una colonia en nombre del rey. Ansioso de eliminar la mácula de su nacimiento, se enfrentará a terratenientes y políticos para lograr su objetivo.
A Kahlen le da vida Mads Mikkelsen, quien se erige en ese hombre solitario dispuesto a conquistar cada palmo de tierra. Sobre su interpretación, sobria y comedida, Arcel construye todo un constructo fílmico para dar forma a su particular western. Porque, ¿acaso no es el western la heroica historia del hombre que conquista un terreno contra todo y contra todos? Su antagonista es el pérfido gobernante de la zona, Frederik de Schinkel, a quien da vida Simon Bennebjerg. Y no podemos dejar de señalar el estupendo trabajo de la jovencísima Laura Bilgrau Eskild-Jensen, robándole alguna que otra escena al propio Mikkelsen. También muy sólida Amanda Collin en la piel de Barbara, un personaje que por momentos muestra la fuerza y el sentido común que en ocasiones le falta al protagonista. Su arco narrativo, el de una criada de Schinkel que huye de la casa del terrateniente y es acogida por Kahlen, sí que se va desarrollado, sutilmente si se quiere, siendo una descarga argumental a las continuas luchas entre los hombres de Kalen y los de Schinkel.
Además de las interpretaciones, las localizaciones son otro de los puntos fuertes de la cinta. Arcel vuelve a contar con la colaboración de su ya habitual director de fotografía, Rasmus Videbæk, cuyo trabajo destaca tanto en los sombríos interiores, que recuerdan en algunos momentos a los Un Asunto Real (2012), como en en todas las escenas de exteriores. Sin embargo, en esta ocasión el resultado final acaba resultando algo constreñido por el guión que ha de defender y por un montaje convencional, que parece primar lo correcto por encima de lo sorprendente. En los pocos momentos que la cámara se aprovecha de la orografía del páramo para utilizarla como otro elemento activo de la escena, en lugar de filmarlo como transición, nos damos cuenta que, más allá de la reiteración de la dura belleza del enclave, este tiene una belleza salvaje que la cámara capta pero el realizador no acaba de aprovechar.
La película, presentada en la última Mostra de Venecia, adolece de querer remarcar tanto los caracteres de sus personajes que, sobre todo en el caso de los enemigos de Kahlen, acaban siendo caricaturas. En todo caso es una película en la que cada detalle está minuciosamente cuidado y bien fotografiado. De no ser por sus protagonistas, resultaría un drama convencional. Mads Mikkelsen evita que sea así.