Robin Campillo es el guionista habitual de Laurent Cantet. Como director esta es su cuarta película despué del éxito de crítica 120 pulsaciones por minuto. Después de ese éxito, uno podría pensar que Campillo estaba en disposición de elegir un trabajo muy personal. En cierto modo, así será, pues por lo visto, esta película tiene bastante de autobiográfico, pero cuesta pensar que un proyecto tan trillado como este, sin ningún punto de vista nuevo, sea el que haya elegido rodar. Si no has visto La isla roja te equivocas. Sí, sí que la has visto. Muchas veces antes y de la misma manera o mejor.
Un Cuéntame baratillo en Madagascar. El padre del chaval, español, interpretado por un Quim Gutiérrez que recuerda inevitablemente al Antonio de Imanol Arias. La clásica película contada a través de la mirada de un niño -y para mantener esto tiene que hacer algunas piruetas hacia el final- con un toque de fantasía que tampoco termina de funcionar. Desde el principio, las referencias a la ficción que convive con la realidad del crío, esa Fantômette, son imágenes sin fuerza, sin magia. No aportan nada.
Se amagan varios temas sin que ninguno resulte interesante, como en un intento de visión caleidoscópica del mundo que el protagonista va descubriendo. El resultado es más bien una yuxtaposición monótona de temas que no se desarrollan y tampoco llegan a tener interés. El racismo, la sensibilidad del niño, los problemas de pareja, los jóvenes un poco enamorados. Y finalmente la cuestión de la desconolización incluida tarde y mal, como una nota al final que no ha importado en ningún momento. Seguramente todo esto es muy importante para Campillo por el componente biografico que pueda tener, pero no es capaz de trasladar esa importancia a la pantalla y resulta anecdótica.
Una película que huele a sopa, a cerrado, a cartón piedra. Adornada torpemente con música de la época. Una película que no sirve como fresco social de la sociedad colonial francesa. Que no emociona. Que no interesa. Que la has visto ya antes. Levemente puede llegar a entretener. Después de haber visto este año Los Fabelmans, el capricho autobiográfico no es excusa.