He aquí un obituario atropellado, quizás impreciso y probablemente no muy bueno: es lo que tiene escribir con urgencia, al dictado de mi memoria (mala) y mi subjetividad (mucha), para celebrar la vida y la obra de Terence Davies, uno de los directores más venerados de mi altar cinéfilo.

Terence Davies nació en Liverpool en 1945. Miembro de una familia católica y obrera e hijo de un padre maltrador y una madre amorosa, solo fue feliz, según sus palabras, entre los 7 y los 10 años de edad, es decir, entre la muerte de su padre y el descubrimiento de su homosexualidad. Estos acontecimientos biográficos son el germen de toda su obra como cineasta.

El violencia machista es ya palpable en Voces distantes, su primer largometraje. El terrible modo en que su padre trataba a su madre -le obligaba, por ejemplo, a limpiar su propia sangre después de haberla golpeado- dejó una huella indeleble en el joven Davies y, además de reflejarlo en la pantalla, le unió por siempre a su madre, a la que quiso con locura. No sorprende por tanto su querencia a retratar mujeres en situaciones de vulnerabilidad, sensibles y heridas, que no siempre lograrán revertir las situaciones que las oprimen. Apoyado por actrices formidables (Marjorie Yates, Gena Rowlands o Rachel Weisz, entre otras), su mirada hacia lo femenino es una de las más hermosas y personales del cine moderno.

Justo entre las dos fechas antes referidas se sitúa El largo día acaba, a mi juicio, su obra más incontestable. En ella encontramos los rasgos estilísticos más reconocibles de su cine: una elegantísima puesta en escena, un uso exquisito de la música y un encadenado no cronológico de secuencias que recuerda, según los expertos, al modo en que funciona nuestra memoria emocional. Es, al contrario de Voces distantes, una película dulce, y en ella destacan sus travellings, sus fundidos y la preciosa escena en la que el protagonista, un trasunto del propio Davies, observa a un obrero y descubre así su atracción por los hombres.

Este es otro de los puntos claves de su cine: la culpa y la consecuente represión de su sexualidad. Ya en sus primeros cortos exponía de forma estridente su dificultad para mantener relaciones de forma libre, y en Of Time and the City, su excelente documental sobre Liverpool, llega a proclamar su celibato autoimpuesto. Davies fue un hombre en permanente conflicto (no olvidemos su educación católica), y eso, sin ser un tema recurrente, está muy presente en su filmografía. Destaca en este aspecto su última película, Benediction, premiada al mejor guión en el Festival de San Sebastián de 2021.

Benediction: heridas de guerra

18/09/2021 - Iñaki Ortiz Gascón

7 Terence Davies es un viejo conocido del Zinemaldia. Ya estuvo en sección oficial con Deep Blue Sea, otra película de época amor y guerra; y con Sunset Song. Historia de una pasión, su anterior película, estuvo en Zabaltegi, y tenía en común con esta que giraba sobre la vida de una poetisa. Emily Dickinson […] Leer más

Porque, además de director, Terence Davies fue también un muy notable guionista. Mejor escritor de libretos originales que adaptador, utilizaba sus propios recuerdos para componer un mundo tremendamente íntimo y personal. Era, además, un excelente dialoguista, capaz de dotar a sus frases de un tono poético que, en mi opinión -y aquí hay discrepancias entre los cinéfilos- las eleva a una categoría literaria fuera de lo corriente.

Liverpool y 1945 son, además de las coordenadas de su nacimiento, el lugar y el tiempo donde se ubican sus mejores películas. Es la Inglaterra de posguerra, humilde y obrera, en la que se vive en comunidad alrededor del cine, la comida y la bebida y la música. Son muy habituales -y muy fordianas- las reuniones culminadas por un baile o una canción, siempre bien elegida. Porque Terence Davies demostraba una y otra vez un gusto exquisito a la hora de unir música e imágenes; también odiaba a los Beatles, pero esa es otra historia.

Alguien comentó en el entierro de Lubitsch la tristeza que le producía su muerte. «Es aún peor», dijo Billy Wilder: «también se acaban sus películas». En el caso de Davies, se extingue un universo del que también iba a formar parte La embriaguez de la metamorfosis, adaptación de la novela homónima de Stefan Zweig, otro autor de mirada fascinante hacia lo femenino. Casi nada.

Nos quedan sus películas y su capacidad para hacernos vibrar. Verlas ya no será lo mismo, pero seguirán acariciando nuestra alma, por siempre.