Crónica del concierto de Diego Vasallo en San Sebastián.

El concierto de Diego Vasallo tuvo el aroma de un secreto preciosamente guardado, uno que merecería aforos más amplios pero que parece confinarse a un círculo íntimo de conocedores. Mientras, aquellos que no han superado -a estas alturas, ya ves- su pasado como Duncan Dhu o que se resisten a la textura arenosa de su voz actual, se pierden una evolución sonora que, en vivo, revela una sorprendente suavidad. Es un contrasentido exquisito: canciones ásperas que acarician el oído, un oxímoron convertido en música. Una música que evoca la penumbra de un bar en carreteras olvidadas, probablemente en Kansas o Nebraska, donde se podría esperar que Ry Cooder o Tom Waits tomaran el siguiente turno en el micrófono. Un directo que sigue siendo nuestro secreto, cada vez más a gritos (o susurros), lo que nos permite disfrutarlo en la cálida clandestinidad de los aforos pequeños y oscuros que tan bien encajan con su propuesta.

Así, en la Sala Club del Victoria Eugenia, nos reunimos alrededor de cien personas, el aforo completo. Con la lluvia amenazando en el exterior, Diego Vasallo, con su banda —Fer García en las guitarras, Andoni Echeveste en la percusión, Bobbi Relac en el bajo, la guitarra y la mandolina—, desplegó un lienzo de sonidos a base de pinceladas musicales que plasmaban estados de ánimo, sueños rotos y narrativas evocadoras. El setlist, una travesía a través de un río musical sin estribillos clásicos y alejado de las estructuras clásicas, fluía como un poema sin rima, con la voz de Vasallo, siempre áspera aunque a veces sorprendentemente suave sin dejar nunca de ser susurrante. Una voz Dylaniana que sonó menos forzada que en otras ocasiones, le sienta muy bien a la propuesta que Diego haya subido algún tono. Su voz ha encontrado su sitio, porque la personalidad ya la tenía.

Abrió la noche Mi historia con su percusión marcial y cerró, en el bis, Vagones plateados, la canción más antigua del repertorio, transformada en su letra pero no en su esencia. Ante la duda de si las canciones se quedan viejas, Diego se presentó como defensor de cambiar todo lo que haga falta, de no dejar nada en pie. Su carrera demuestra que es cierto que así lo cree, sin embargo, su música se siente como un desafío al paso del tiempo y un homenaje a la melancolía. Las guitarras, mandolinas y la ocasional caja de ritmos, prescindiendo a menudo del bajo, tejían un tapiz donde el rock se encontraba con el blues y lo acústico con lo eléctrico. Todavía retumban los poderosos crescendos de canciones como Mapas en el hielo o Malo ni bueno, o el dulce llanto de la slide guitar en Quiero lo que no se puede.

Diego Vasallo, perplejo ante el absurdo de la realidad

17/11/2016 - Ricardo Fernández

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El íntimo y familiar ambiente se vio reforzado de emoción con el sincero tributo a Rafa Berrio en Aquellas calles tuyas, en una sala repleta de amigos comunes. La energía de temas como No me niegues nada y La vida mata, que vinieron después, nos sacudieron cualquier vestigio de tristeza. En Ver para no creer, la última antes de los bises, resaltaron los coros de Fer, quizás necesitados de mayor volumen a lo largo del concierto.

Al finalizar, la sensación unánime era la de haber sido parte de algo grande, un momento dulce, una pausa en el tiempo. Y así, mientras la lluvia seguía amenazando fuera, dentro, las canciones de Vasallo habían sido un refugio, un bálsamo, un espejo de nuestras propias melancolías y esperanzas.


Setlist

  • Mi Historia
  • Mapas En El Hielo
  • Malo Ni Bueno
  • Quiero Lo Que No Se Puede
  • Cargamento
  • Esta Noche No Se Parece A Ninguna
  • Invierno
  • El Río Baja Crecido
  • Perlas Falsas
  • Nuestro Infinito
  • Que Todo Se Pare
  • Aquellas Calles Tuyas
  • No Me Niegues Nada
  • La Vida Mata
  • Ver Para No Creer
  • Vagones Plateados