Lo primero que llama la atención al ver la última película de M. Night Shyamalan es la ausencia total de elementos de fantástico. Si echamos la vista atrás en su filmografía, solo hay un par de títulos que pueden leerse en clave no fantástica pero ambas juegan de alguna manera con una posible lectura de fantasía. Trap no. Es un thriller donde el terror viene de un asesino psicópata. Esto la hace algo diferente de sus otras películas aunque en el fondo no lo sea tanto. La idea de un psicópata que tiene un rehén encerrado en algún lugar de la ciudad mientras lleva a su hija a ver un concierto juvenil resulta tan extrema y, si se quiere, inverosímil, como cualquiera de sus premisas fantásticas. Además, el desarrollo es tan alocado que casi roza lo sobrenatural.
Trap es divertida, juguetona, algo sinvergüenza. Un divertimento del director que puede dejarnos con ganas de algo más, sabiendo de lo que es capaz. Es verdad que el disparate y el gusto por asomarse al abismo de lo inverosímil son casi su sello de identidad, pero también es cierto que acostumbra a coser sus relatos imposibles con un poso emocional intenso. Evidentemente, El sexto sentido no trata de fantasmas sino de temas como los problemas de la infancia, rupturas, vocación, relación madre-hijo. El protegido no habla de superhéroes, habla de una crisis de mediana edad y el efecto que tiene en los diferentes aspectos de la vida y especialmente en la familia y los hijos. Y ya os adelanto que La joven del agua no es la historia de una sirena que aparece en un bloque de apartamentos corriente y moliente.
Al contrario que las grandes películas del director, Trap es más epidérmica, es poco más que el juego, el trampantojo y el artefacto narrativo. Que no está mal, que es entretenido, pero quienes nos apasionamos con la filmografía de Shyamalan, esperamos más. Sí que hay ciertos temas de fondo, como la conciliación familiar. Toda la primera mitad es un equilibrio entre pasar tiempo con su hija y atender a su “trabajo”. Aunque después esto se deja un poco de lado y aparecen temas con su mujer, demasiado tarde en el metraje como para tener la fuerza de un tema central. Por supuesto que hay un juego de identificación para reflexionar sobre la dualidad moral de las personas, usando el recurso de difuminar los roles de protagonista / antagonista. Al introducir a media película un personaje concreto que lidera el bando de los buenos, desplaza al personaje que había actuado conceptualmente como protagonista hacia el rol de antagonista. Este juego narrativo sostiene la idea de la ambigüedad de las personas y de cómo las percibimos. Y nos recuerda que en el cine, protagonista/antagonista no una categoría moral, es tan solo un punto de vista.
No es especialmente raro que el villano sea el centro de la historia y que observemos que también tiene valores (ser un buen padre, buen marido, una persona educada) pero sí es algo más original ese cambio de propuesta de roles a media película. Y no es porque descubramos información nueva, que la tenemos casi desde el principio, sino por el cambio de sobre quién recae la identificación. Digamos que aquí el plot twist más que a nivel de trama es a nivel de intención narrativa. También ayuda que Josh Hartnett hace un trabajo impecable. Sin él se caería la premisa.
Sí, hay juegos y detalles que nos recuerdan que tratamos con uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo, pero finalmente, seamos sinceros, estamos ante un producto construido principalmente para el lucimiento de su hija Saleka y su carrera musical. Shyamalan es, en el fondo, el padre de la historia, cuidando ante todo de su hija, aunque sea un tipo de gustos siniestros, también es el padre del año. Recordemos que a otra de sus hijas, Ishana, le ha producido una película este mismo año. Así que tenemos una historia que, como la mayoría de su cine, se centra en temas familiares, y que en sí misma, es toda una demostración de amor familiar. Un artificio narrativo que a su vez tiene sentido metanarrativo.