Cuando busco inspiración, nutrirme de información o de impresiones, escritas o gráficas, las primeras fuentes que me vienen a la mente son los medios de comunicación -tradicionales o no- y la siempre presente biblioteca en su concepción más amplia. Pero muchas veces la inspiración puede venir de algo bastante más próximo. O alguien. María José Noain es una habitual de la escena cultural guipuzcoana, no en vano ejerció durante más de una década de responsable del departamento de actividades y comunicación del Museo Romano Oiasso de Irun o fue directora del Festival Internacional de Cine Arqueológico del Bidasoa. Historiadora y antropóloga de formación, la comunicación siempre ha estado presente en su ejercicio profesional. Por ello, resulta bastante natural verla envuelta en su nuevo proyecto: Las mujeres en la historia del arte (ed. Principal). Una publicación con la que nos hace cómplices de sus reflexiones sobre el papel de la mujer en la historia del arte, tanto desde la perspectiva de autoras como desde la de ser retratadas en la obra. Hablamos con María José Noain Maura sobre esto, y mucho más.

Preséntanos tu último libro.

El libro se titula Las mujeres en la historia del arte y ha salido publicado más o menos hace un mes en la editorial Principal de los Libros, aunque ha sido un trabajo, un proceso de investigación y escritura que ha durado más de tres años. Se titula así porque no hablo solamente de mujeres artistas, aunque hay muchísimas mujeres artistas, sobre todo pintoras y alguna escultora también en las páginas, sino sobre todo del papel que ha jugado la mujer a lo largo de la historia del arte. Tanto como sujeto, es decir, como creadora, como en su papel de objeto, hablando de cuestiones, por ejemplo, como la erotización del desnudo femenino o la creación de una serie de estereotipos para presentar modelos de virtud.

María José Noain Maura presentando el libro Las mujeres en la historia del arte en el Museo San Telmo de San Sebastián con la periodista Ylenia Benito.

Nos comentas que el proyecto se gestó, empezó a gestarse, hace tres años. ¿Por qué te planteaste este proyecto y cómo lo enfocaste desde un origen?

Me contactó la editorial, fueron ellos quienes estaban buscando escritores y escritoras en castellano, de ensayo histórico, aunque en origen me propusieron otro tema totalmente distinto, que se aproximaba más a mi formación de arqueóloga y que en cierta manera era más coherente con mi trayectoria profesional. Pero yo ya llevaba trabajando un tiempo en proyectos de investigación y divulgación con perspectiva de género, como La huella de las mujeres en Hondarribia, un par de biografías noveladas sobre dos mujeres, y justo acababa de terminar un curso sobre las mujeres en la historia del arte. Entonces, había leído mucha bibliografía y tenía mucho material sobre ese tema. Y fui yo quien le propuso cambiar el tema a la editorial, porque lo tenía más reciente, lo tenía más preparado y porque, sinceramente, me motivaba mucho más trabajar sobre ese tema que cualquier otro en este momento. Y así empezó.

¿Cómo elegiste el enfoque del proyecto? Es un tema que, en principio es muy amplio, y normalmente circunscribir cuál va a ser el centro de estudio es, quizá, lo más difícil y a la vez más importante.

Intentaba que mi libro pudiera aportar algo que no estuviera ya en el mercado editorial, aunque es verdad que el panorama hace tres años era completamente distinto. Es increíble lo muchísimo que se ha publicado los últimos años. Por un lado, cuando veía una nueva publicación en forma de artñiculo o libro que tuviera relación temía cierta masificación, pero por otro lado estaba encantada, puesto que ello confirmaba que era y es un tema sobre el que hay mucho que decir. Siempre he tenido claro que no quería hacer un manual al uso o un libro sobre la historia de las mujeres artistas ordenadas cronológicamente, desde el Renacimiento hasta la actualidad, cada una en su contexto histórico. Porque incluso aunque hace tres años, como digo, había menos bibliografía, eso ya existía. Por ello, siempre tuve claro que mi propuesta iba a ser temática, que no iba a haber un orden de capítulos cronológico, sino temático. Y siempre teniendo en cuenta no solo la mujer como creadora, sino también la mujer como objeto, y con una intención clarísima de responder a la pregunta de por qué parece que no ha habido mujeres artistas. He planteado en cada capítulo un tema concreto, una reflexión, un intento de respuesta que explica por qué parece que no ha habido mujeres artistas y que tiene que ver, por un lado, con todas las dificultades que se encontraron para profesionalizar su trabajo, y por otro lado, con todo el proceso de invisibilización de aquellas que incluso consiguieron vencer esas dificultades.

Por poner un ejemplo, un capítulo habla del desnudo femenino, otro capítulo del autorretrato en el caso de las pintoras. Otro capítulo está destinado a cómo se ha reflejado el ámbito doméstico y la maternidad y otro de lo importante que es la firma y la autoría. Cada capítulo, un tema.

Hablabas justo de la bibliografía, y de las dificultades para acceder a material. En este sentido, ¿cuáles han sido las fuentes? ¿Con qué has trabajado?

La verdad es que estoy bastante orgullosa de poder decir que en el libro hay 50 páginas solo de bibliografía. Independientemente de cuál haya sido el resultado, he leído y he estudiado muchísimo por esto de que, afortunadamente, ya hay mucho publicado. Desde obras más clásicas, como por ejemplo un artículo de Linda Nochlin del año 71, que marca un poco el inicio de la crítica feminista en los estudios de arte, o clásicos como los de Griselda Pollock o los de Tacey Chapman. Hay una serie de bibliografías escritas sobre todo en los años 70, 80 y 90 del pasado siglo, que son el punto de partida de todo lo que hagas y hay que leerlas sí o sí.

Luego, todo lo que se ha venido publicando desde entonces, que en muchos casos son artículos académicos que vienen del mundo científico y en otros muchos son catálogos de exposiciones que, afortunadamente, en los últimos años se están dedicando a mujeres creadoras. También he intentado visitar todas las exposiciones que en estos tres últimos años ha habido sobre el tema. Muchas veces la bibliografía está en castellano, con lo cual era fácil comprarla o conseguirla en bibliotecas. Hoy en día, afortunadamente, hay mucha documentación online y se puede conseguir bibliografía especializada en formato PDF. Y aprovechando que estamos al lado del Museo San Telmo -presentó el libro en el museo-, también me han ayudado a través de préstamos interbibliotecarios. Algunos libros que eran francamente difíciles de conseguir me los trajeron a la biblioteca de San Telmo y los pude consultar aquí.

Presentación de Las mujeres en la historia del arte en el Museo San Telmo de San Sebastián.

Nos hablabas precisamente del papel que ha tenido la presencia de diferentes autoras. En ese sentido, ya no solamente en la historia del arte, sino en general, es bastante controvertida la presencia -o falta de ella más bien- de la mujer en, por ejemplo, los libros de texto en los colegios. La presencia de figuras femeninas cuando nos narran la historia -la del arte también- ha sido bastante deficiente.

Clarísimamente se ha aplicado la mirada patriarcal y androcéntrica a la hora de estudiar todo. ¿Hubo tantas mujeres artistas como hombres artistas? Pues no, evidentemente es cierto que han sido minoría y, como bien decías, se aplica a todo. Ha habido a lo largo de la historia menos escritoras que escritores, ha habido muchísimas menos compositoras que compositores. Ha habido menos pintoras y menos escultoras. Pero las pocas que ha habido han salido totalmente fuera del discurso.

Creo que todo comienza en las investigaciones académicas y de ahí puede ir calando el discurso en el resto de la sociedad, y solamente en última instancia llega a la formación y a los colegios. Y creo que en lo que comentábamos ha tenido mucho que ver que la historia del arte la han escrito hombres. Si pensamos, por ejemplo, en Winkelmann, del siglo XVIII, al que se suele considerar el padre de la historia del arte clásico, hace un análisis exhaustivo de la escultura clásica y prácticamente no es que no hable de mujeres, es que apenas menciona esculturas que representen a mujeres. Se centra exclusivamente en las esculturas masculinas y, a partir de esa fecha, de mediados del siglo XVIII, suma y sigue.

Siempre se pone de ejemplo el libro de Ernest Gombrich, que es también un poco como la Biblia sobre la historia de la pintura. En una última edición revisada debió de incluir algún nombre de mujer, pero el libro clásico y referencial de la historia del arte, no tenía ni una sola mujer.

Otra de las cuestiones controvertidas que han surgido es en relación con aquellas mujeres que han creado diferentes tipos de obras artísticas pero han estado bajo un pseudónimo, bajo los nombres de sus hermanos, padres o maridos.

Ha sido algo muy habitual por ejemplo en la literatura. Me estoy acordando de María Lejárraga que era escritora de teatro. Pero en el arte no era tanto que los padres o hermanos firmaran los cuadros de sus hermanas, eso no es un fenómeno que se haya dado demasiado. Lo que ocurría muchas veces es que las mujeres no firmaban, y eran los historiadores del arte los que, por cuestiones estilísticas, intentaban identificar la autoría.

Es decir, no tanto porque la firma fuera falsa, sino porque directamente no la había. Cuando un historiador del arte se aproximaba a un cuadro, por ejemplo, de Artemisia Gentileschi, una de las pintoras profesionales más sobresalientes de la época barroca, resultaba que se parecía mucho a los cuadros de su padre. ¿Por qué? Porque Artemisia había estudiado con su padre en su taller. Entonces, Artemisia superó técnica y artísticamente a su padre, pero es verdad que tenía cierto estilo que recordaba a él. Así que a ninguno de esos historiadores se les ocurría pensar que ese cuadro podía ser de una mujer; automáticamente lo atribuían a Orazio Gentileschi.

Lo mismo pasó con los retratos que hizo Sofonisba Anguissola de la familia real. Tiene un retrato magnífico de Felipe II que está sin firmar. Como no era pintora profesional, no podía firmar, así que automáticamente se atribuyó a Sánchez Coello o a Pantoja de la Cruz.

Y ya el colmo es el caso de Judith Leyster, una pintora flamenca del siglo XVII que se atrevió a firmar sus cuadros con su nombre: una «J» y una «L» en un anagrama con una estrellita. En el siglo XIX, manipularon su firma, le añadieron una «F» y una «H» para que pareciera otra cosa y poder atribuirle la obra a Frans Hals. En 1895, un comprador pagó 4.500 libras por un cuadro creyendo que era de Hals. Cuando en una restauración apareció la firma verdadera y se supo que era de Leyster, denunció a la casa de subastas porque se sintió timado. Y, sin embargo, el cuadro era el mismo: tenía exactamente el mismo valor histórico, artístico y técnico, pero la firma condicionaba absolutamente todo, incluido el precio.

Precisamente, hablando del precio, y haciendo una analogía con otros ámbitos de la sociedad -desigualdad salarial-, en el ámbito del arte, ¿hay algún patrón por el cual el precio del cuadro varía dependiendo del sexo de quien lo firma?

Por supuesto. Y de hecho, hace poco leí una noticia sobre una obra subastada creada por una mujer que se convirtió en la más cara hasta la fecha. Aun así, seguía estando muy por debajo del precio que alcanza una obra de un hombre.

Además, aquí ocurre otra cosa: En el mercado del arte, si nos vamos a otros derroteros como «¿qué es arte y qué no lo es?», nos encontramos con la típica frase de «esto es una tomadura de pelo».

¿El mercado del arte es tan subjetivo? No sé, si compras un coche, la marca puede otorgarle cierto prestigio, pero al menos hay una justificación en los materiales, los componentes, si es un producto seriado o individualizado. En cambio, en el arte, la lógica del mercado es completamente ilógica, depende de modas, de prestigio. De tal manera que, si ya con cualquier pintor, hombre o mujer, es un criterio absolutamente subjetivo y hay tantísima gente con dinero que compra una obra de arte como inversión y no porque realmente haya quedado cautivada por ella, imagínate hasta dónde llega el tema del valor dependiendo del género del autor.

María José Noain Maura presentando el libro Las mujeres en la historia del arte en el Museo San Telmo de San Sebastián.

Para terminar, en el libro muestras a la mujer tanto desde la perspectiva de autora como de cómo se representa en el arte. ¿Podemos decir que, paulatinamente, estamos pasando de musas a artistas?

Sí. Creo que hay un cambio fundamental por el que, además, estoy muy agradecida. Hay cambio tanto en el ámbito institucional, como político —a veces, evidentemente, depende de quién gobierne—, pero afortunadamente las políticas de igualdad, aunque solo sea por cumplir un canon, están funcionando. Se ha producido un cambio en muchas exposiciones temporales y, aunque en menor medida, también en los discursos museísticos. Pero para dejar de ser musas y que nos reconozcan absolutamente como creadoras, todo esto tiene que calar en la sociedad.

Es decir, desde lo institucional tiene que pasar a lo mediático, y desde lo mediático a la ciudadanía. Y creo que aún estamos a años luz de conseguirlo. Veo el cambio en las políticas, en las exposiciones, en las publicaciones, en muchas iniciativas. Algunas compañeras investigadoras y divulgadoras están cambiando el discurso, y algunas con comunidades de 150.000 seguidores en redes sociales, así que realmente tienen un nicho de influencia.

Pero basta con mirar los comentarios que recibe mucha de esa divulgación en redes. Hace poco, una compañera antropóloga publicó un estudio sobre cómo en ciertas culturas no occidentales las mujeres están mejor adaptadas para hacer largas caminatas con peso, y lo demostraba con documentación científica. Y alguien le contestó: «Espero que nunca seas madre porque pobre criatura».

Es decir, pensar que vamos a dejar de ser musas viendo cómo funcionan las redes sociales y el pánico de algunos hombres al discurso feminista —como si les fueran a arrebatar derechos— es tremendo. Aunque tampoco creo que ayude el discurso que a veces también se vierte desde determinados sectores de mujeres. A veces tengo la sensación de que podemos ser nuestras peores enemigas. Tengo la impresión de que nosotras mismas estamos contribuyendo a la promover que se nos siga viendo como objetos con determinadas exposiciones de nuestros cuerpos, por ejemplo, en redes sociales. Si es un deseo explícito de la mujer manifestarlo, maravilloso. Pero hay veces que dudo sobre ello. Así que, por un motivo o por otro, todavía estamos lejos de que nos dejen de considerar musas.