En este texto se comentan detalles de la trama. Sugiero ver la película primero.
Maspalomas parece tener dos almas. Es tentador achacar esto a la bicefalia de la dirección, Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi, pero probablemente sería una simplificación errónea. Lo cierto es que de cara al resultado es indiferente, pero sí que se aprecian dos partes absolutamente diferenciadas, antes y después del título, cuyo contraste formal nos subraya el vuelco en la vida del personaje. Comienza con el impacto visual, casi conceptual, de los cuerpos desnudos en las dunas. Hasta cierto punto onírico, idealizado. Esta utilización del paisaje para expresar el deseo húmedo y libre nos remite inevitablemente a la excelente El desconocido del lago. Así como la pura cuestión argumental, claro. Todo el inicio está fuertemente sustentado en la imagen. De la extraña intimidad de las dunas a la explosión de color de la playa. Después, esa especie de descenso a los infiernos en la discoteca que parece adentrarnos al Rectum de Irreversible, aunque sin violencia, solo con placer. A partir de aquí, el giro nos lleva a una obra más intimista, más centrada en los diálogos y en las miradas, más cerrada y personal. También rodada con mano firme, frescura y ritmo, pero lejos del impacto a través de la forma. Me gustaría decir que cada uno de los dos directores firma en cierto sentido cada parte, pero hablando con ellos se desmonta esta intuición, o al menos no es tan distinguible. Como ya he dicho, da lo mismo, el contraste del resultado funciona. Sientes el vuelco radical en la vida del personaje, su futuro roto en un instante.
En esta segunda parte la cámara se calma, los colores se apagan. Se esfuma la curiosidad de los ojos de José Ramón Soroiz. Parece otra persona; en cierto modo lo es. Soroiz hace un trabajo excelente como protagonista. A su lado, Kandido Uranga nos regala el papel de su carrera, con un personaje complejo, tan vitalista como desesperante. En parte, la película toma un cierto tono de buddy movie con toques homoeróticos. Hay humor, sin duda, pero principalmente hay un drama que emerge de pequeños detalles en los que quizá no nos habíamos puesto a pensar. El guión de Goenaga está plagado de pinceladas psicológicas que te obligan a ponerte en la piel de este hombre que lo ha perdido todo y la losa que supone cada norma de la residencia, cada limitación. Es alguien obligado a convivir con personas que no ha elegido y que, por tanto, pueden no ser un entorno seguro. Esto último podría ser una definición de la sociedad. Aunque toda esta parte es menos deslumbrante que el comienzo, no renuncia a llegar hasta el fondo con los tabús sexuales.
“El armario siempre está ahí”: entrevista a los Moriarti por Maspalomas
20/09/2025 - Ricardo FernándezEntrevista a Jose Mari Goenaga y Aitor Arregui, directores de Maspalomas Los Moriarti, esta vez con Jose Mari Goenaga y Aitor Arregui a los mandos, estrenan nueva película, Maspalomas. Vuelven a casa, al Zinemaldia, donde ganaron la Concha de Plata a la Mejor dirección, elPremio del Jurado al Mejor guión y el prestigioso Flipesci Zinemaldia. […] Leer más
Arregi y Goenaga forman parte del grupo Moriarti, que junto a Jon Garaño y en diferentes alineaciones de dos o incluso tres, nos vienen ofreciendo una filmografía coherente con sus obsesiones particulares. A lo largo de su carrera se han centrado especialmente en hablar del relato y del control del mismo. El recuerdo equivocado en Loreak, la memoria inventada en Marco, la leyenda en Handia. También la manera de proyectar nuestra identidad a través del relato, y los encierros ante la mirada ajena. Oculto en La trinchera infinita, o creando un escudo de discreción en Balenciaga. Maspalomas, una vez más, ahonda en ello. Es una película sobre salir del armario y sobre volver a él. O quizá, de no haber salido nunca del todo. De lo que decidimos contar y a quién sobre nosotros mismos, la imagen que proyectamos, y cómo cambia dependiendo no solo de nuestros intereses sino de la aceptación del resto.

Pero los Moriarti son siempre temáticamente ambiciosos y esta vez no es una excepción. Son varios los melones que abre la película. Algunos de ellos, hasta cierto punto, son tabú. Estamos bastante acostumbrados ya a ver historias LGTBIQ+ pero suelen estar protagonizadas por personas medianamente jóvenes. No es tan habitual reflexionar sobre la homosexualidad de un septuagenario. Una de las referencias que nos puede venir a la mente es, precisamente, otra película de este equipo, 80 egunean, con la que evidentemente hay ciertos paralelismos, aunque aquella era más romántica que sexual. Pero es que el tabú es doble porque ya no es solo una cuestión de homosexualidad, es que el hecho mismo de plantear el deseo sexual a ciertas edades de una manera tan abierta es delicado, como si fuera un tema que no quisiéramos afrontar, dando por hecho que el deseo se apaga en algún momento. Es valiente, pero también es interesante porque ayuda a visualizar escenarios que quizá no te habías planteado. La falta de intimidad en una residencia de mayores, con algo tan sencillo como ver porno -el gay es más comprometido pero aunque fuera hetero tampoco sería sencillo- en la intimidad de tu cama. También sobrevuela la cuestión, esta ya más habitual, de aceptar envejecer, de la juventud que no volverá. Esa mirada perdida del protagonista en su primer día en la residencia.
Maspalomas habla de armarios en el sentido amplio. La aparente liberación de una playa gay-friendly y una zona de cruising no deja de ser un gueto, un armario más grande. Un lugar en el que sentirse protegido. El protagonista deja claro que no quiere volver a Donosti. Esa playa es en el fondo también un lugar para esconderse. Si sigue habiendo lugares hostiles a tu condición es que el problema solo se ha solucionado en apariencia. Como dice uno de los personajes: antes nos escondíamos en los bares, ahora en las aplicaciones. De otra parte está la cuestión del silencio de las familias, lo que se oculta. Un tema muy vasco que le va de perlas al estilo contenido de la parte de las relaciones familiares.
La idea más central de la película se remata en la última visita a la psicóloga y en la hipocresía institucional de quien de manera oficial defiende tus derechos pero recomienda no molestar a las posiciones más conservadoras. Como la solución “intermedia” que adoptaron en el ejército americano: no preguntes, no lo cuentes. Si no se habla de ello, un problema menos, ahí volvemos a la discreta familia vasca. Con esta escena por un lado se cierra la idea de volver al armario y se contrapone a la importancia de dar nombre a las cosas y el orgullo de decir “soy homosexual”. Por otro lado, resuena una cuestión mucho más general sobre el retroceso de conquistas sociales que estamos viviendo. Ni siquiera porque tengamos autoridades conservadoras sino por el peso que han tomado las posiciones reaccionarias y la obsesión por no molestarles demasiado. Como cuando Pedro Sánchez habló de sus amigos de 40 y 50 que se sentían incómodos con algunas posiciones feministas. Maspalomas es una llamada de atención sobre esta deriva. También aprovecha la pandemia para hacer una metáfora que se explicita al final: nos van a volver a encerrar.
La película acaba en el idílico recuerdo de una etapa de libertad que fue casi como un sueño. Vuelve el color canario, lejos de los grises donostiarras. La luz, el mar cálido. Aunque en Donosti vemos la bahía desde el bus, es una imagen urbana, fría, distante. En la playa de Maspalomas sentimos la calidez del agua, y de nuevo la mirada cambia. Nos perdemos en los brillos del sol en el agua mientras suena La stagione dell’amore de Franco Battiato, que traducido comienza diciendo algo así:
La estación del amor viene y va,
los deseos no envejecen casi nunca con la edad.
Si pienso en cómo he malgastado mi tiempo,
que no volverá, no regresará más.
Da gusto ver una película que cuenta algo, y que lo hace con lenguaje cinematográfico. Que desgraciadamente no es tan habitual. De hecho, cuenta muchas cosas y en profundidad. Es verdad que llega un momento en el que la estructura se resiente un poco, especialmente cuando entra, quizá demasiado tarde, la subtrama del nieto, que además nos aleja un poco de la extraña pero tierna relación con el personaje de Uranga. Abarca tantos aspectos que se cala un poco el desarrollo, aunque más tarde vuelve a retomar la fluidez.
Los Moriarti podrían haber decidido ser más prudentes con el sexo explícito gay, quizá eso les habría ahorrado problemas con algunos espectadores de cierta edad que, por otro lado, son un público objetivo clarísimo para toda la segunda parte. Quizá habría sido esa una buena decisión comercial. Y una mala decisión artística. Desde luego, esta es la opción coherente con el mensaje de la historia. No es lo que habría hecho la psicóloga de la película porque podría molestar innecesariamente a alguien. No es el camino fácil, es el camino correcto.
