La directora polaca Agnieszka Holland vuelve a interesarse por una figura esencial las artes. Ya lo hizo en Copying Beethoven y ahora se enfrenta a uno de los escritores más importantes del siglo XX, Franz Kafka. En aquella, que era un biopic con menos libertades, se preocupaba de transmitir las emociones de La gran fuga de Beethoven a través de la imagen. Esto era tan importante o más que la narración de los hechos. Digamos que en Franz, hacer entender las emociones y las claves de la obra de Kafka ocupa prácticamente todo el interés de la película, dejando el desarrollo de su vida en un segundo plano. Franz se ha presentado en la sección oficial del Zinemaldia.
Situaciones surrealistas, exageradas, alegóricas, nos van explicando como Kafka percibe su realidad diaria, amplificando las pequeñas molestias cotidianas como el ruido o la confusión. Algo parecido a lo que ocurre en el primer acto de Beau tiene miedo. Todo lo que vemos es su percepción distorsionada. Ocasionalmente mezclada con algún extracto de su obra. En definitiva, situaciones kafkianas, que para eso tiene el insigne autor un adjetivo derivado de su nombre. Algunos de los juegos audiovisuales recuerdan al Neruda de Larraín, con esa manera de romper los límites de la escena. Recuerda también a otra obra más reciente y menos talentosa -en ese sentido se acerca más- sobre la figura de Samuel Beckett, Dance First, que también pudimos ver en el Festival de San Sebastián.
Se incluyen también algunas escenas contemporáneas en las que se recuerda al escritor, ya sea a través de museos y expertos, como por una de las cosas más kafkianas de nuestros días: el turismo. Kafka loved potatoes, dice con toda su jeta el guía turístico que les lleva a la hamburguesería que supuestamente reproduce el gusto del escritor, ante el interés de uno de los usuarios por acompañar con patatas fritas su hamburguesa. Un grande de la literatura reconvertido a souvenir. No sé si Kafka lo habría odiado o le habría hecho gracia. Probablemente ambas cosas.
El problema que tiene la película es que apenas se sostiene sobre un hilo narrativo que la haga avanzar, ni mucho menos por los personajes. Y aunque la escenificación a veces es original y conseguida -no siempre-, resulta muy repetitiva. ¿Cuántas veces nos tienen que explicar que el padre es un burro que ha marcado la personalidad de Kafka? Que le molesta el ruido, que es un cobarde y un indeciso. Hago notar que dura más de dos horas y ciertamente es redundante. Mientras que en Copying Beethoven había un desarrollo bien encaminado y un concepto narrativo, esto parece más un menú degustación del autor sin demasiada estructura. Con todo, tiene sus momentos y funciona bien como retrato.