A Daniel Hendler lo conocemos desde hace casi 25 años. Primero como actor en películas como 25 Watts (2001), El abrazo partido (2004), por la que ganó el Oso de Plata al mejor actor de aquella Berlinale, Whisky (2004), Reinas (2005) o, Los Marziano (2011). Y también como director con Norberto apenas tarde (2010) con la que participó en el Festival de Locarno o El candidato (2016). Y en esta edición del Zinemaldi hace doblete. Inauguró esta edición con 27 noches, dirigida, escrita y protagonizada por él, y presenta en Horizontes Latinos, tras su paso por la sección Venezia Spotlight del de Venecia, Un cabo suelto, que ganó el Premio de la Industria WIP Latam del Zinemaldi de 2024.
El “cabo suelto” del título es Santiago (Sergio Prina), un cabo de la policía argentina que, en fuga de sus propios compañeros, cruza la frontera hacia Uruguay y se las arregla para sobrevivir en tierra ajena. Se alimenta gracias a las muestras gratuitas de los puestos de comida regional, se cuela en fiestas y se gana la simpatía de lugareños a base de uniforme, cara de bueno y una extraña combinación de torpeza e ingenio. Lo que comienza como una huida se va convirtiendo, casi sin querer, en el intento de empezar una nueva vida, y tal vez, de encontrar el amor.
Un cabo suelto no apuesta por la carcajada ni por los excesos del género. Su humor es sutil, su narrativa avanza con un ritmo contenido y su puesta en escena es funcional pero eficaz: Hendler evita el cinismo y el frenesí de muchas comedias contemporáneas para construir un retrato humano y entrañable de alguien que no quiere hacer daño, pero que tampoco sabe muy bien cómo hacer el bien. Santiago es un protagonista contradictorio y simpático, que genera ternura y desconcierto a partes iguales. Ingenuo a veces e ingenioso otras, torpe a veces y resolutivo otras.
Como el propio título de la película, Hendler se apoya en los juegos de palabras y los dobles sentidos que los no familiarizados con las formas de hablar de Argentina y Uruguay nos perdemos, en los gags sobre la eterna rivalidad cultural entre argentinos y uruguayos (con el mate como protagonista) y en las situaciones en las que el disfraz de autoridad convive con la vulnerabilidad más desarmada.
Hendler no pretende reinventar la comedia, pero nos transmite el placer de las pequeñas historias contadas con sensibilidad, con cariño por sus personajes y sin necesidad de subrayar sus intenciones. Una comedia modesta y luminosa.
