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Esta semana se han mezclado dos temas en mi actualidad (desde que el acceso a la información dejó de ser pasivo, cada uno tiene su actualidad). Por un lado, la polémica con los stagiers que trabajan gratis para el top chef Jordi Cruz. Que no es más que la punta visible de un iceberg de montones de restaurantes de alta cocina. Lo sabemos bien aquí en Euskadi que tenemos unos cuantos. Pero que la práctica sea habitual -y podemos salir de la cocina a otros campos como el periodismo o tantos otros- no salva a Jordi Cruz, al contrario, confirma que es un problema grave que debemos enfrentar. El otro tema que me ha interesado ha sido La mano invisible, la adaptación de la novela de Isaac Rosa que reflexiona sobre la precariedad. Una película excelente que os recomiendo y de la que os quería hablar. He pensado que ambos temas son compatibles y que el ejemplo del divo cocinero viene muy bien para explicar el espectáculo del trabajo que nos muestra la película.

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No soy de contar sinopsis pero en este caso es necesario y es algo que se ve en los primeros minutos. Un grupo variado de trabajadores (albañil, informático, carnicero…) es contratado para un misterioso show en el que tienen que repetir constantemente algunas acciones (construir un muro y tirarlo abajo) en un pabellón ante un público. En definitiva, el resultado es una especie de Dogville pero con excusa (la del show, pero que tampoco importa mucho en detalle) para reflexionar sobre varios aspectos laborales. No se reduce a la clásica crítica al empresario malvado. De hecho, no vemos nunca al gran jefe de todo esto, pues como reza el título, esto va de la mano invisible e implica a todo tipo de actores sociales, incluidos tú y yo.

Los protagonistas, como los stagiers de Jordi Cruz, están ahí porque quieren, nadie les obliga. Están ahí porque es una oportunidad y porque las cosas no están como para elegir -todos tienen un pasado precario que os podéis imaginar si no habéis vivido en una cueva. Como en el caso de los stagiers de Jordi Cruz, hay elementos en el contrato que resultan dudosos -los becarios en teoría están para aprender, no para suplir un puesto de trabajo- y que a ojos de un abogado podrían dar juego. Pero ni unos ni otros se van a meter en líos. Lo mejor es seguir trabajando. Y no te quejes que otros están peor. No te quejes que te echan. Cada vez les aprietan un poco más a los personajes de la película, haciendo que aumenten la producción. Un aumento tan gradual que hace difícil que se dé un momento de gota que colma el vaso. Como a las langostas a las que les van subiendo la temperatura del agua tan poco a poco que no lo notan, hasta que mueren hervidas. No es un capricho del empresario, es que hay que ser productivos. Lo mismo les pasa a los stagiers, ya lo dijo Jordi Cruz, si les pagara a todos el negocio no sería sostenible. Es una cuestión de mercado, puramente técnica. Nada ideológico. Cruz, al fin y al cabo es un buen tipo.

El público, nosotros

Seguramente el elemento más inquietante de la película y que da más juego a la interpretación es el público. Un grupo de personas anónimas, cada día diferentes, de quienes solo oímos sus gritos. Es el consumidor que quiere el producto más barato, es el votante de partidos que agravan la precariedad, es el ciudadano que se queja de esa huelga que le molesta. Somos nosotros.

El caso de Jordi Cruz también es interesante aquí, porque es una persona pública y por tanto, también hay un show en todo esto. Es cierto que muchísima gente se ha indignado con sus acciones y sus palabras, afortunadamente, pero tampoco le han faltado defensores. Por supuesto, la patronal encantada con trabajar gratis. A ver quién le explica a esta gente que no todo el mundo puede permitirse estar un tiempo sin cobrar. Lo de la igualdad de oportunidades, para los discursos. Hay quién llega a defender que estaría bien que los becarios incluso pagasen por trabajar. Economistas que podemos ver en televisión -seguimos con el show- y que defienden con racional pulcritud un sistema de ideas que llevan inequívocamente a esa conclusión. Y claro, donde otros pondrían en duda la validez de ese sistema de ideas, ellos lo aplican a rajatabla como palabra de Dios, ofrezca las conclusiones que ofrezca, por disparatadas que sean. El caso es que no les falta palmeros locales, menos doctos pero igual de fundamentalistas de las leyes del mercado, de la mano invisible que lo regula todo con ecuanimidad. Y luego están quienes lo defienden como a su equipo de fútbol, porque es una estrella. Alguien que queremos ser. Y esa gente, unos y otros, es la que grita en la película cada vez que alguien se revela, cada vez que alguien reclama sus derechos, cada vez que alguien no llega a la productividad exigida. Defender a gritos la explotación, sin pudor. Y esto hace que Cruz pueda salir chulito a defender su fórmula de explotación como si no tuviera nada reprochable.

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La película toca muchas cuestiones pero para mí se resumen en tres grandes males:

1- La dificultad actual de los trabajadores para organizarse colectivamente. Ya no somos trabajadores de largo plazo que forman una comunidad, como los mineros de Ken Loach. Entras y sales, como los stagiers. Somos nuestra propia empresa, nuestro propio producto, y demás milongas de autoayuda y lavado de cerebro neoliberal. Los sindicatos no están en su mejor momento, aunque de vez en cuando reaccionan a tiempo, como en este caso, que han denunciado a Jordi Cruz.

2- La sociedad, el público. Que lejos de pelear, asume los planteamientos más duros de la patronal. Los que creen que son clase media y desprecia a la clase obrera. Los que no se solidarizan con las huelgas del resto. Los que transmiten su malestar a los que están por debajo (principalmente a los inmigrantes), o subcontratan precariedad, como también queda claro en la película. Le Pen y Trump conocen bien el juego. Los que han equivocado al enemigo. Los que adoran a ídolos de la televisión que divierten exprimiendo al trabajador para, supuestamente, obtener la excelencia -y no hablo solo de Jordi Cruz, la mayoría de los realities hablan de lo mismo. Y, también queda claro en la película, no debemos hablar de la sociedad en tercera persona, sino en primera.

3- La mano invisible. No saber contra quien luchamos y que parezca que todo es una deriva aleatoria propia de las leyes del mercado. Nade se puede hacer.

La mano invisible es una pequeñísima película producida como cooperativa. Además de tener un valor cinematográfico como obra inteligente y bien construida, es un gran antídoto para toda esa propaganda que tragamos a diario en los medios. Una vacuna contra los Jordi Cruz. Desgraciadamente, aquí en Donosti, tierra de alta cocina, solo se ha podido ver durante una semana, en sesiones nocturnas. Y gracias a SADE, pues en otros sitios ni eso. Por suerte, se ha extendido a otras ciudades. Al fin y al cabo, una película que apenas tiene promoción y no va a atraer a muchos espectadores a comprar la entrada. No es culpa de nadie que no se vea más, no salen las cuentas. Es la ley de mercado.

La mano invisible

Media Flipesci:
6.7
Título original:
Director:
David Macián
Actores:
Anahí Beholi, Josean Bengoetxea, Eduardo Ferrés, Elisabet Gelabert, Christen Joulin
Fecha de estreno:
28/04/2017