All These Sleepless Nights comienza con un bello y artificioso paisaje urbano plagado de fuegos artificiales. La explicación es una de esas preguntas estadísticas que suman los minutos de toda una vida: ¿Cuánto tiempo pasamos viendo fuegos artificiales? Obviamente, el director, Michal Marczak, pretende ir más allá de la simple curiosidad numérica. Poco importa la respuesta y ni siquiera la recuerdo. La cuestión es, ¿cuánto tiempo pasas viendo fuegos artificiales? Y está claro que no hablamos de fuegos artificiales. Hablamos de lo superficial, de lo simplemente bello, de lo vacío. Y posteriormente contemplamos la vida hedonista de los dos protagonistas, que supone un continuo transcurrir de noches de música y drogas.
Decía al principio que la escena inicial era un bello y artificioso paisaje urbano. Eso es también la película en su conjunto, especialmente en la primera parte. Artificiosa porque está construida con diálogos pedantes, y a veces inconexos, probablemente por el efecto de las drogas. También es artificiosa por la perfección de sus trasnoches indies. Y lo es abiertamente, en ambos casos. Lo que pretende es transmitir unas sensaciones, aludir a cierto rincón de la memoria del espectador que ha vivido algunos de esos momentos, o del que desea vivirlos, o del que quiso que fueran así. Y aquí entra en juego la belleza, con una fotografía exquisita, basada en esos momentos fugaces -y tan difíciles de rodar- que son el ocaso y el alba. Para ser una película nocturna, definida así por el título y por el desarrollo, está llena de claridad. La percepción del momento, del instante, es absoluta. Un impresionismo arrollador.
Seguramente el elemento más importante, más presente y mejor definido, es el de la música. La selección musical es excelente, y sorprende como combina perfectamente algunos clásicos con las tendencias más actuales. Salta de Jacques Brel -de fondo y reinterpretado el “no me abandones” en polaco por la actriz- a Drake, y lo hace sin apenas alterar los códigos estéticos visuales. Este es un tipo de musical que se encuentra en algún lugar perdido entre Todo sobre Lily y Eden. Con la primera comparte algunos elementos estéticos, como los cortes abruptos a negro del principio, o cierto hipnotismo que produce la música en un grupo de jóvenes absortos y perdidos. Con Eden, esa fauna musical nocturna, entre discotecas y fiestas. El tipo de DJs que frecuentan los protagonistas definen mejor su personalidad que los diálogos alucinados por las drogas. Apenas tenemos contexto de los personajes, y gran parte de su relación con la sociedad viene expresada, de una manera a veces más evidente, a veces o menos, por sus acciones. Como caminar por el centro de la carretera en contra del tráfico, o predicar el calor humano desde un disfraz y un amplificador. Lo que sí podemos suponer es que no son precisamente de clase baja, teniendo un piso en el centro y no dando -aparentemente- un palo al agua. En este sentido, la película no se centra en los problemas sociales que puede tener la generación de veinteañeros europeos actual, que da para mucho. Interesa más su manera de afrontar el ocio y sus preferencias estéticas, o al menos las de algunos de ellos, los hipsters pijos de Varsovia. En realidad no importa, porque en el fondo, la esencia es la misma: jóvenes buscando diversión, amor, sexo, amistad; y conjugando todas ellas en la medida de lo posible. Es interesante como la película consigue hablar de todos estos temas a través de una capa de frivolidad.
Si bien los personajes intentan tomar las mejores decisiones para conservar todas sus ventajas (vivir a tope, tener novia…) y conseguir otras nuevas; lo cierto es que por el camino van chocando con frustraciones, y aceptando que todo no puede ser. En definitiva, y como casi cualquier película generacional, habla sobre madurar. Más que por la trama o por los diálogos -que también- vemos el declive del personaje en la diferente mirada del director. Pasa un poco como en Ahora sí, antes no, de Hong Sang-soo: con sucesos similares, la impresión es casi opuesta. Si todo era magia en las fiestas y en los afters diurnos de la primera mitad; no lo es así en la parte final, que tiene otro color menos atractivo y donde los besos ya no tienen la misma magia. Un personaje que empieza a encontrarse perdido, decepcionado, fuera de lugar. La sinopsis es similar, la percepción es mucho peor. Eso demuestra el talento del director. También es un problema para la película, porque lo más absorbente está en la primera mitad y la recta final se puede hacer un poco cuesta arriba.
Es inevitable pensar en la Nouvelle vague, y no solo porque haya un par de clásicos franceses en la banda sonora. La forma de contar esta historia de jóvenes; el clásico trío de dos hombres y una mujer; la pedantería y lo cool. Todo con un estilo mucho más moderno, pero heredero de aquel, como ocurre con lo banda sonora. Más cercano a otras películas también francesas, pero actuales como La era atómica de Héléna Klotz.
- Banda sonora de All These Sleepless Nights en Spotify
- Programa de Dock of the Bay 2017
- Fue premiada en Sundance 2016 con la mejor dirección en el apartado documental. Entre otros premios en festivales.