La ópera prima de Esteban Crespo trata sobre el amor adolescente. Un amor apasionado, obsesivo, intenso y destructivo. Un primer amor. El primer amor de quien aún no sabe nada de la vida y menos aún, en concreto, del amor. Jóvenes que aman mal. Que se equivocan y, en el mejor de los casos, aprenden. Es un amor de prueba y error, porque nadie nace sabiendo, y porque a los 17 años todos somos gilipollas. Con suerte, luego menos.
La historia nos ofrece a partes iguales lo bello de la pasión y el descontrol de la inexperiencia. Celos, posesión, inseguridades, obsesión enfermiza y, sobre todo, una preocupante confusión entre amor y alienación. Yo soy tú. Ingredientes, junto a brotes de rabia y acoso, ideales para una relación tortuosa, o incluso, para el maltrato. Aman mal. Y la historia se centra sobre todo en hasta qué punto son capaces de aprender o no. Es decir, en la maduración. En el proceso de prueba y error. Por eso empieza en lo que suele ser la mitad de la historia, en el amor al máximo. Así puede desarrollar más las partes del despecho, del dolor, del desamor. Empezamos con una sugerente historia de sexo prohibido -tampoco nada muy loco- y pronto vemos el aspecto más negativo. Toda la toxicidad, reclusión y también el íntimo deseo mutuo, se puede ver muy claro en la provocadora y licenciosa imagen de las máscaras de gas.
Aunque es el primer largo del director, ya había adelantado parte de las ideas de su historia en algunos cortos. Por cierto, uno de sus cortos, de temática bien distinta, Aquel no era yo, ganó el Goya y fue nominado al Oscar. Yo no soy demasiado entusiasta, pero ahí dejo el dato. En cualquier caso, este es su primer largometraje y eso es un salto importante. La apuesta es muy esteticista. El gusto por el susurro sugerente, unos blancos quemados que llenan de luz el interior. Para después, junto con la historia, ir tornándose más oscura, aunque sin ensuciarse: hasta las fábricas nocturnas son bonitas. Suena el Get Free de Major Lazer y claro, cómo no se van a besar. Su tendencia a lo bonito y naif -incluso en las escenas más sexuales- representa bastante bien a esos dos jóvenes.
Todo parece una mezcla entre anuncio de Ikea y uno de H&M. Lo de H&M hasta el punto en que una fuga de los amantes se frustra por la importancia de conservar un jersey. Pero está bien. Eso es esta historia. Es Ikea y es H&M. Quizá, si la película hubiera sido francesa, habría tenido un estilo más bohemio, y él habría sido un joven Louis Garrel, y se debatirían entre la militancia y el nihilismo. Pero no, estos son dos jóvenes españoles, futuros votantes de Ciudadanos, sin mayor pretensión que ser todo para el otro. Ser el otro. Amar mal.
Esta no es una historia de jóvenes para mayores, no especialmente al menos. Está tan cerca de los jóvenes que está contada en su lenguaje. De ahí también que ese tono H&M no chirríe del todo. Crespo no tiene muchos complejos, no parece tener miedo a resultar hortera o cursi, a pasarse de rosca. Él también sale a jugar con el ímpetu y la imperfección de los primerizos. Mejor o peor, está claro que esto también es para el director un periodo de prueba y error.