Barbara Albert nos plantea una reflexión sobre nuestra forma de percibir la realidad que se puede entender a varios niveles. La protagonista es ciega desde muy temprana edad y aunque recupera la vista, le queda el trabajo de aprender a reconocer los objetos y lo que es más importante, su significado. Sus “amigas” de alta sociedad se ríen de ella cuando afirma que su criada le parece bonita. Debe aprender que lo bello está relacionado con la clase y lo contrario es un disparate divertido. Albert así nos plantea hasta qué punto la definición de la belleza es un concepto social y no solo intuitivo. Citando un verso de Toteking, “Y el canon de belleza no ha cambiado, es tener dinero”. Estas ideas, nada triviales sobre la percepción de la belleza también están plasmadas en el relato corto de Ted Chiang, ¿Te gusta lo que ves?
Hasta tal punto que la sociedad determina si la joven ve o no ve en función de una normas arbitrarias alejadas de la sensatez. La realidad como construcción social. La protagonista debe reconocer objetos tan absurdamente específicos como una concha de Nautilo. No importa que vea claramente el amarillo o que sea capaz de imitar un gesto, si no puede identificar un reloj, no ve. Aquí se puede intuir una idea de pensamiento tradicionalmente masculino, la rigidez científica del reloj frente al color y a la empatía.
Hay otros mensajes más obvios, como el niño pobre que no tiene cura y que, literalmente, está mejor muerto. La criada que es violada -ni necesitamos verlo- y queda embarazada y todo lo que eso supone dentro de una sociedad “respetable”. La presión de los padres que quieren que su hija cumpla con los requisitos que impone la sociedad para ser útil. Mejor ciega si así puede ganarse el pan tocando el piano. Volvemos aquí a la idea de ver el reloj, como única cuestión importante de estas normas del juego. Si no eres capaz de ver el reloj, no sirves. Si no tienes una función productiva, no vales.
Más allá de las ideas que expone y la que motiva, que son estas y unas cuantas más; esta película tiene una atmósfera malsana. Ya desde el primer plano, sostenido, en el que la intérprete toca una pieza con pasión en lo que es una evocación clara del sexo (por el encuadre, por el gesto). No se descartarán los detalles más escabrosos, como el mal olor del pus bajo la peluca -otra idea genial, que nos lleva la forma de la alta sociedad de tapar su decadencia. Violencia sin remilgos como la del ataque de los caballos. El abuso sexual en segundo plano, ante los ojos vendados. Mención aparte para la actriz protagonista, Maria-Victoria Dragus, con una interpretación inquietante a veces, y emotiva en otras.
Licht es una película que no deja de ofrecernos simbolismo -seguramente en el segundo visionado ganará- y que consigue hacernos oler la putrefacción más apestosa de la alta sociedad, expresada en su punto quizá más álgido, la aristocracia del XVIII, pero que, por supuesto, podemos extrapolar a nuestro tiempo.