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Yo, Tonya no pretende ser cierta. Desde el principio te dejan claro que esta película es el resultado de versiones contradictorias. En realidad, en eso es como la mayoría de las películas basadas en hechos reales -no me hagáis hablar de Todo el dinero del mundo– pero aquí lo admiten. Y esta vez no importa porque como pasa en los buenos biopics, los hechos reales no son el núcleo de la película. Si bien hacia el final se centra más en los detalles de los sucesos conocidos, en su conjunto habla más de cuestiones sociales mucho más amplias que trascienden el caso concreto de Tonya.

Tonya es un mujer. Tonya es de clase baja. Sobre estas dos cuestiones y sobre el inconformismo de Tonya con respecto a ellas, se articula la película. El patinaje artístico sirve como una metáfora perfecta de exclusión, de falsa meritocracia, de machismo. Un triple Axel está bien; pero demostrar que perteneces a su clase, que eres de buena familia y estar dispuesta a asumir las normas que te tocan como mujer, eso no tiene precio. Los rednecks -ella misma se califica así a sí misma con cierto orgullo- que vean la película coincidirán con una idea que queda patente: el sueño americano está trucado. No basta con el talento y el esfuerzo. Yo, Tonya es otra película más -y las que nos quedan- que recoge el desencanto de la América profunda, ese desencanto que desemboca en enfado y en respuestas violentas o, lo que es peor, en votar a Trump. La pega que le pondría es esa cierta mirada por encima del hombro que Hollywood suele lanzar a estos personajes.

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Tonya es una mujer maltratada. Aunque puestos a etiquetar, mejor hacerlo con él, pues Tonya no es para nada un personaje que deba definirse por las acciones de otros, en esto tampoco. Diremos más bien que el marido de Tonya la maltrata. Aquí la película salta sin red. Se permite mostrar al marido bromeando, siendo hasta cierto punto simpático. Se permite también un tono de drama envuelto en comedia que juega muy al límite. Por supuesto, esta comedia negra, esta osada incorrección, consigue que el impacto sea mayor. La ligereza con la que Tonya y el resto describen el drama, y el humor negro de la propia película es una forma de confirmar que esta tragedia no es más que el día a día de mujeres como ella y que no les queda más remedio que tomarse las cosas con humor. Un mensaje bastante más fuerte que el de cualquier drama de caras largas.

El gran momento, en el que confluyen lo doméstico y lo social, es el plano de Tonya mirando a cámara -mirándonos a nosotros, en realidad- explicando que nosotros también le hemos maltratado. Eso cierra el círculo de una manera brillante y redime a la película de lo que le achacaba hace un rato, el mirar por encima del hombro, porque el provocar que el espectador se ría de los personajes se convierte aquí en una trampa: te ríes y eres parte de la agresión, de alguna manera. Eres el jurado prejucioso del patinaje. Lo interesante, claro, es que otros puntos de vista también son válidos. La película se dedica a remover.

Acrobacias cinematográficas

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Craig Gillespie dirige esta película con una estética a veces entre el testimonio y el reality. Pero tampoco se priva de realizar su propias acrobacias, como fundir un plano secuencia y un montaje secuencia (cuando se ven varios instantes dentro de la casa con los personajes en diferentes habitaciones y momentos) es un montaje o más bien composición, collage, sobre un falso plano secuencia que además termina en un traveling que se aleja de la casa. Una de esas virguerías para lucir que esta vez, en una historia de patinaje artístico, está plenamente justificado por el contenido. Y que se rompan las normas más básicas de la puesta en escena, nunca está mal.

Aunque sin duda es en la pista donde más luce la realización. En muchas películas canta demasiado que los actores no tienen las habilidades que prometen tener. Véase Borg/McEnroe, dónde por muy bien que actúe Shia Labeouf nunca podrá jugar al tenis como McEnroe. Sin embargo, aquí está perfectamente resuelto con planos necesariamente trucados digitalmente. Hay un trabajo espectacular de face replacing (usar otra actriz y poner la cara de la protagonista en ella). Este trabajo tan fino de efectos especiales permite al director rodar con (aparente) libertad. Acercarse cuanto quiere, pasar de un contrapicado a un picado para complementar el movimiento de ella (véase sobre estos párrafos). Hacer planos largos y moverse por la pista para conseguir una forma de rodar el patinaje artístico como nunca se ha visto.

Os dejo un vídeo sobre los efectos especiales. Está en inglés:

 

Las actrices

Una de las mayores bazas de la película son sus actrices. Allison Janney, que acaba de ganar el Oscar, está estupenda en el papel de esa madre horrible y divertida. Aunque para mí, la protagonista, Margot Robbie no tiene rival. Ya había sido lo mejor de su anterior película, claro que no es difícil ser lo mejor de Suicide Squad. Robbie tiene chispa, tiene carisma, tiene gracia, desparpajo. El papel de esta insolente desgarbada le va al pelo, al mismo tiempo que tiene una presencia ideal para ser una atlética patinadora. Sobre sus habilidades sobre el hielo no me pronunciaré porque visto lo que son capaces de hacer en el departamento de efectos especiales, desconfío de todo. Sobre lo que sí hablaré es sobre su capacidad de transmitir su ira, su frustración, su desesperación. Es capaz de llorar a moco tendido mientras su personaje intenta sonreír: finge que llora fingiendo que ríe, y lo hace desbordado emoción. Margot Robbie es magnética y espero que tengamos la posibilidad de verle en muchos trabajos más.

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Yo, Tonya

Media Flipesci:
7.3
Título original:
I, Tonya
Director:
Craig Gillespie
Actores:
Margot Robbie, Sebastian Stan, Allison Janney, Julianne Nicholson, Paul Walter Hauser, Bobby Cannavale
Fecha de estreno:
23/02/2018