Leigh Whannell es guionista. Lo debería poner en su carné. Dice la bio de IMDb que desde los cuatro años quería contar historias. Me lo creo. Si ves Upgrade sin mirar antes quién la ha dirigido, te apesta a guionista. Lo hueles como las brujas huelen a los niños. Es una película casi sin atmósfera, cuando el argumento lo pide a gritos. Hay algunos momentos visuales muy conseguidos, principalmente relacionados con los movimientos robóticos del protagonista, pero todos ellos responden a una necesidad estricta del guión. No parece que haya apenas decisiones estéticas que no salgan directamente de la dictadura del texto. Y eso resta. A la vista parece una película de Netflix. Falta un director.
Whannell no es un guionista cualquiera. Es el responsable de las primeras películas de Saw y de la trilogía de Insidious. Claro que entonces iba de la mano del talentoso James Wan en la dirección. Cuando Wan salió de Insidious, después de dos entregas muy notables, Whannell entró en la tercera y esa fue su ópera prima como director. Supongo que Blumhouse quiso dar una oportunidad al guionista de dos de sus mayores éxitos. La película recaudó por debajo de la anterior, habiendo costado más, pero cumplió de sobra como para que Blum volviera a confiar en él como director -y guionista, claro. Y sin embargo, a pesar de que echo en falta un director con talento, hay una buena valoración al pie de este texto. ¿Por qué?
Esclavos de la tecnología
Aunque la dirección no aporte mucho, tampoco molesta y el oficio de guionista de Whannell se hace valer. Si bien el género es cyberpunk clásico -quiero decir que no es muy postcyberpunk como puede ser Her, por ejemplo- la película recoge algunos efectos reconocibles de la tecnología más actual. Upgrade es una película que habla de cómo hemos integrado tecnologías asistentes y de cómo esto nos cambia. Es fácil pensar en cuando seguimos el GPS que nos va dando indicaciones que obedecemos casi a ciegas. Los efectos están expuestos en la película. El primero es el de dejar de sentirnos útiles. Para ello, se nos ofrece una contraposición -si se quiere, algo obvia- de un personaje offline, muy siglo XX, que ama reparar coches y sentir la grasa, hacerse daño en las manos; y su mujer, adaptada por completo a los coches autónomos, la información, los implantes. Una dicotomía que vemos cada día en la brecha intergeneracional.
Por supuesto, también hay un efecto negativo en el empleo -o como mínimo, la percepción de ello. Nuestro personaje old style no pierde oportunidad de hacer referencia a este efecto negativo de la automatización. Empleos destruídos y personaje convertidos de trabajadores independientes a empleados-esclavos usados para un fin. Un tema tan de actualidad como lo estaba a principios del XIX cuando los luditas reventaban los telares que les dejaban en paro y Mary Shelley escribió Frankenstein alertando sobre el descontrol sobre los avances tecnológicos. Desde aquella obra seminal, la tecnología -y sobre todo su tremendo combo con el capitalismo- ha sido motivo de alerta para la ciencia ficción. Y no es difícil ver en ese creador, genio superado por su creación, un reflejo del Dr. Frankenstein en su laboratorio, o de cualquiera de sus herederos como el Eldon Tyrell de Blade Runner.
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Y para terminar, quizá el efecto más grave de todos y que es el centro de esta historia: de cómo una tecnología que nos evita tener que decidir el camino puede terminar marcándonos la meta. ¿Quién no se ha sentido alguna vez esclavo del móvil? O de las redes sociales. La tecnología nos facilita, por ejemplo, la comunicación, pero al mismo tiempo, podemos llegar a sentirnos “obligados” a comunicarnos cuando no teníamos la necesidad de ello. Puede ser muy reconocible el momento en el que el personaje exige dormir porque lo necesita. La tecnología no duerme pero él necesita dejar de recibir interacciones. Casi podría ser una persona dando vueltas en la cama mientras mira el móvil. La película podría ser tranquilamente un capítulo de Black Mirror, con acción de más nivel.
Si bien la pérdida de empleo y las consecuencias sociales (y ecológicas) han sido una constante desde el XIX, lo que diferencia a la ciencia ficción actual -y en definitiva, a la realidad- es cómo la tecnología está transformando, no ya solo nuestros hábitos, sino también nuestra forma de pensar. No me refiero a nuestras ideas, no, literalmente, “nuestra forma de pensar”. Aunque un puntero de la ciencia ficción actual como Ted Chiang, cuando trata este problema actual en La verdad de los hechos, la verdad del corazón, se permite señalar que la primera tecnología que cambió nuestra forma de pensar fue, hace miles de años, la escritura. Más allá de la ingeniosa comparación, el relato no deja de recordarnos que es un tema de interés hoy día.
Más allá de la certera representación de los problemas a los que nos enfrentamos con la tecnología, Upgrade es un entretenido tecnothriller con buenas escenas de acción, situaciones llamativas y un esquema sencillo que se permite algún giro. Como decía al principio, a nivel de género es cyberpunk clásico, armado en la típica trama detectivesca, con hackers en apartamentos oscuros enganchados a la realidad virtual, con invasión corporal de la tecnología. Solo le falta una cosa, una voz en la dirección.