- Suspiria, de Luca Guadagnino
- Ha nacido una estrella, de Bradley Cooper
- The Ballad Of Buster Scruggs, de los hermanos Coen
- Peterloo, de Mike Leigh
La película que mayor división de opiniones ha generado en la Mostra en el personalísimo remake de Suspiria de Dario Argento que ha presentado Luca Guadagnino. Y mientras los Coen se lo pasan bomba con peli-antología del western The Ballad of Buster Scruggs, podemos entender por qué Peterloo no estuvo en Cannes. Bradley Cooper y Lady Gaga, por su parte, son las estrellas de ‘Ha nacido una estrella’.
Suspiria, de Luca Guadagnino
En estos tiempos de remakes, reboots y secuelas se agradece el acercamiento del italiano Luca Guadagnino a un título tan reverenciado como Suspiria de Dario Argento. El director de Call me by your name, partiendo de un guión de David Kajganich, toma los personajes y sólo algunos de los elementos de la película de Argento, les añade contexto, los desarrolla y consigue hacer una versión propia y personal de Suspiria. Tan propia y tan personal que está por ver de qué forma recibirán los fans de la película original. Más que como un remake propiamente dicho, esta Suspiria funciona como un complemento del título emblemático del giallo.
El arranque no difiere en exceso. Empieza con la llegada de una joven menonita estadounidense (Dakota Johnson) al Berlín de los años 70 para hacer la prueba de acceso en una prestigiosa compañía de baile. En la época de los atentados de la Baader Meinhof y cuando faltaban más de 10 años para derribar el Muro. Desde el primer momento impresiona a su coreógrafa (Tilda Swinton) y a medida que asciende en el escalafón de la compañía se irá encontrando con elementos cada vez más misteriosos y oscuros.
Esta versión de Suspiria dura casi una hora más que la del 77. Guadagnino se toma el tiempo necesario para añadir un contexto a la historia, la pone en relación con su entorno y su época, y sobre todo desarrolla el personaje del Dr. Klemperer, interpretado por un supuesto Lutz Ebersdorf de indudable parecido a Tilda Swinton bajo una buena capa de maquillaje, y añadiendo una subtrama que complementa el misterio que ocurre dentro de la academia. Un edificio que de la mano de Guadagnino pierde su naturaleza de ‘casa encantada’ para convertirse en un contundente edificio gris al lado del Muro.
Esta Suspiria gira en torno al poder de la sororidad y la fuerza de la maternidad. Las mujeres y las relaciones entre ellas son su núcleo dramático. Mujeres que se ayudan, luchan por el poder y utilizan todo su potencial para lograr sus objetivos. Y el potencial de la protagonista es el baile. Un baile que de la mano de Guadagnino se convierte en un ritual de brujería, en una vía de acceso a una nueva diabólica trinidad, visualizada de forma soberbia mediante el montaje en paralelo.
Esta Suspiria pierde gran parte de los elementos característicos del cine de terror de la versión del 77, pero se convierte en un original y personal thriller psicológico llamado a provocar las reacciones más encontradas entre los espectadores desde Madre! de Darren Aronofsky.
Ha nacido una estrella, de Bradley Cooper
Es precisamente el excesivo respeto a los originales que versiona el principal problema del otro remake presentado, éste fuera de concurso, en la Mostra. Lo peor que se puede decir del Ha nacido una estrella de Bradley Cooper, director y protagonista, y Lady Gaga es que cuenta prácticamente la misma historia que las versiones anteriores. La de Janet Gaynor y Frederic March a las órdenes de William A. Wellman, la de George Cukor con Judy Garland y James Mason (también conocida como ‘la buena’) o la de Barbra Streissand y Kris Kristofferson.
En su ópera prima como director, Bradley Cooper, perfecto en su papel de estrella de la canción en decadencia, opta por un acercamiento íntimo a la historia. Por centrarse en la relación romántica entre la estrella en decadencia y la joven promesa con talento. Evitando casi siempre caer en lo cursi. La llamaremos musical, parece que a su pesar. Porque parece el menos musical de los musicales. Apenas hay números musicales propiamente dichos. Las actuaciones en los conciertos están rodados entre bambalinas, como trasfondo del eje de la narración. En Ha nacido una estrella suenan muchas canciones. No podía ser de otra manera. Pero salvo en contadas ocasiones, Cooper opta por integrarlas como un elemento más en la película.
Ha nacido una estrella es un buen debut en la dirección para Bradley Cooper y una buena presentación de Lady Gaga como actriz protagonista en el cine (en la televisión ha llegado a ganar un Globo de Oro por su interpretación en American Horror Story), pero no aporta suficientes novedades como para sorprender o emocionar a los espectadores que conozcan cualquiera de las 3 versiones anteriores.
The Ballad of Buster Scruggs, de los hermanos Coen
Nacida para ser una miniserie de Netflix, The Ballad of Buster Scruggs, lo más nuevo de los hermanos Coen, se ha acabado convirtiendo en un largometraje de 132 minutos compuesto por 6 episodios aspirante al León de Oro cuyo único nexo argumental es estar ambientados en el salvaje oeste americano.
Tras unos planos del supuesto libro en el que estaría basada la película, los Coen trasladan al espectador a Monument Valley. No hay lugar más apropiado en el que empezar un western. Y a partir de ahí empezará un repaso al imaginario del género de la frontera americana: pistoleros, poblados en medio de la nada, forajidos, salones, juegos de cartas, paisajes desérticos, bancos atracados, árboles en los que ahorcar a los que se lo merezcan (o no), espectáculos ambulantes, buscadores de oro, cañones de naturaleza exuberante, amplias praderas por las que discurren caravanas (a Oregón preferentemente), diligencias y por supuesto, indios salvajes que se dedican a arrancar cabelleras a los blancos, en su versión más clásica, básica y políticamente incorrecta.
En The Ballad of Buster Scruggs los Coen confirman que en el western encaja cualquier otro género cinematográfico. Y que en todos ellos cumplen con creces, ayudados por un reparto impecable y la excelente fotografía de Bruno Delbonnel y la banda sonora de Carter Burwell. Lo que empieza como un hilarante y caricaturesco slapstick musical pasa a la comedia absurda y de ahí al drama íntimo, al romántico y hasta el fantástico.
Como es habitual en este tipo de películas-antología por episodios el resultado es irregular, algunos se alargan demasiado, en otros se echa de menos que no se tomen más tiempo para desarrollar más la historia, pero los Coen consiguen una revisión original y fresca de los elementos más clásicos del western.
Peterloo, de Mike Leigh
A pesar de tratarse de uno de los directores habituales del Festival de Cannes, en esta ocasión Mike Leigh ha presentado su Peterloo en la Mostra (es uno de los títulos que se rumorea que el festival francés rechazó este año), 14 años después de haberse llevado el León de Oro con El secreto de Vera Drake y la Copa Volpi a la mejor actriz para su protagonista, Imelda Staunton.
Peterloo es sin lugar a dudas la película más política de la filmografía de Mike Leigh. Una película cuyo núcleo es el enfrentamiento entre las clases pudientes y la nueva clase trabajadora surgida de la revolución industrial, pero a la que aún no habían llegado los efectos de la revolución francesa.
Acostumbrados a sus certeros retratos personales de los protagonistas de sus películas, Peterloo sorprende con su crónica histórica de los hechos que desembocaron en la masacre de Peterloo, en la que las tropas militares dispersaron con violencia una concentración pacífica de más de 60.000 personas en la que solicitaban la reforma del sistema de elección de la representación parlamentaria en 1819 en la ciudad de Manchester. El resultado fueron 15 muertos y centenares de heridos.
La película arranca con el final de la batalla de Waterloo en la que las tropas aliadas encabezadas por los británicos derrotaron definitivamente a Napoleón. Por un lado, vemos a Joseph, un corneta que obligado a hacer una larga vuelta a Manchester aún traumatizado por la batalla y completamente olvidado por las autoridades, mientras los gobernantes cubren de premios y reconocimientos a Wellington y sus generales. Además niegan el derecho al voto a la nueva clase trabajadora surgida de la revolución industrial o imponen restricciones a la importación de grano para proteger a los terratenientes locales.
A pesar de este fondo revolucionario, Peterloo es una película clásica en sus formas. Incluso demasiado. Llama la atención que un director que siempre ha primado el naturalismo, opte esta vez por un estilo tan académico y encorsetado. Por un ritmo en los diálogos en los que los personajes educadamente dejan que cada uno termine sus frases.
Peterloo es una película con un planteamiento prometedor y ambicioso (la revolución industrial, la francesa, la victoria de Waterloo y la masacre de Peterloo unidas a través de una casaca roja), llena de buenas ideas e ideales que siguen de actualidad, pero Mike Leigh no logra que la fusión entre el plano histórico y el personal sume más que la suma de sus partes.