Reseña de la película Yuli
Yuli es el apodo de Carlos Acosta, un bailarín que surgió de los arrabales de La Habana hasta convertirse en una de las primeras figuras mundiales de la danza en los años 90. La película comienza con el propio Carlos Acosta llegando al ensayo de una coreografía autobiográfica que recorre su vida. A partir de ahí los ensayos y bailes se alternarán con los flashbacks de su infancia y juventud. Los conflictos familiares, su rebeldía infantil, la miseria de Cuba, el desarraigo, los sacrificios de su entorno para darle un futuro… lo habitual en estos casos.
Como espectador hay una cosa que me molesta, que los responsables de la película no confíen en mi. Que sientan la necesidad desde la dirección, el guión, ¡el título! de explicarme que es lo que voy a ver. Hace poco entrevistábamos en El Contraplano a Koldo Almandoz con motivo de su película Oreina y nos decía «no me gustan los subrayados» y yo sólo puedo aplaudir esa filosofía en un director. Prefiero quedarme con la sensación de que no he sido capaz de entender algo, y esforzarme en buscar el significado (si la película me ha interesado), que salir con la sensación de que me han tratado como a un idiota.
Yo no sé si Iciar Bollaín no confía en los espectadores, no confía en las coreografías de Carlos Acosta o en su propia capacidad de reflejarlas en la pantalla, pero para contar la historia de Yuli recurre continuamente a los subrayados. Si los bailarines interpretan una coreografía que representa el dolor y la rabia, Iciar Bollaín nos muestra a continuación cómo Carlos Acosta se lo explica al resto de bailarines. Si la coreografía es una pelea entre niños, Iciar Bollaín inserta imágenes en medio -cortando el ritmo del baile- de los niños peleando. Así continuamente.
Realmente, a pesar de que hay imágenes poderosísimas, las coreografías no están muy bien rodadas. Los pies y las manos se salen continuamente del cuadro, el montaje no permite ver la evolución de los bailarines. Quizá es porque Iciar Bollaín busca mostrar los rostros, no lo sé, pero es un número de danza y si ruedas a alguien bailando pies y manos son fundamentales. Quizá, simplemente, es que la directora no confía en el poder evocador del baile y siente la necesidad de representar el drama de una manera más convencional. Pues ahí si que lo logra, porque en el resto Yuli es una película muy convencional, como un muestrario de los recursos mas planos y tramposos del catálogo de melodramas televisivos.