Había expectación por la nueva visita de Maria Arnal y Marcel Bagés a San Sebastián, como demuestran las 500 personas que asistieron el Teatro Victoria Eugenia. Los que le habían visto en el Glad Is The Day o el Dabadaba querían repetir y no paraban de recomendar el concierto. Muchos de los que habíamos permanecidos ajenos al fulgurante éxito del dúo catalán -llevan año y medio llenando salas y cosechando buenas críticas- nos sentíamos picados por la curiosidad y algo temerosos de que la realidad no superara el alto listón de los elogios previos. Poco tardamos en comprobar que no había exageración en las crónicas previas.

Sobre un sencillo escenario libre de adornos, en el que se desarrollaría un juego de luces, sombras, colores y contrastes, sencillo pero potente y evocador que potencia la propuesta artística del dúo, comenzaron interpretando en acústico el tema que da título a su primer LP, 45 cerebros y 1 corazón, una canción inspirada por la noticia del hallazgo de una fosa común cerca de Burgos y, también, una canción que condensa gran parte de la propuesta de Maria y Marcel, su juego de pasado y presente que engloba tanto a lo musical como a lo histórico. A a partir de historias,músicas y textos del pasado crean algo totalmente nuevo, plenamente actual, manteniendo la esencia de sus orígenes. Una música personal, sentida y respetuosa con sus raíces aunque hayan sido deconstruidas para formar algo totalmente nuevo.

Al acabar, Maria se dirigió al público para explicar la historia de la canción que habían interpretado. Una constante a lo largo del concierto que, sin embargo, no rompe el ritmo ni la atmósfera. Maria habla de la tradición oral, de los tabúes, de los problemas de nuestra socialdemocracia, de historias de la guerra y la posguerra, de su visión del mundo plasmada en sus canciones. Como pasa con su música y su manera de interpretarla, su discurso no suena impostado, parece honesto más allá de otras valoraciones o afinidades.

Para la siguiente canción, Bienes, Marcel coge la guitarra eléctrica y une sus distorsiones a las figuras vocales de Maria. Saben aguantar la canción abajo y hacerla explotar cuando quieren, dominan la intensidad y la atmósfera, y es algo que harán durante todo el concierto. Ya de pie, recuperan dos temas de su EP Verbena: Canço de la Marina Ginestà y Canço del taxista. Cada una con su historia anclada en el pasado y recuperando los ritmos añejos de la copla y la jota. Bueno, la hipercopla y la jota infinita, según explica Maria.

Uno de los momentos álgidos de la velada llegó con su versión de Miénteme de El Niño de Elche (para este humilde cronista, muy superior al original). Una súplica de una intensidad romántica infinita que comenzó cantando de rodillas Maria y que encogió el corazón a más de uno de los presentes. El Niño de Elche no pudo estar fisicamente, pero si “cuánticamente”, o por lo menos así describió Maria la aparición de sus labios proyectados sobre el escenario introduciendo La gent, esa musicalización que el dúo catalán ha hecho del poema de Joan Brossa sobre el empoderamiento del pueblo.

También hubo tiempo para el deseo más carnal, “uno de nuestros motores”, con la interpretación de No he desitjat mai cap cos com el teu, antes de volver a su discurso más político y/o social (¿acaso no es lo mismo?) con Desmemoria. Una canción que retrotrae a la portada de su disco, que hay que rascar para poder ver el título, como hay que rascar para recuperar los recuerdos de la memoria. Una curiosa canción construida en directo sólo con la voz de Maria y “la magia” que Marcel hace con ella tras hacerla pasar por los pedales, distorsionándola, convirtiéndola en loops y en ecos. Tradición, modernidad y experimentación, una constante en su música.

Para el final dejaron dos de sus bazas ganadoras. Canción total, que sonó poderosísima aunque el público, que dividido en dos mitades tenía que cantar bajo las instrucciones de Maria, no estuvo (estuvimos) a la altura. Tras ella su gran éxito, esa delicia titulada Tú que vienes a rondarme, que acabó con todo el mundo de pie aplaudiendo y ovacionando mientras los artistas abandonaban el escenario.

Por supuesto volvieron a salir. Para interpretar primero Ball del vetlatori, intimísima canción que en origen se usaba para despedir, cantando y bailando, a los niños muertos en su velatorio. De la muerte pasaron A la vida, con la versión del tema de Ovidi Montllor. Tras abandonar y regresar de nuevo al escenario finalizaron con Miris on miris. Una sencilla y emotiva guinda final para una noche brillante en el Victoria Eugenia.