Esto no es una crítica de Green Book. Ya la hizo Ricardo hace tiempo y en líneas generales estoy de acuerdo, gustándome aún menos. Señala los problemas donde están los problemas y las virtudes donde están las virtudes. Yo voy a hablar de otra cosa. De lo que va Green Book, que no es del conflicto racial ni mucho menos. Green Book, la reciente ganadora del Oscar, es una defensa de la mediocridad, al estilo americano.
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El enemigo de Homer
Hablemos del estilo de vida americano. Hablemos de Los Simpson. Homer representa la ineptitud del americano medio y eso en sus inicios era una sátira ácida, a veces hasta cruel, una visión negativa y divertida que al mismo tiempo era una llamada de atención. Después, con el éxito, la serie fue perdiendo su estilo underground -tanto en su estética como en contenido- y Homer fue convirtiéndose en el desastre adorable que demandaba el público. En la octava temporada, ya en 1997, cuando este cambio estaba ya completado, hubo un capítulo que quiso parodiar esa misma situación, un destello de rebeldía encubierta en una estética ya asumida para todos los públicos que escondía una mirada crítica hacia el personaje, hacia el planteamiento de la serie y también hacia la complacencia de los espectadores. El capítulo se llamaba El enemigo de Homer, y seguro que lo habéis visto. Dicen que para Ricky Gervais es el capítulo más completo de la serie. Es uno de los favoritos del propio Matt Groening y de otros del equipo de producción.
Frank Grimes es una persona meritoria que se ha hecho a sí misma. Por los caprichos del señor Burns, termina siendo compañero de Homer, a quien inmediatamente descubre como un inútil incompetente sin talento para nada aunque complacido de sí mismo. Grimes rabiará viendo la casa que tiene, la familia que tiene (Bart en este capítulo es dueño de una fábrica) o conociendo que tiene un Grammy y que ha viajado al espacio. Todo lo que la serie le fue dando en su evolución hacia héroe simpático. Los compañeros le adoran -esto no era así al principio, del mismo modo que el público aún no le adoraba. Le adoran incluso cuando demuestra ser un inútil, en parte, por serlo. Grimes es más inteligente, culto y responsable. No le sirve de mucho. Os dejo aquí este extracto de la wikipedia sobre la recepción del capítulo:
Tras la primera emisión del episodio, muchos seguidores de la serie lo consideraron oscuro y poco divertido y que los defectos de Homer eran retratados de una forma exagerada. Como resultado, fue catalogado con un B- (2,51) en The Simpsons Archive. En los comentarios de los DVD de Los Simpson, Josh Weinstein considera al episodio como uno de los más polémicos de las temporadas en las que él participó, ya que implica un humor de observación aguda que muchos seguidores de la serie «no entendieron».
Tony Lip es un Homer Simpson de libro. Es un glotón con barriga que gana los concursos de comida (esto ya lo hizo Homer en otro capítulo). Es descuidado. Es un tipo mediocre; su supuesta virtud es tener un pico de oro con el que convence a todo el mundo, pero en toda la película no vemos ningún ejemplo de ello. De hecho, sus éxitos vienen sobre todo de la interpretación relajada de las normas. No sabe escribir, no tiene ningún tipo de cultura pero la clave de todo es que está orgulloso de ello. Es un travieso simpático, un ignorante orgulloso, un mediocre feliz. El personaje ideal para el público americano y para el americanizado durante años, es decir, para nosotros también. Como los compañeros de Homer, a Tony Lip le aplaudimos con cierto cariño.
Mediocridad nacional
Y no se trata solo de aceptar sus defectos, se trata de hacer apología de ellos. ¿No has disfrutado nunca de comer con las manos un pollo grasiento del KFC? Yo te enseño. Este gesto es habitual en el cine americano. El típico niño que le enseña al chef francés a comer hamburguesas. Los estadounidenses son los mejores en algunas cosas y quieren serlo también en las que no lo son. Su estilo de vida, también el cutre, es el mejor. La cuestión nacional es importante. No hay que dejar pasar que Don Shirley se fue a los nueve años a Leningrado, cuestión que se comenta en la película y se deja claro que sabe ruso. El cliché en el cine americano siempre ha sido el de dibujar a los personajes rusos como inteligentes, cultos y estirados; frente al americano, con menos conocimientos académicos y gustos más “populares”. Sí, la ópera está muy bien pero deja que te muestre el rock. Tú serás bueno en ajedrez pero no sabes disfrutar del baseball.
Detrás de estos clichés, como siempre, hay algo de verdad. Una apuesta decidida en la Unión Soviética por la educación y por apoyar arte y cultura no necesariamente popular. Para contrarrestar este estilo de vida de quien se supone que es el enemigo hace falta un relato. En el cine (y en televisión, y en todas las manifestaciones culturales) se ha exaltado esta vida sencilla del ciudadano medio americano que quizá no esté muy cultivado pero tiene iniciativa y es valiente. Lo peor del tema es que se asocia la falta de educación y la baja cultura a la clase trabajadora, como un característica propia, incluso como algo de lo que enorgullecerse. Cuando en realidad es un problema a solucionar (con educación pública de calidad, con iniciativas, con redistribución). Es más fácil defender el KFC como un placer culpable que explicar que es el capricho barato al que puede acceder la clase baja. Don Shirley puede permitirse el mejor pollo de la ciudad, no quiere esa mierda grasienta. Es llamativo que una sociedad que defiende a capa y espada la meritocracia nos quiera convencer de que algunos de sus rasgos característicos descansan sobre una simpática incompetencia.
Nos tienen que caer bien los Homer, tenemos que recelar de los Grimes. Es un poco ese cliché de chicos populares y nerds. Pero es que además es un cliché desfasado. Lo veíamos muy bien en Infiltrados en clase. Los protagonistas descubren al volver al instituto que la popularidad de los descerebrados se ha resquebrajado. Que los jóvenes valoran más la inteligencia, la sensibilidad, la ecología… Los Tony Lips están pasados de moda, ahora interesan los Don Shirleys. Hay una brecha generacional importante en el público americano -y en el de todo el mundo. No hay más que comparar con otra ganadora del Oscar de este año, la de animación, Spider man: un nuevo universo, que es precisamente del guionista de la citada Infiltrados en clase. No hay más que ver cómo se trata la diversidad racial, sexual y sobre todo, el respeto a la inteligencia (la de los personajes y la del espectador).
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Ni siquiera es cierto
En cuanto a las licencias sobre la historia real, lo cierto es que la familia de Don Shirley no está nada contenta. Al parecer, hay mucho de mentira en la película. Por lo general, no me parece mal en sí mismo que se incluyan elementos de ficción si aportan calidad a la película (por ejemplo, el falso enfrentamiento entre Salieri y Mozart), el problema aquí es que todo lo que resulta forzado y poco creíble, lo que hace a la película peor, es precisamente lo que es mentira. Tony Lip no fue nadie para Don Shirley, fue un chófer más con el que trabajó durante un tiempo. Shirley tenía una relación normal con sus hermanos. La imagen conservadora de familia tradicional asociada al hombre sencillo frente al intelectual solo en su fría mansión es mentira. Shirley tenía amigos y familia y nadie tenía que explicarle la vida. Como explica su hermana enfadada, nadie tenía que enseñarle a comer pollo. Esto es lo razonable, lo otro es un cliché. No hay verdad en esta ficción.
Shirley era un prodigio que tocaba el piano a los dos años. Tuvo la valentía de enfrentarse al racismo arriesgándose a ir donde muchos no le querían cuando no lo necesitaba para nada. Esto se ve en la película pero a pesar de la hazaña y de la relevancia, no es el protagonista y sus méritos muchas veces se ven contados por terceros. El protagonista es Homer Simpson, no Frank Grames. Alguien que en la vida real tuvo la importancia que tuvo: ser un chófer con pistola. Nuestro Homer le roba el protagonismo a un personaje histórico que merece ser homenajeado. Incluso la decisión clave de la película, actuar o no en el restaurante donde es discriminado, recae incomprensiblemente en el personaje de Tony. Tony, tú decides. ¿Por qué? ¿Por qué hay que robarle la autoridad a Shirley? Por qué la historia de la lucha de los negros tiene que contarse una vez más por los méritos de un blanco. Un blanco mediocre sin ningún mérito para aparecer en esta historia, más allá de la simpatía que se vuelca sobre “el hombre sencillo”. Homer en el espacio. Homer ganando un Grammy.
A Donald Trump le gusta esto
Trump ha vociferado en Twitter contra Spike Lee por su discurso en la ceremonia de los Oscars. Claro, es que Trump aparece explícitamente en Blackkklansman. Aunque esta película habla de otro tiempo, es una alerta clara (y explícita) ante la condescendencia de Trump y sus votantes con el racismo. Sin embargo, Green Book es todo lo contrario. Es una historia de algo que ya está superado, que todos damos por pasado ya. Es una de esas historias para alegrarnos de que las cosas ya no están tan mal. A Trump esto ya no le afecta. Un recuerdo de otro tiempo, un protagonista blanco que es un poco racista pero en el fondo es un buen tío. Y sobre todo, una vez más, la apelación al hombre sencillo como contrapunto a esos intelectuales estirados. Esa es la base de su política. Tiene que estar encantado. Orgullo de mediocridad. Cuanto más mediocre el votante, más votos para él.
Por cierto, hablando de Spike Lee, ¿qué opina de Green Book? ¿Le ofende?
«It’s not my cup of tea». Spike Lee sobre «Green Book» a unos periodistas ingleses. Cómo no quererlo… #Oscars pic.twitter.com/iaxbSDoZzo
— Diego Batlle ? (@dmbatlle) 25 de febrero de 2019
Es recurrente escuchar que aunque Green Book no es una buena película, en cuanto a calidad cinematográfica, tiene valores positivos. Niego la mayor. Y creo que precisamente son esos defectos artísticos lo que delata los peores valores de la película. No siempre ética y estética van de la mano, pero esta vez fallan en consonancia.
Que no sea para nada verosímil es una respuesta a los hechos que se han cambiado a conveniencia para poner el foco en el lugar inadecuado. Que el personaje de Don Shirley no esté bien profundizado (a pesar de la buena interpretación del oscarizado Mahershala Ali) es causa y efecto de que haya una mirada distorsionada, un blanqueamiento de una historia de la lucha de los negros, un protagonismo viciado. Que la película recurra continuamente a clichés reproduce tópicos del mundo real e incide en ideas que se nos quiere inculcar desde hace décadas. Y para tópico el que lleva al protagonista a insistir a Shirley que debería escuchar y hacer la música de los suyos. Al final cede feliz. En definitiva, eres negro, haz el favor de hacer cosas de negros. Una película absolutamente conservadora. Not my cup of tea.