Ricardo FernándezEstamos viendo en esta edición de Cannes (en la filmografía de los últimos años en realidad) muchas películas que retratan y critican los problemas estructurales de una sociedad cada vez más injusta, pero entre todas esas películas pocas tan salvajes, trepidantes y a la vez divertidas y desasosegantes como Parasite de Bong Joon-ho, quién vuelve a rodar en coreano tras Snowpiercer y Okja.
Parasite la protagonizan dos familias. Una de ellas, la de Gi Taek, sobrevive a base de pequeños trabajos y trapicheos varios. La otra, la de Gi Boo, vive lujosamente en una maravillosa y moderna casa con varias personas a su servicio. Un día las dos familias entran en contacto el hijo de Gi Taek consigue, con mentiras, trabajo como profesor particular de inglés de la hija de Gi Boo y traza un plan para colocar a su hermana, su padre y su madre, en distintos puestos de trabajo dentro de la casa. Con esta familia de timadores luchando por conseguir un ascenso social podría parecer que partimos de un lugar similar a Un asunto de familia de Kore Eda pero aquí abandonamos las sutilezas y nos abrazamos al toque frenético y brutal del cine surcoreano en general y del director de Crónica de un asesino en serie, Mother o The Host.
Bong Jong-ho ha pedido que no se hagan spoilers de la película, lo cual es ya un aviso de que habrá giros y sorpresas en un guion que en su parte final coquetea con gustarse demasiado a su mismo, pero que logra no solo ser sorprendente sino divertido, trepidante y emocionante a la vez. Claro que el guion brilla más gracias a la descomunal dirección de Bong Joon-Ho. La manera en que sus imágenes reflejan los mundos tan distintos en que viven las dos familias es mucho más efectiva que varias páginas de muchos guiones. No sólo los mundos que habitan, también el interior de ellos mismos, sus pensamientos y sentimientos. Los colores, formas, luces y sombras forman escenas tan tangibles que casi se puede sentir el olor (tan importante en el desarrollo de la película). Su manera de llenar los planos y otorgarles un sentido narrativo es sencillamente espectacular.
Lo que si se puede decir sin destripar el argumento es que, con el envoltorio de una película gamberra que mezcla recursos del terror, el slapstick y la comedia de enredo, Bong Joon-ho construye una historia sobre la injusticia sistémica y la dura convivencia de clases en nuestro cruel sistema capitalista. Una historia sin ganadores morales que es lo que suele ocurrir cuando combaten la falta de empatía contra la desesperación.
