Ricardo FernándezReseña de El traidor
A sus ochenta años Marco Bellocchio ha vuelto a la lucha por la Palma de Oro con Il Traditore (El traidor), tras haber sido uno de los triunfadores de la Quincena de Realizadores de 2016 con Felices sueños. Para esta ocasión ha cambiado totalmente de registro y ha vuelto al relato histórico, político y social que ya tocara en películas anteriores como Vincere o Buenos días, noche, centrándose en la figura de Tommaso Buscetta el primer gran confidente de la Mafia, o la Cosa Nostra, que fue clave en el maxiproceso contra la organización criminal que tuvo lugar en Italia entre finales de los 80 y principios de los 90.
La Cosa Nostra -porque según Buscetta la Mafia no existe- se ha convertido gracias al cine y las novelas, gracias a la ficción, en toda una fuente de mitomanía e incluso malsana admiración. Podemos ver, por ejemplo,restaurantes que ponen a un grupo criminal causante de miles de muertes y se permiten el lujo de decorar sus paredes con fotos de mafiosos como si fueran estrellas de cine. Resulta difícil imaginarse eso con otros grupos terroristas, criminales o extorsionadores. Pero, como dice Tyrion Lannister, lo importante es la historia, nadie puede luchar contra un buen relato y la Cosa Nostra ha conseguido construir el suyo. Bellocchio, en cambio, no parece interesado en esa parte de la historia, él quiere hablar del arrepentimiento y elude recrearse en las escenas de asesinatos o violencia. De hecho, en la escena más impactante por su violencia y crueldad los ejecutores son miembros de la policia.
Il traditore es ambiciosa, como suele serlo el cine de Bellocchio, porque trata de captar un momento de gran complejidad que a los no italianos puede resultarnos ligeramente lejano. Figuras como las de Buscetta, Toto Riina, el Juez Falcone o Giulio Andreotti forman parte ya de la cultura italiana, alguno de los atentados que salen en la película son hechos históricos que marcaron a generaciones (equivalentes a nuestros Carrero Blanco, Hipercor o Miguel Ángel Blanco) y es probable que Bellocchio dé por sabidas algunas cosas que fuera del país transalpino no lo sean tanto. La película combina la belleza habitual de las imágenes de Bellocchio potenciadas por un magnífico uso de la música, con un tono muy realista sobre todo en las escenas del maxijuicio (las reales se pueden encontrar en youtube) que están representadas de manera muy fidedigna a pesar de que el circo y bochornoso espectáculo -peor que un debate electoral español- parece un circo lleno de payasos y bufones. A pesar de la dificultad de la propuesta, dispersa en el tiempo y en las localizaciones, el guion consigue resultar claro, preciso y con ritmo. Es cierto que los juicios no son tan impactantes como los tiroteos en las escaleras de una iglesia o las cabezas ensangrentadas de caballos, pero esta es otro tipo de película.
También es hábil Bellocchio en el tratamiento de Tomasso Buscetta, maravillosamente interpretado por Pierfrancesco Favino, obviando partes y dulcificando partes para recordarnos en el último tramo de la película que este hombre no era ningún santo y que su arrepentimiento estaba más motivado porque los dirigentes de la nueva Cosa Nostra habían traicionado los ideales de la Cosa Nostra original, no por los delitos que él cometió. El relato es lo importante, y Buscetta cree en el que le contaron de la Cosa Nostra clásica, hombres de honor. El pueblo que se manifiesta con pancartas diciendo que dicen “Mafia=trabajo” también.
