LYNN + LUCY de Fyzal Boulifa
Tras una carrera llena de premios en el corto, debuta en el largo este director británico de origen marroquí, con esta historia sobre la amistad de las dos mujeres del título. Lynn y Lucy se hicieron íntimas amigas estudiando secundaria y desde entonces, aunque la vida les ha llevado por distintos derroteros, su amistad se mantiene firme, hasta que un hecho dramático en la vida de Lucy las pondrá a prueba.
En el que es uno de los mayores aciertos de la película, el punto de vista no se sitúa en Lucy, la amiga que sufre la tragedia, sino en Lynn, su amiga del alma, y en la forma en la que todo lo que se desata afecta a su vida y a su relación. En una película sobre lo que la masa puede llegar a hacer al individuo, no opta por el punto de vista de la masa, ni del individuo, sino por el eslabón intermedio.
Con una puesta en escena sencilla y funcional, pero efectiva, siempre al servicio de la historia, un guión que construye un suave, pero potente crescendo dramático y unas ajustadísimas interpretaciones, Boulifa no necesita grandes aspavientos, ni vistosos alardes, ni recrearse en golpes de efecto o cargar las tintas en los aspectos más dramáticos de la historia, que los tiene, para conseguir un retrato sentido y honesto de lo dura que puede llegar a ser la vida en las pequeñas comunidades de clase trabajadora inglesa.
BONFIRE AT DAWN de Koichi Doi
El japonés Koichi Doi debuta en la dirección con este sensible y poético relato en torno al legado artístico y la necesidad de mantenerlo, la transmisión del oficio de padres e hijos y el sentido de la pertenencia a la estirpe en el mundo del Kyogen, un arte tradicional de las artes escénicas niponas.
A partir de la escapada a la casa familiar en el campo de un padre y un hijo, aún niño, pertenecientes a la familia Okura de más de 650 años de tradición en esta arte, Doi muestra de forma delicada y sensible el detalle minucioso de las técnicas de aprendizaje, tanto de limpieza y adecentamiento de la casa, como las propias de la representación escénica y la resistencia del niño a asumir la tradición y tomar el relevo.
El contrapunto a esta tradicional relación entre padre e hijo en el que el primero enseña y forma al segundo, lo ofrece la amistad de éste con una niña, antítesis de la pareja protagonista, que le servirá primero como válvula de escape, pero a su vez como acicate y motivación para buscar en la pertenencia a la estirpe y recibir y asumir su parte de la herencia familiar, su sitio y su forma de estar en el mundo y que Doi resuelve en un final poético, bello, emotivo y elocuente.
LAS BUENAS INTENCIONES de Ana García Blaya
Ambientada en la Argentina de principios de los 90, Las buenas intenciones pertenece a ese subgénero característico de las óperas primas del relato autobiográfico, íntimo, subjetivo y personal. Tan autobiográfico que en el film parecen mezclarse supuestos vídeos caseros familiares rodados por el equipo de la película, con otros auténticos de la época y de la familia real.
Las buenas intenciones nos sitúa en el momento en el que tras varios años de divorcio y custodia compartida, la madre decide por el bien familiar irse a vivir a otro país, llevándose a los tres hijos con ella y su nuevo compañero y alejándolos de la crisis de Argentina, de los apuros económicos y de su padre y de su vida desordenada e irresponsable. Pero la mayor de las hijas tendrá otros planes y estará dispuesta a casi todo con tal de conseguir llevarlos a cabo.
Centrada especialmente en la relación entre el padre y la hija, interpretados por Javier Drolas y Amanda Minujin respectivamente, pero sin olvidar tampoco al resto de la familia y el entorno, rodada con pocos medios y con un estilo en el que prima la inmediatez y la naturalidad, Las buenas intenciones destaca por su autenticidad, porque todo lo que dice, cuenta y transmite huele a verdad, su intimidad, no en vano el espectador siente que lo que cuenta la directora es algo muy importante para ella y que lo lleva muy dentro, y su emotividad.
LA INOCENCIA de Lucía Alemany
Es mediterránea, de pueblo, veraniega y valenciana. Y mejor cuanto más mediterránea, más de pueblo, más veraniega y más valenciana. El debut tras la cámara de Lucía Alemany es un retrato vivo de la juventud de un pueblo de la provincia de Castellón en plenas fiestas patronales. Un pueblo en el que todo el mundo se conoce y en el que todo el mundo sabe de dónde vienes y se atreven a suponer a dónde vas y tienen claro a dónde deberías ir.
Su protagonista es Lis, interpretada con carácter y bravura por la debutante Carmen Arrufat, una adolescente que quiere estudiar para ser artista de circo y así escapar de su pueblo y de su familia, con un novio unos años mayor que ella que es el chico ideal para sus padres, interpretados con su solvencia habitual por Laia Marull y Sergi López.
Alemany demuestra su buena mano cuando tira de costumbrismo y muestra la vida y el ambiente en el pueblo, el cotilleo en mayores y jóvenes, el flirteo entre los adolescentes, un micromundo en el que todo el mundo se conoce para bien y para mal. Pero La inocencia peca de esquemática y de tirar demasiado de tópicos y arquetipos tanto en el diseño de algunos de sus personajes, como en las situaciones que conforman su arco dramático y la película se nota demasiado construida y pierde la frescura y la autenticidad originales.
NOURA’S DREAM de Hinde Boujemaa
De acuerdo con ley de Túnez el adulterio está castigado con multa y pena de prisión, pero sólo el cónyuge engañado puede denunciarlo. La protagonista de Noura’s Dream es una mujer que mantiene una relación con un hombre, mientras su marido y padre de sus tres hijos, del que se quiere divorciar, está en la cárcel. Pero cuando éste salga de la cárcel por un indulto presidencial, todo se complicará.
Con buen pulso y apoyándose en las buenas interpretaciones de su reparto y en especial de su protagonista, Hind Sabri, Boujemaa muestra la lucha de Noura por ser dueña de su vida, de vivir cómo y con quién quiera, a la vez que retrata la situación de la justicia y la sociedad tunecinas. Una situación en la que policías y rateros están compinchados, la pequeña corrupción impera y sobre todo, el machismo es demasiado común y afecta de forma significativa a la vida de sus habitantes y a sus relaciones, tanto a nivel íntimo y familiar, como público y en la que las mujeres se encuentran claramente en inferioridad de oportunidades y de posibilidades de acción frente los hombres.
DISCO de Jorunn Myklebust Syversen
La protagonista del segundo film de esta directora noruega es Mirjam, una joven de 19 años, campeona mundial de baile-disco, miembro de una moderna y bastante hipster iglesia evangélica llamada La Libertad que vive aparentemente una vida de color de rosa, tanto en sentido literal, como figurado. Pero cuando algo en su cuerpo empieza a fallar deberá buscar un cambio en su vida para intentar solucionarlo.
Disco arranca con un plano de su protagonista flotando en el agua en la postura de la cruz. En el plano final también podemos ver a su protagonista en otra posición también significativa, que mejor no revelar para evitar los spoilers. Entre ambas imágenes, Disco muestra de forma vistosa y original una especie de exorcismo a través de la fe y en la confianza en las dotes curativas de la misma.
Syversen muestra las competiciones de baile disco como un mundo lleno de purpurina, colores chillones, maquillajes y vestuarios exagerados y música rítmica y a todo volumen frente a los cantos armónicos de los himnos religiosos interpretados por coros angelicales de vestimentas sobrias y austeras. Pero no es oro todo lo que reluce. Ni en el ruidoso, brillante y superficial mundo de las competiciones de baile disco, ni en las aparentemente inocentes y colaboradoras congregaciones religiosas.
Cuando la directora noruega se centra en las relaciones familiares y de la comunidad religiosa la vida de color de rosa se vuelve más oscura. Y su denuncia de la fe como solución a los problemas en lugar de otras opciones más incómodas, honestas y con mayor apoyo científico, si bien fría, es también sugerente y perturbadora.
SCATTERED NIGHT de Sol Kim y Jihyoung Lee
Esta ópera prima coreana desaprovecha un punto de partida prometedor, un divorcio contado desde el punto de vista de la hija, por la falta de entidad del conflicto que plantea y lo anodino de sus personajes.
Con una cámara que fluye por las escenas siguiendo la mirada, la atención o los movimientos de la hija de la pareja protagonista, dejando conversaciones fuera de campo y personajes desencuadrados o sólo parcialmente en plano, los directores convierten al espectador en testigo directo de los avatares en torno a la separación de la pareja protagonista y sus intentos de construir sus nuevas vidas.
Pero a pesar de esta propuesta visual, Scattered night se apoya en exceso en los diálogos, en las palabras que los niños escuchan o pronuncian, incluso forzando en algunos casos conversaciones que si bien sirven para transmitir información relevante al espectador, resultan inverosímiles, bien por su propia naturaleza o bien porque los niños sean testigos de las mismas.