Mientras la competición sigue avanzando con más pena que gloria y el buen cine nos sorprende agazapado en la sección Orizzonti o fuera de concurso, la Mostra ha entregado el premio Jaeger – Le Coultre Glory to the Filmaker (espónsores obligan) a Abel Ferrara. Y de paso el director norteamericano nos ha regalado la pieza cinematográfica más brillante, arriesgada e inspirada de lo que llevamos de Festival. Su Sportin Life, presentada fuera de concurso, suponen 65 minutos de lucidez, de rabia, de urgencia y de talento para asimilar este extraño 2020.

Sportin’ Life

Cuesta encontrar la palabra adecuada para definir Sportin’ Life. No es ficción. Pero tampoco es puramente un documental. Podríamos dejarlo en documental experimental. O docu-collage. O en autorretrato. O en diario ultrapersonal de este 2020. O su crónica íntima de lo que va de año.

Arranca en Berlín con la presentación y promoción en el festival de la capital alemana de su anterior film, Siberia, en compañía de su familia y su cuasi alter-ego, Willem Dafoe. Con sus press junkets (con destacada participación del crítico español Luis Martínez), su pase de gala, su encuentro con el público (con otra destacada participación española por parte del cineasta Albert Serra). En febrero se hablaba del arte, de la oscuridad de su mirada, de cine, de tempo y de ritmo. Y nos íbamos de conciertos a cantar todos juntos y revueltos.

Unos meses más tarde todo gira alrededor de las mascarillas, la distancia social, los muertos, los tests, el confinamiento, las calles desiertas, los respiradores, sobre quién va a pagar todo esto y de asesinatos de afroamericanos a manos de los policías estadounidenses. Para ello, el director norteamericano monta, corta, pega e inserta imágenes de archivo, de informativos, vídeos caseros y extractos de su filmografía en un coctel explosivo e intenso.

Sportin’ Life es rabiosa, urgente, actual, reivindicativa, lúcida, vibrante, cinéfila, rockera, anti Trump,  íntima, libre, personal, universal. A la vez un puñetazo y un abrazo. Una película sobre lo que éramos hace unos meses y sobre lo que somos ahora. Sobre lo que dábamos por hecho y sobre lo que nos hemos convertido. Y todo en poco más de una hora.

Pieces of a woman

El húngaro Kornél Mundruczó, un habitual de la selección oficial del Festival de Cannes y ganador los últimos años en los festivales de Sevilla y Sitges con White God y Jupiter’s Moon respectivamente, debuta en Venecia con Pieces of a woman, su primera película dialogada en inglés en la que adapta una obra teatral de su compañera y guionista Kata Weber. En el reparto Vanessa Kirby, Shia Labeouf, Ellen Burstyn, Molly Parker, Sarah Snook y Benny Safdie. En la producción, entre otros Martin Scorsese.

Pieces of a woman empieza en su clímax. Un plano secuencia de más de media hora de un parto en casa en el que no todo se desarrolla de acuerdo con lo previsto. 30 minutos de tensión e intensidad casi insoportables, construidos a partir del dramatismo de la situación y una puesta en escena ajustadísima que atrapan. 30 minutos crudos, por momentos casi crueles y casi sádicos. Pero necesarios. Pueden provocar rechazo en el momento de verlos, pero se revelan como plenamente justificados a medida que avanza la película.

A partir de esa primera secuencia, Mundruczó sigue a su protagonista en su duelo, en su intento de reconstruir su vida, de reconducir su relación de pareja, de gestionar las relaciones familiares o los aspectos legales y judiciales de su situación. De forma cruda y directa, sin medias tintas, precisa y quirúrgica, pero sin recrearse en el drama de sus personajes. Los personajes de Pieces of a Woman sufren, pero Mundruzcó los trata mejor que al espectador. Para llegar a un segundo clímax, esta vez basado especialmente en sus diálogos, en esas cosas que sólo se pueden decir en familia. Una catarsis en forma de celebración familiar en la que confluyen todos los elementos anteriores.

Mundruczó nos tiene acostumbrados a sus puestas en escena grandilocuentes y excesivas, a su manierismo no siempre justificado, pero en Pieces of a woman se muestra en pleno control de los recursos narrativos y cinematográficos, salvo en el uso demasiado obvio de las metáforas visuales (puentes que se construyen, flores que se marchitan…) especialmente desafortunadas en un conjunto por lo demás, mucho más sofisticado.

Padrenostro

La primera película italiana presentada en la competición ha sido Padrenostro, la vuelta a Venecia de Claudio Noce, protagonizada por Pierfrancesco PavinoBarbara Ronchi y los jóvenes Mattia Garaci y Francesco Gheghi, con esta historia de tintes autobiográficos sobre la amistad entre dos chicos jóvenes en un verano de la Italia de los 70 y cómo cambia la vida de un niño de 10 años cuando es testigo de un atentado contra su padre.

Padrenostro está llena de ideas que pretenden alejarla del relato más convencional. Seguramente la estrecha relación de los hechos narrados con su director, su padre también fue el objetivo de una atentado como el del niño de la película, provocan una narrativa más personal, subjetiva e íntima. O al menos un intento de ella. Porque gran parte de esas ideas de Claudio Noce en el guión, en la puesta en escena, en el montaje, no acaban de funcionar. Su mirada desde el presente hacia el pasado parece gratuita, su juego entre fantasía y realidad resulta desconcertante, la relación entre los dos protagonistas es innecesariamente indefinida y vaga.

Y entre tanto intento (fallido) de hacer una película de autor, se difuminan algunos de los elementos que el vínculo íntimo del director y coguionista con la historia podía aportar, desde ese planteamiento original centrado en cómo afecta a los hijos que sus padres hayan sido objetivo de un atentado, a ese aislamiento obligado, ese miedo y sospecha continuos, esa sensación de que los mayores ocultan algo o esa nueva relación entre padre e hijo, cuando éste adquiere la consciencia de que su progenitor puede desaparecer en cualquier momento.

The disciple

Tras llevarse el premio a la mejor película de la sección Orizzonti y el de la mejor ópera prima presentada en el Festival Venecia de 2014 entre otros muchos premios con Court, el indio Chaitanya Tamhane da el salto a la sección principal de la Mostra con The Disciple, el recorrido de un joven aspirante a músico a lo largo de treinta años para conseguir ganarse la vida en el negocio de la música tradicional hindustaní.

Producida entre otros por Alfonso Cuarón, la película se salta tanto en forma, como en fondo los tópicos de las películas sobre las vidas de los músicos. The Disciple tiene poco que ver con un biopic al uso. Para empezar, no hablamos de un músico de éxito. Lo que Tamhane ofrece es un estudio de personaje. El del joven que sustituye el talento para triunfar en el oficio al que se quiere dedicar por perseverancia, estudio, esfuerzo, dedicación y renuncia. Cueste lo que cueste y le diga lo que le diga su entorno. Si la tradición del raga establece que no es el momento de despistarse con romances, matrimonios y familia, tocará esperar y buscar consuelo en internet. Sin caer en la tentación de caminos más fáciles. En lo personal y en lo profesional. Todo al son del sitar y de las plácidas y serenas improvisaciones vocales que pueden llegar a poner a prueba a los espectadores no familiarizados con este estilo musical. Porque The Disciple no es puramente un musical, pero gran parte de su metraje está dedicado a actuaciones o grabaciones en las que lo único que se escucha es música tradicional, lo que provoca el estiramiento innecesario de la duración de la película.

A falta de talento natural para triunfar a las primeras de cambio, el discípulo del título se dedicará al estudio de la tradición y a la conservación del legado, con una extraña y desequilibrada relación con su mentor, en la que a cambio de bañarlo, hacerle masajes, prepararle el té y el acceso a unas grabaciones de su gurú recibe críticas severas y una rígida formación.

The Disciple plantea el enfrentamiento entre el duro camino hacia el éxito que supone el respeto a la tradición del arte y dejarse llevar por las leyes del mercado y las modas representadas por cualquier talent show televisivo, pero está claro por cuál de las dos opciones toma partido Tamhane.

Miss Marx

Susanna Nicchiarelli también ganó el premio a la mejor película de Orizzonti en 2017 con su anterior film, Nico, 1988, la película sobre el último año en la vida de Nico, la cantante de la Velvet Underground. La Miss Marx de su película, es Eleanor Marx, la hija menor de Karl Marx, el autor de El Capital y junto a Engels, padre del socialismo y del comunismo, entre otras muchas cosas, a la que interpreta de forma magnífica la actriz británica Romola Garai.

La película arranca precisamente con el funeral del filósofo alemán en Londres y el discurso hagiográfico de su hija que desde ese instante asumirá el legado de su padre. A partir de ese momento, Eleanor se encargará de defender los derechos de los trabajadores y de las mujeres por todo el mundo.

Miss Marx es una película llena de contradicciones. Está ambientada en la segunda mitad del siglo XIX, pero la banda sonora está llena de temas punk de los Downtown Boys. Su estética y su estilo son buscada y forzadamente académicos, pero más de una vez Miss Marx rompe la cuarta pared y se pone a dialogar con el espectador o surgen imágenes de archivo de las luchas de los trabajadores de cualquier época. Sus personajes llaman continuamente a la acción, pero la película se apoya principalmente en la palabra para hacer llegar sus mensajes, incluso verbalizando en off los pensamientos de los personajes.

Pero sus propios personajes y las situaciones son contradictorias. Sus protagonistas defienden los derechos de los trabajadores y la mejora de sus condiciones de vida, pero ellos son intelectuales burgueses con una situación económica más o menos holgada y unas condiciones de vida acomodadas. Luchan contra la explotación de las mujeres, pero la relación de su protagonista con su pareja sentimental es claramente de sometimiento y las infidelidades de Karl Marx se consideran aceptables.

El resultado es apasionante en algunos momentos, pero irregular en otros, y a pesar de sus intentos Miss Marx no consigue romper del todo los límites y las barreras del biopic convencional. Lo que desgraciadamente queda claro, es que a pesar de todo lo que ha avanzado la sociedad en estos más de 100 años, su reivindicación aún sigue vigente.


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