Crónicas del Festival de Cine de San Sebastián, día 4

Hoy en San Sebastián hace un día donostiarra típico, que no son como los de Vittorio Storaro, son más lluviosos y, sobre todo, grises. También ha sido un día gris en nuestra jornada cinéfila sin ninguna película que nos animara el día.

Any Crybabies Around?

Any Crybabies Around? es el primer lagometraje Takuma Sato (no confundir con el expiloto de F1) y se ha prsentado esta mañana en la Sección Oficial del Zinemaldia. En ella vemos a un joven que acaba de casarse (se intuye que «de penalti»), acaba de ser padre y las cosas no le van muy bien en casa. Es voluntario en una tradición llamada namahage que implica disfrazarse de demonio y asustar a los niños con el objetivo de inculcar obediencia y reforzar el vínculo con sus padres. Cada vez que van a una casa les invitan a beber y una cosa lleva a la otra y acaba montando el número saliendo desnudo en la televisión. Ha mancillado la televisión y pasa a estar señalado, tanto que abandona el pueblo.

Sobre este punto de partida Takuma Sato monta un relato que enfrenta modernidad con tradición, culpa con perdón y moralidad con hipocresía. Si tenemos en cuenta que todos estos enfrentamientos giran en torno al concepto de paternidad y responsabilidad ya tenemos la alineación completa de los temas habituales del cine japonés de festivales. Y Takuma Sato los desarrolla con suavidad, con cierta fluidez, con ternura, con respeto y corrección. A diferencia de su tocayo, Takuma Sato conduce su vehículo sin arriesgar en la curvas, por una carretera conocida y bien iluminada. Llega a meta seguro, sin un rasguño, pero sin brillantez. En un festival prefiero ver trompos aunque se estrellen que este tipo de pilotajes.

En la oscuridad (In The Dusk)

Que la película de Šarūnas Bartas no iba a ser una fiesta, ya se sabía de antemano. El cine de este director lituano no se caracteriza por su elevado ritmo ni por la alegría de sus temáticas. Su última película ha venido a San Sebastián con el sello de Cannes despues de que Frost, su anterior trabajo, se viese en la Quincena de Realizadores en 2017.

En la oscuridad está ambientada en Lituania en 1948, donde un grupo de partisanos lucha contra el ejercito soviético, la última resistencia a la invasión que sufrieron a comienzos de la década. Esta situación histórica le sirve a Bartas para dibujar, con ayuda de una excepcional fotografía de Eitvydas Doskus, la forja de una identidad desde el instinto de supervivencia y los rincones más oscuros del alma. Un retrato de todos los horrores de la invasión y la guerra para el que apenas recurre a la trama. El tiempo parece detenerse y estancarse en diálogos que van desvelando las estructuras podridas que sostienen esa sociedad que está a punto de ser destruida y vuelta a construir sobre otros cimientos igualmente defectuosos. Hay diálogos extraordinarios que me hacen recordar a Nuri Blige Ceylan y momentos de gran pictorismo que me evocan a recuerda a Sergei Loznitsa, pero también hay un exceso de solemnidad y dramatismo que aplasta la narración.

Todo es sórdido, desde las uñas de los actores, a sus motivaciones, pasando por sus historias pasadas, sus situaciones personales y su futuro más cercano. Un drama aplasta a otro drama hasta que pierdes la cuenta y, embriagado de tragedia, pierdes la noción de la historia y quién es quién entre tanto soviético y báltico enfadado y malencarado. No basta con morir, tengo que cantar una canción triste antes de volarme la tapa de los sesos… y así. En el trabajo de Bartas hay muchísimo cine y capacidad de narración, una propuesta clara y valiente que  por momentos, pero también hay mucho regodeo en el drama, muchas veces de una forma que considero innecesaria.

Un efecto óptico

La última película de Juan Cabestany, que se ha presentado en Zabaltegi- Tabakalera, es una desconcertante historia sobre una pareja en crisis -interpretada por Pepón Nieto y Carmen Machi– que se van de vacaciones a Nueva York. Sin embargo Nueva York no es lo que esperaban, se parece bastante a Burgos.

La idea con la que arranca la película es genial. Desconcertante, absursa y divertida, lo que uno espera de Cabestany. Los dos protagonistas intentando hacer lo que se supone que tienen que hacer, pero sin disfrutar de ello mientras en las fotos todo parece genial. Esforzándose por disfrutar aunque no lo hagan pero con miedo a reconocer que lo que hacen no les satisface -con miedo a decir que el emperador está desnudo-. Con problemas de pareja pero huyendo en vez de enfrentándose a ellos. Cabestany se divierte usando el hecho de hacer cine como un elemento más, y hace vivir a los protagonsitas las películas que se hacen -como hacemos casi todos en general- sobre sus proyectos, problemas y demás. Películas que son, necesariamente, torpes.

El problema es que la idea y el planteamiento inicial se atascan a media película y entra en una repetición que le quita gracia y le hace dejar de ser desconcertante. No tanto porque explique lo que pasa, sino porque deja claras cuales son las reglas y al no avanzar genera cierta indiferencia que lastra el resto de virtudes de la película.

Visión nocturna

Interesantísimo planteamiento formal el de Carolina Moscoso en su debut como directora de largometrajes. Un documental -o algo parecido- sobre el proceso de sanación y recuperación de su propia vida tras haber sufrido una violación.

Utilizando la metáfora de los tres tipos de luz que va a usar en la película -una que encandila, una oscura que no deja ver nada y una en penumbra- realiza un collage a base de grabaciones caseras de lo más variopintas. Viajes, tareas domésticas, fiestas, paseos… que se cortan abruptamente por fondos negros sobre los que se sobreimprimen las frases del relato de la directora y protagonista o los atestados oficiales de la investigación. Una investigación que, en muchas osaciones, le pone a ella bajo la lupa en vez de al agresor con preguntas realmente hirientes. La visión nocturna le permite a la directora mirar debajo de esa luz oscura que todo lo tapa, pero cuando ves eso y miras al mundo real todo aparece difuminado y quemado, cuesta distinguir a las personas y paisajes.

Hasta ahí todo bien, una propuesta que conjuga la belleza de la metáfora, lo evocador del uso de la imagen y la dura crudeza del relato real. Pero Carolina Moscoso abusa de la forma y se alarga en muchos momentos hasta que lo que se difumina es la historia. A las imagenes desenfocadas y totalmente desencuadradas hay momentos en los que puedo encontrarles un sentido o llegan a transmitirme algo, pero al abuso constante, más que el uso, me acaba pareciendo gratuito y efectista. Esta película, que se presentó en Horizontes Latinos pero bien podría haber estado en Zabaltegi-Tabakalera, me ha generado sentimientos encontrados, pero también interés en los siguientes trabajos de la directora.

El Videoblog de Iñaki