Reseña de Summer Of Soul: Mucho más que un documental musical
El final de los años 60 el mundo está en plena ebullición. Estados Unidos, en concreto, vive un momento convulso. John F. Kennedy, Martin Luther King, Malcom X y Bobby Kennedy son asesinados y la lucha por los derechos civiles se recrudece. En el Greenwich Village de Nueva York unas personas homosexuales y transexuales se resisten a ser detenidas y comienzan los Disturbios de Stonewall, que hoy son recordados en el día del orgullo gay. Las protestas contra la Guerra de Vietnam cada vez tienen más apoyos. En 1969, en el mismo verano en que Neil Armstrong pisa la luna por primera vez y la Familia Manson asesina a Sharon Tate y cuatro personas más, se celebra el Festival de Woodstock, en el que Jimmy Hendrix interpreta su famosa versión protesta del himno americano. Ese mismo verano se celebra, también, el Festival Cultural de Harlem: 6 fines de semana consecutivos que reunen a más de 300.000 personas y en los que actúan artistas del nivel de Nina Simone, Stevie Wonder, B.B. King, Gladys Knight and the Pips, Mahalia Jackson o Sly & the Family Stone, entre muchos otros. Prácticamente todo el mundo ha oído o leído sobre casi todos estos temas. En concreto sobre todos menos el último, el Festival Cultural de Harlem. A pesar de que fue totalmente registrado con cámaras de cine y todas las actuaciones grabadas, no había ni película, ni discos, ni recibió la cobertura mediática que se le supone a un evento de esta envergadura. Hasta hoy.
Ahmir “Questlove” Thompson es conocido por ser el batería y productor de The Roots, el grupo de Hip Hop. Ahora también se le recordará por haber rescatado el metraje rodado de Festival Cultural de Harlem para montar su primer largometraje, Summer Of Soul (…Or, When the Revolution Could Not Be Televised), ganador del Premio del Jurado y el del público en el Festival de Sundance y que se ha convertido en uno de los fenómenos cinematográficos de este año. Un fenómeno bien merecido porque Summer Of Soul es bastante más que un documental musical o que una serie de actuaciones de grandes músicos. Si Questlove hubiera optado por eso, seguro que el resultado hubiera sido atractivo porque es difícil resistirse a semejante plantel de artistas (de hecho, espero que en algún momento estén disponibles las actuaciones en bruto, para disfrutarlas enteras y sin cortes); pero la propuesta del director es mucho más ambiciosa y busca situar el Festival en su momento y contexto histórico. Intenta que logremos comprender porque ese festival era importante en ese verano y en ese lugar mucho más allá de lo musical. Muestra el sentimiento de una comunidad y la necesidad de reivindicarse. Ahí es donde radica la grandeza de esta película.
Es cierto que algunas aportaciones aportan más bien poco –Chris Rock o Lin-Manuel Miranda– o que hay veces en las que desearíamos que las voces en off no taparan la canción. Tampoco es que el formato de cabezas parlantes sea nada novedoso; aunque el resultado compensa todos estos peros. De una manera muy bien estructurada Questlove va presentando lo que fue el Festival, cómo se organizó, el sentimiento de los artistas al participar, el del público al asistir y el de la comunidad afroamericana y latina de Harlem en aquellos años. Hay tiempo en Summer Of Soul para mostrar el interés político del ayuntamiento y la voluntad de encauzar la necesidad de autoafirmación de la comunidad de una forma no violenta; la riqueza de culturas y sensibilidades dentro de Harlem; la importancia de la estética, la ropa y los peinados; las tensiones dentro de la comunidad negra cuando alguien sonaba “demasiado blanco” o demasiado festivo para una música que provenía de la iglesia; y también el desapego de gran parte de la población con la administración al sentirse ignorados por ella. Todo eso con una banda sonora de fondo insuperable.
Questlove, con acierto, deja para el final de Summer Of Soul dos grandes momentos. Uno es el recuerdo a Martin Luther King, con el relato de su asesinato narrado por gente que lo vivió en primera persona y la interpretación de Precious Lord Take My Hand, una de sus canciones preferidas, a cargo de Mahalia Jackson y Mavis Staples. El otro es la actuación de una reivindicativa, concienciada y rabiosa Nina Simone. Dos momentos que deberían formar parte de la cultura popular y que, curiosamente, no lo son. O quizá no tan curiosamente. El encargado de rodar lo que ocurría en el festival, viendo el éxito que había tenido Woodstock y la película que hicieron allí, trató de vender las cintas como “El Woodstock negro”. Seguramente no se dio cuenta de que, precisamente, era el adjetivo el que quitaba interés a las productoras y distribuidoras. Puede que entendiendo eso, entendamos mucho de lo que está pasando ahora mismo.