COMPETENCIA OFICIAL de Gastón Duprat y Mariano Cohn

Cinco años después de que Oscar Martínez se llevara la Copa Volpi al mejor actor por El ciudadano ilustre, la pareja formada por los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn vuelven al concurso de la Mostra de Venecia con esta comedia coproducida entre el país sudamericano y España y protagonizada, además de por el propio Oscar Martínez, por Penélope Cruz y Antonio Banderas.

Competencia oficial es cine dentro del cine, y en concreto, sobre el trabajo del actor. Oscar Martínez interpreta a un actor de prestigio, profesor de actores, de escuela, de teatro y de oficio, que entiende su trabajo como un arte que requiere un trabajo de documentación, preparación e introspección previo. Antonio Banderas, es una estrella que ha logrado triunfar en Hollywood, el latino que da el toque de color a las producciones estadounidenses y cuyo acercamiento a su trabajo es mucho más directo y simple. Las autorreferencias están claras y precisamente de ellas provienen los gags más inspirados de la película. Ambos se ríen de ellos mismos y buscan dar razones a los espectadores para que también lo hagan. Porque una de las claves sobre las que pivota la comicidad del film es el conocimiento de Oscar Martínez y de Antonio Banderas que tenga el espectador; de sus trayectorias profesionales, de sus premios y de sus recorridos como intérpretes, imprescindible para generar la complicidad sobre la cual construir el gag.

Ambos son contratados para participar en una adaptación de una novela de prestigio escrita por un premio Nobel que un millonario ha encargado a una directora de renombre y premios en grandes festivales interpretada por Penélope Cruz. Competencia Oficial cuenta los preparativos y los ensayos previos al rodaje, el trabajo para llegar a la esencia de los personajes, de acuerdo con el extraño y desconcertante método de trabajo de la directora y a través del cual saldrán a relucir las formas contrapuestas que tienen ambos a la hora de relacionarse con la interpretación, con su oficio y con la industria.

A pesar de las buenas interpretaciones del trío protagonista y de su mirada ácida, crítica y cínica hacia el mundo del cine y sus divos, hacia el trabajo de directores, actores y su vanidad, su acercamiento resulta también superficial y a falta de un arco dramático más sólido y con mayor alcance más allá de los preparativos del rodaje, de un desarrollo más valiente de los acontecimientos, la película se alarga innecesariamente y acaba por hacerse repetitiva y perdiendo gas y pegada a medida que avanza.

IL BUCO de Michelangelo Frammartino

Once años después de haber realizado Le quattro volte, el italiano Michelangelo Frammartino vuelve al largometraje con Il Buco, su recreación de una expedición espeleológica que en 1961 exploró la que en el momento fue la tercera cueva más profunda del mundo en Calabria entre la indiferencia de los habitantes del pueblo más preocupados por seguir la actualidad a través de las televisiones que comparten los vecinos. Sin lugar a dudas, este film es el más atípico y más radical de los presentados en lo que llevamos de competición en el festival.

Y no porque en este docuficción Frammartino prescinda de la voz en off explicativa o de un arco narrativo convencional. O por su lirismo. O por la belleza de sus imágenes y su elaborado trabajo de planificación, composición e iluminación. O por su búsqueda del contraste entre el tiempo humano y el geológico. Il Buco es un sugerente y original híbrido de documental construido y observacional. A pesar de tratarse de una reconstrucción histórica de unos hechos ocurridos hace 60 años, de una verdad representada, Frammartino consigue transmitir la sensación de atrapar la realidad. Y en parte es así. Porque 60 años más tarde, la realidad de la montaña, los árboles o las vacas que pacen impasibles alrededor del lugar en el que acampa el equipo de espeleólogos en la película es la misma. Para ellos no parece pasar el tiempo. Para ellos 60 años no son nada.
Además el director milanés evita la personalización, el tratamiento individualizado de los componentes del equipo de espeleólogos. Mediante planos generales o dejando a sus actores fuera de plano o de espaldas a la cámara la mayoría del tiempo, Frammartino evita la identificación del espectador con el individuo dando un papel preponderante al conjunto, al equipo. Ese tratamiento personalizado se lo reserva al anciano pastor de las vacas de que pacen alrededor del equipo. Y enfrenta la sensación de eternidad de la cueva, de las montañas y de la naturaleza, con lo efímero, lo temporal, lo fugaz de la vida humana.

LAST NIGHT IN SOHO (ÚLTIMA NOCHE EN EL SOHO) de Edgar Wright

Mientras esperamos el estreno de su documental sobre los Sparks Brothers (sí, los de la música de Annette), el director de Baby Driver ha presentado fuera de concurso Last Night in Soho, su vuelta al Reino Unido. Una incursión en el cine de terror protagonizada por Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy, en la que una estudiante de diseño de moda de un pequeño pueblo inglés fascinada por los años 60 se encuentra con un puente que le lleva a la eclosión pop del Londres de aquellos años lo que le sirve a Wright de excusa para utilizar todo un top of the pops de éxitos musicales de la época. Una invitación continua a la fiesta con un lado oscuro y tenebroso. Porque lo que al principio parece servir de vía de inspiración para las creaciones de la protagonista, enseguida se convierte en amenaza y peligro en este thriller psicológico con aires de giallo y el esperable toque londinense de sofisticación y distinción.

Entre la angustia de la adolescente superada por su nueva vida en la gran ciudad, la competencia de sus nuevas compañeras de estudios, los efectos de una imaginación descontrolada o de una sensibilidad a flor de piel, Wright salta de un tiempo a otro de forma ágil y fluida propiciada por el trabajo de planificación y la puesta en escena, en una coreografía de planos, interconexiones, espejos, reflejos y efectos tan apasionante como la de los éxitos pop que suenan y resuenan en su banda sonora. En Last Night in Soho hay mucha celebración del espíritu pop de los 60, pero también denuncia contra la situación de las mujeres. Afortunadamente Wright evita la mirada al pasado nostálgica a la que nos tiene acostumbrados últimamente el cine de Hollywood.