LEAVE NO TRACES de Jan P. Matuszynski

Polonia 1983. El régimen comunista intenta controlar con mano de hierro el país para evitar la oposición del sindicato Solidaridad. Dos jóvenes celebran la proximidad del fin del curso y estando de celebración en un plaza del centro de Varsovia son detenidos por la policía. Tras dos días de agonía, Grzegorz, hijo de una de las figuras más destacadas de la oposición al régimen, muere como consecuencia de la paliza recibida. Sólo hay un testigo: su amigo Jurek.

A pesar de lo que pudiera parecer por lo escrito hasta ahora Leave no traces no es un thriller criminal. No es una película sobre una investigación policiaca. Además de Jurek, el espectador también es testigo de lo que ocurrió en esa comisaría. No hay verdad a revelar. Matuszynski la establece en los primeros veinte minutos de los 160 que dura la película. Lo que viene a continuación es la meticulosa crónica de los esfuerzos de las autoridades polacas para desacreditar a las víctimas y testigos de su asesinato. El retrato de un estado profundamente corrupto que articula todos los mecanismos a su alcance para inventar y vender una realidad alternativa.
Sin grandes golpes de efecto Matuszynski muestra la manipulación de forma sosegada y aséptica. La forma en la que los mecanismos del régimen van actuando entre fiscales, policías, medios de comunicación, personal sanitario, abogados para construir su otra verdad. Poco a poco y detalle a detalle. Sin grandes florituras visuales, más allá de la textura especial que otorga a sus imágenes el estar dobladas en 16mm, ni grandes momentos dramáticos que busquen la catarsis del espectador. Leave no traces es una película que se mastica, que se asimila a medida que va revelando las capas de corrupción del régimen.

REFLECTION de Valentyn Vasyanovych

Al ucraniano Valentyn Vasyanovych le van los retos. Lo conocimos en 2014 como productor de The Tribe, aquella película del internado de niños sordomudos dialogada exclusivamente en el idioma de los signos, sin utilizar el lenguaje verbal, ni subtítulos y rodada en largas tomas. Arrasó en la Semana de la Crítica de Cannes de aquel año. Cinco años más tarde, ya en su función como director ganó el premio a la mejor película de la sección Orizzonti del Festival de Venecia con Atlantis, una historia ambientada en 2025, en una Ucrania apocalíptica posterior a la guerra con Rusia protagonizada por un soldado con síndrome de estrés postraumático rodada en sólo 28 planos, la mayoría de ellos fijos y con unas elaboradísimas composiciones que conseguían extraer una extraña belleza a la sordidez del apocalipsis. Con Reflection debuta en la competición por el León de Oro y vuelve a recurrir a secuencias que consisten un único plano, la mayoría de las veces fijo y otras veces muchas veces buscando el reencuadre dentro del plano que separa la imagen de la pantalla en dos realidades. Una interior y otra exterior. Bien a través de una ventana, del parabrisas de un coche, o de una puerta abierta.

En Reflection vuelve a la guerra entre Ucrania y Rusia. A 2014 en plena guerra entre ambos países. Su protagonista es un cirujano ucraniano con unas relaciones peculiares con su hija, su exmujer y el nuevo compañero de ésta, que es capturado por las fuerzas militares rusas y que mientras está en cautividad es testigo de horribles escenas de violencia, humillaciones y desprecio a la vida humana. Tras su liberación deberá volver a su vida anterior, o al menos intentarlo, pero los efectos de la guerra en él y en su entorno no se lo van da poner fácil.

Vasyanoviych trata con temas delicados. La guerra, sus consecuencias, la lucha de las víctimas por recuperar cierta normalidad, las relaciones humanas. Pero su enfoque resulta frío y distante. Sus imágenes encierran cierta belleza. Su trabajo de puesta en escena, planificación y composición es de una complejidad innegable. Pero a su mirada le falta humanidad. Se muestra demasiado alejado de sus personajes y sus conflictos. Como si el objetivo final de Vasyanovych no fuera que el espectador conociera la vida y el sentir de sus personajes. Sus alegrías y sus sufrimientos, sus expectativas y sus retos. Todo parece al servicio del lucimiento formal del director. De mostrar su dominio de los recursos cinematográficos por encima de los sentimientos de sus personajes.

CAPTAIN VOLOKONOGOV ESCAPED de Aleksey Chupov y Natasha Merkulova

Tras lograr el apoyo cinéfilo incluidos premios en la sección Orizzonti de este festival o el Zinegoak de Bilbao con El hombre que sorprendió a todo el mundo, estos dos directores debutan en la competición principal de la Mostra con esta parábola con aires de thriller místico ambientado en la Rusia de las purgas estalinianas. La historia de un verdugo, de un torturador al que le ha llegado la hora de ser purgado y con una misión para poder salvar su alma. Para ello el capitán, interpretado por Yuriy Borisov en el que parece ser su año tras sus demostraciones de Compartment Nº6 y Petrov’s Flu presentadas en el último Festival de Cannes, deberá localizar y lograr convencer a los familiares de alguna de sus víctimas de que le perdonen mientras huye de las fuerzas del orden soviéticas que lo persiguen para asesinarlo.

A pesar de su inevitable naturaleza episódica y algo repetitiva, este juego del gato y el ratón resulta intenso y vibrante. Con una puesta en escena que por momentos recuerda a un videojuego y evita el realismo crudo por una imaginería y tono más radiante, pero que muestra una Rusia atemorizada y sometida, alienada por los poderosos y en la que el recelo y la desconfianza aparecen como herramientas básicas de supervivencia.